Tocara: El andar de un canto

  • Autor: JCPozo
  • Biografía Autor: Juan Carlos Pozo Block (JCPozo)
  • Género: Literatura y Novela
  • ISBN: 979-8293669264
  • Nº Páginas: 167
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Año: 2020

Tocará: El andar de un canto Juan Carlos Pozo Block a Malú, Toño y Rafael. Prólogo I ¿Dónde está el niño que yo fui, sigue dentro de mí o se fue? ¿Por qué anduvimos tanto tiempo creciendo para separarnos? ¿Por qué no morimos los dos cuando mi infancia se murió? ¿Y si el alma se me cayó por qué me sigue el esqueleto ¿Qué dirán de mi poesía los que no tocaron mi sangre? ¿Hasta cuándo hablan los demás si ya hemos hablado nosotros? ¿Amor, amor, aquel y aquella, si ya no son, dónde se fueron? Pablo Neruda Somos lo que recordamos; no se puede ser lo que no se es Miguel de Unamuno afirmaba que toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo, es autobiográfico. Todo ser de ficción, todo personaje poético que crea un autor nace del sudor memorioso del autor mismo. Todas las criaturas son su creador. En efecto. Somos lo que recordamos; no se puede ser lo que no se es. Es un camino que avanza en dos direcciones. El autor crea una obra que a su vez recrea a su autor, porque objeto y sujeto son la misma persona; ambos el amante y el amado; carne y sudor uno del otro y viceversa. ¿Para qué se hace?, se pregunta el escritor español. Para hacer al lector, responde Don Miguel, que también crea y se recrea, para hacerse uno con el lector. Y sólo haciéndose uno el autor y el lector de la obra se salvan ambos de su soledad radical. En cuanto se hacen uno, se actualizan y actualizándose se eternizan. Nadie se conoce mejor a sí mismo que el que se cuida de conocer a los otros. Esto es más que evidente en la obra de JCPozo. Si alguien ostenta el título de autor memorioso, es sin duda este escritor mexicano, cuya obra es un constante proceso de conocerse, crearse, darse a conocer. Esta es la tercera obra publicada del músico y poeta, nacido en una ciudad portuaria, vecina del océano pacífico, y afincado hace tiempo en una pequeña ciudad de los Estados Unidos. En su primer libro de cuentos- México, D.F.- nos sorprendió por su habilidad de retratar a los personajes que deambulan en esta gran metrópolis mexicana. Estamos ante una literatura de calle, creada a partir de un conocimiento profundo del hacer y quehacer del pueblo mexicano. El lenguaje de sus personajes- al más puro argot chilango- se convierte en uno más de los personajes que viven y sufren el laberinto urbano. La jerga particular – dichos, refranes, albures, modismos- sirve como defensa ante la rigidez del idioma; los habitantes se expresan con vivacidad y entusiasmo y así, en su medio vital, son más sabios y divertidos. Leerlo es asistir a una reunión de amigos, en donde nadie está exento de contar una buena historia; alrededor de un buen tequila, igual confraternizan el burócrata nostálgico, el borracho locuaz, el enamorado empedernido, el compadre del alma, la vecina a la que se le arrima cantos y flores. Y no obstante sus diferencias sociales y culturales, advertimos que todos son los mismos porque todos somos nosotros, se alimentan de las mismas esperanzas, esperan, tras varios años de retraso, que aún la revolución les haga justicia. Su segundo libro - En el ombligo de la luna- da un giro redondo y sonoro. Aderezado con poemas y canciones, sus cuentos abandonan el caló urbano de su primera obra y nos hablan de un mundo más afín al universo de los sueños que al que padecemos todos los días. Es también una reunión de viejos conocidos, amigos y adversarios, pero que viven en otros universos que no son los nuestros, ¿no son los nuestros? Desde pequeño, por razones que escapan a nuestro entendimiento y al suyo también, a JCPozo le visitan engendros de todos lados y por todas partes; a ellos les dedica su literatura. ¿Quién habrá desterrado del mundo la idea de los fantasmas, cuando él ha vivido toda la vida con ellos? Son los espantajos negros de su familia. Para ahuyentar las sombras del horror y no enloquecer, para conjurarlos o habitarlos, para alejarlos o domesticarlos, se apropia de ellos, se sirve de la literatura, de buena literatura y al pie de la letra, encuentra el silencio que lo reconcilia con el mundo. Para un observador no apto a tales encuentros sería un buen ejemplo de literatura gótica; para su autor, es simplemente una muestra del género costumbrista. Ya se sabe – cualquier mexicano lo sabe- cuando el fantasma canta, el indio muere. No es cierto, pero sucede. En El olvidado asombro, su tercera publicación, aparecen otro endriagos, pero estos son de otra especie: pertenecen al mundo de los huesos, pieles, amores y resquemores. Es la epopeya de un maestro en una tierra inédita y por descubrir. Son las memorias de sus andares y desandares como profesor de literatura. Adopta un lenguaje más convencional y a la vez más íntimo para referirse a sus alumnos y colegas. Practica también el exorcismo que aprendió en las batallas ancestrales, cuando el mundo temblaba en el ombligo de la luna, pero el trasgo tiene nombre y apellido, pasado y quién sabe si futuro: responde al nombre de rezago educativo, programas obsoletos, desigualdades y calamidades. Es la historia de jóvenes estudiantes que tratan de vivir una vida mejor, lejos de su tierra y su cultura. Es un documento pedagógico de gran intensidad. En su libro más reciente, la memoria toca otros ritmos, se enfoca en otros ámbitos: narra algunos episodios infantiles, nos presenta a su familia, se da tiempo para confesar sus pecados y arrepentimientos, da cuenta del origen de una vocación que le ha acompañado toda la vida, y sobre todo, la génesis de un amor: Tocará, un grupo musical que lo ha marcado en más de un sentido. La obra permite varias lecturas. Podemos apreciarla como la autobiografía de un escritor que ha cumplido un poco más de medio siglo de edad y desea poner por escrito la mitad de su vida. A partir de algunas anécdotas familiares- conmovedoras y divertidas, sobre todo, aquellas que involucran a la banda de los seis hermanos, muchachos que crecieron como verdolagas, libres y a su ritmo, una pandilla muy bien organizada, capaz de desquiciar al mismo creador del padre Job- intenta responderse a las preguntas esenciales de la vida: ¿dónde está el niño que yo fui, sigue ahí, se fue? ¿Por qué anduvimos tanto tiempo creciendo para separarnos? ¿Por qué no morimos los dos cuando mi infancia murió? ¿Dónde se fueron los amores que fueron y ya no son? ¿Soy también lo que he perdido? En sus páginas encontraremos crueldad y esplendor, caos y equilibrio, comedia y tragedia, narrado con un lenguaje sencillo y franco. La obra no sigue un orden estrictamente cronológico, porque la memoria es así: salta del pasado al presente, vuelve a otro pasado más remoto para soñar con un mejor futuro. Eso, lejos de ser una contrariedad, permite una lectura mucho más fluida. También puede leerse como una novela de aventuras. JCPozo, convertido en un moderno Sandokan, tiene que sortear un sinnúmero de dificultades para recuperar el trono que por derecho propio le pertenece. En su camino encontrará distintos antagonistas que harán lo posible y hasta lo imposible para dificultarle su trabajo. Pero JCPozo, como buen pirata Leo, es terco y persistente. Y sabe que la victoria no se logra si no se tiene el cuerpo duro para levantarse de las palizas recibidas. El mexicano es también un poeta. Habitan entre sus textos, canciones y poemas que hablan de su mundo interior,en donde podemos apreciar con más claridad sus pasiones y obsesiones que lo acosan y le dan cuerpo y estatura. Es el habitante y su esperanza. El lado sonoro del recuerdo y la nostalgia, un ejercicio sinestésico: él observa en si menor; huele metáforas y sinécdoques, habla en amarillo y rojo. Quizá los recuerdos solo es una manera políticamente correcta de disfrazar lo inaplazable: él es una canción, un poema que se esconde detrás de un carácter jovial y dicharachero. Tal vez sea una canción que desea ser interpretada, un poema para declamar, un corrido con ínfulas de banquete. Tal vez JCPozo es un cancionero y el lector, la voz para hacerlo cantar. Es también la crónica de un grupo musical- Tocará- que ya forma parte de la leyenda de una ciudad llamada Santa Cruz, enclavada en el estado de California. Desde el corazón de un pueblo apenas despierto, Toño, Carlos y Rafael – de ahí el nombre de Tocará- día a día y durante muchos días, dos instrumentos de cuerda afinaron su canto, una flauta calentó sus huesos, y durante cuarenta y cinco minutos – no más, para no quemarnos- alzaron sus voces, con la esperanza intacta y la panza vacía, para alimentar de cantos y versos una ciudad que apenas despertaba. La calle tiene su propio lenguaje y Tocará supo traducirla más tarde, mucho más tarde, hasta convertirse en todo un fenómeno musical. Con su música, el grupo ganó concursos, fue telonero de grandes artistas, protagonista por derecho propio de muchos festivales, se convirtió en el precursor de la vida cultural de una ciudad que entonces dormía el sueño de los justos. Tocará cruzó desiertos, sierras y llanuras; luchó con sables, tigres y leopardos, exploró cuevas y espesuras, navegó aguas profundas y diáfanos lagos por diez años. Es un canto que se tejió con rosas y espinas. Este es el homenaje que hace uno de sus protagonistas. Es también una historia de amor. De cuerpo en cuerpo, paso a paso, sin merecerlo- como sucede con la grandes historia de amor-, encontró al final de su viaje la pareja de su vida. Porque, desde que la escuchó por vez primera, supo que era la pieza que le faltaba a su rompecabezas. No fue amor a primera vista; fue delirio al primer sonido, como si Cupido le diera permiso de sentirlo a la primera voz, como un homenaje a quien ha hecho del canto su amigo, y a ella su inspiración. Ya lo dije. La obra es múltiple, como múltiple el autor que la convoca. Tocará suena y resuena al son que más nos guste. Usted decide en qué tono la quiere, cómo abordarla: como confesión íntima a preguntas esenciales, como la añoranza de un tiempo perdido; como la emulación de las hazañas de Sandokan, héroes de la infancia; o la memoria musical de un grupo legendario; o la crónica de un amor prefigurado desde hace siglos. Le propongo otra alternativa. *** II Sólo tenemos que seguir el hilo del camino del héroe. Y donde habíamos pensado encontrar algo abominable, encontraremos un dios; y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos a nosotros mismos; y donde habíamos pensado que salíamos, llegaremos al centro de nuestra propia existencia; y donde habíamos pensado que estaríamos solos, estaremos con el mundo Joseph Campbell Tenía una vida y eligió vivir muchas. El camino común de la aventura mitológica del héroe, nos cuenta Joseph Campbell en su notable libro El héroe de las mil caras, sigu en general el mismo camino: el héroe recibe la llamada a la aventura, inicia su viaje desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, recibe ayuda inesperada que le permite enfrentarse a fuerzas fabulosas, las pruebas a las que se enfrenta pueden fortalecerlo o aniquilarlo, si obtiene una victoria definitiva, es recompensado con el encuentro con la Diosa, dueño de la gracia final, regresa con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos. 1. ¿Qué es la vida? Preservar en el ser. Sobrevivir. Si de eso se trata, debe haber un continuo proceso de nacer para evitar la disolución final. Sólo el nacimiento puede conquistar la muerte. Si las victorias no sirven para volver a nacer, ¿para qué sirven? La paz es una trampa. La paz sólo es de los sepulcros. Sólo los muertos descansan en paz. O así lo creemos. JCPozo no está contento, JCPozo no está muerto. Algo le falta, mucho le sobra. Alguien le dijo - ¿Y si nos vamos a los Cabos? Total, si no te late, te pegas unas vacaciones y ya. No pierdes nada, ¿qué dices? - Le entro, a ver qué pasa. ¿Por qué se aventuró a un viaje que le cambiaría vida y destino ? Estaba en una etapa de confusión existencial; donde cualquier aire me quitaba el calor; era indispensable abrir ventanas. No lo sabía. No era solo un viaje de placer, simplemente para abrir ventanas y respirar otros aires. No lo sabía. Era la hora de iniciar el viaje. De cualquier manera... Ya no puedo seguir en la parranda. Siento toquecitos en el corazón, Ser un héroe es tan fácil como encarar la verdad. Era el momento ideal para el descubrimiento íntimo que lo llevará a romper con el pasado, abandonar lo conocido, destruir el mundo que ha construido y en el que ha vivido toda su vida para construirse como un recién nacido. Él sabe, de alguna manera lo sabe. Para vivir verdaderamente es necesario renacer, para renacer es imprescindible morir y para morir es imprescindible despertar. El niño ha despertado. Es hora de cortar en forma radical con las actitudes y los apegos de una infancia que ya no da más. Es hora de crecer, es hora de viajar. 2. Aquello que una vez existió, ya no es. Lo que no era ha llegado a ser. San José del Cabo. Ciudad turística del extremo sur de la península de Baja California. Entonces tierra austera, inexplorada. ¿Había otra alternativa? Sin duda. Ignorar el llamado, perderse en el laberinto del corazón. No está solo. Está solo. Su pareja lo acompaña al principio; lo abandona después. Ya no llevan rumbo mis pisadas, Ya no veo orillas en el mar y todos los poemas que te daba hoy se pierden en la oscuridad. ¿Dime dónde tú te lo llevaste? Dime, qué le hiciste, hechicera. Del amor que me juraste, sólo el juramento a mí me queda. Está solo y no está solo. Otras fuerzas lo acompañan. Se abren oportunidades, más allá de unos días de vacaciones. Las estrellas se alinean, varias circunstancias coinciden para proporcionarle al viajero los amuletos necesarios para conjurar los peligros. El héroe que está bajo la protección de la Diosa de los cantos no puede ser dañado. Sobrevive. ¿Qué significa? El Paraíso no puede perderse; sabe y confía en que los guardianes habrán de aparecer. Contemplaba la ventana cuando lo vi. Más vivo que nunca. No tuvo que decirme nada, ya sabía a qué había venido. Había bajado del cielo para oírme cantar. A la mitad del canto, me invadió una lluvia de paz y mi corazón se llenó de compasión. No hay duda. He nacido para cantar. No está solo. Avanza, en su camino encuentra adversidades, duda. Sólo atravesando sus propios límites puede acceder a una nueva experiencia. Una vez que traspasa el primer umbral, es tragado por lo desconocido y parece que está muerto. Ha empezado el inicio de las pruebas. En este momento ya no hay regreso. El que era ya no es. La fantasía de que el paraíso es posible, sostiene el presente y prefigura el futuro. No está solo. Tiene una visión: Un libro de los que probé me había mostrado las decisiones que me hacen bien, las decisiones que me hacen daño . 3. A veces le gustaría estar solo. San José. La frontera hacia lo desconocido. Pide dinero prestado. Abre un negocio. Trabaja como blanco y como negro. Se endroga. Lo estafan. Lo pierde. ¿Cuál es la diferencia entre la vida y la muerte. A veces no lo sabe. Brujas, duendes y arlequines me zarandean. ¡Qué negra es la sensación de muerte! Se filtra por los poros del cuerpo y deja una condena en la memoria de los sentidos más pesada que el hambre, más intensa que una obsesión de amor. Una caricatura de vikingo, agandallador profesional, se cruza en su camino. Es uno de los retos mayores que debe vencer. Deja en su camino muertos y resucitados, confundiéndolos entre sí. Es altivo, tirano, no puede parar. El corazón se enreda siempre con la mente y no puede volar. Uno guarda memorias, otra juega a ser Dios: le da vida a unas historias y a otras no. 4. El héroe avanza un paso adelante, dos pasos para atrás. Ha dejado la oscuridad, la incertidumbre. Es el umbral que tenía que cruzar. Recibe ayuda inesperada. Un amigo, un hermano. Ahora está en Santa Cruz, California. Nostalgia de Maricruz. Cada quien con su cruz. Está solo y sin trabajo. Se queda en la calle, vive de la calle, se aloja en donde puede. Canta, cruza bosques inhabitables, encuentra personajes extraños. Ladrones, sicarios, embusteros, amores de traspatio, alguna vez, roza el crimen organizado. Canta donde puede, tanto como puede. No es en vano… habíamos superado nuestro estatus social: de paupérrimos a pobres. Su trajinar da buenos resultados. Tocamos en la calle, en las plazas, en los edificios, en los restaurantes, en las iglesias, en concursos, en festivales, en funerales, en cumpleaños y hasta en fiestas de narcos. El grupo callejero se convierte en leyenda. Y como buena leyenda, casi no hay registro musical de su andar sobre los cielos. Hay un disco, hubo un disco que se ha perdido o casi. Pero la gente recuerda. Las pruebas que ha sufrido- abandono, pobreza, aislamiento, traiciones, agandalles- preliminares a su gran desafío, son imprescindibles para abrir la conciencia y lo capacita para la última aventura. El matrimonio con la Diosa. Ha pasado las pruebas. Tras un largo caminar, llegué al final de un rayo, me encontré en una cueva que rebosaba luz. Dormí, soñé la historia del mundo, sus aciertos y desvíos, desde la dorada nada hasta el inmaculado ayer. El héroe es recompensado con el encuentro divino. Se desposa con el amor de su vida. Está del otro lado Desde que la oi supe que mi vida estaría abrazada por el fuego. Bella entre las bellas, el volcán no ha parado de alumbrar. En el lenguaje mitológico, la mujer representa la totalidad de lo que puede conocerse. Es la creadora del mundo, la vida de todo lo que vive, la muerte de todo lo que muere. A través de sus brazos, el espíritu del héroe queda eximido del sentimentalismo y resentimientos infantiles. Es el creador que se crea. JCPozo puede reconciliarse con el padre ausente; puede reconciliarse con lo que ha matado. Sabe que él y el padre son uno solo, por fin ha ocupado su lugar. El encuentro con la mujer es la prueba final para ganar el don del amor. La ha conocido. Ha conocido. Ya está del otro lado Lluvia de amor, la lluvia baja sobre los rostros, tiemblan las plantas, tiemblan de gozo. 5. Un día partí sin conocer la razón, sin rumbo dejé a mi alma ir, donde le fuera mejor, con muchas ganas de vivir Valió la pena. Valió el gozo. Valió el amor perdido y, ¡cómo no!, el recuperado. Ha escogido sumirse en la oscuridad, ha descendido a su propio infierno y ha vuelto renacido. Él sabe, ya lo sabe. Ya no está solo. No lo estará jamás. Para vivir ha tenido que renacer, para renacer fue necesario morir, para morir fue imprescindible despertar. Ha despertado. Es hora de regresar. La obra da testimonio de la sabiduría aprendida Ha hecho de la enseñanza su profesión. Forma a futuros héroes que buscan salvarse, salvarnos. Yo somos. Sin diversidad no hay vida, sino limbo. Sin todos, se rompe todo, quedan tan solo muchos aislados. Actuar igual a tantos para no despertar conciencias, es darle comida y techo a quien quiere acabar por dormir la nuestra. Un destino ya ordenado ciega a todo lo que lo rodea. Yo en mí y conmigo ellos, reflejo la masa de otro al caminar, camino en el riel de la vida, sabiendo el camino, sin titubear y regreso cansado y añorando ser la luna para no parar de soñar; entonces canto o me enrosco para viajar al lugar donde habito por dentro. Gracias a un conocimiento del ser, amor y estupor lo han guiado a través de la vida, ha logrado por fin la redención anhelada. Nosotros también nos sentimos redimidos. Tal vez saber no es conocer. No lo se. Se que a través de sus memorias conocimos. Y sabemos Tocará está aquí y con él tocaremos A ver a qué nuevas voces me lleva este sentimiento de liberación. Seguramente acabará sembrando canciones ...que llegaré a cosechar para poderlas cantar, no se puede ser lo que no se es. Sarainés Kasdan Sin palabras Quisiera tener medios para escribir lo que siento como para dejar un recuerdo que pudiera leer; pero con palabras no alcanza; son solo etiquetas, metáforas de paloma que nunca pudieron volar, superfluas maquetas del bosque profundo del corazón, cuyo sentir nos dice verdades que las palabras no. De pronto se agranda el espacio y sube el silencio: un abejorro pasa zumbando en el alma la nota que anuncia el milagro de una palabra perfecta… “¡por fin, tendré respuesta!” dice mi noble esperanza; pero la palabra nomás no llega, se queda corta, no alcanza a explicar el fondo de lo que siento yo. Los expectantes e ilusos sentidos que murmuran, esperan sus respuestas de un equivocado canal. No es la lengua, con su mar de infinitas inferencias, la indicada portavoz del hablar de los sentidos. Explicarlo sin las palabras pero con el sonido, sin una significación lingüística, sino esencial, es labor contemplativa; es un dejarse bañar por las luces que vienen del cielo y anidan el alma; un rendirse ante el fuego que surge antes de amar; un renacer interno, para el que no hay letra que sirva. Para decirles que siento, la palabra no me alcanza, es al canto, al que recurro para podérselos contar. Va Juan va... En un día cualquiera Juan se levantó, sintiendo la sangre por sus venas. Decidió barrer un poco el corazón de penas. Puso en barata su oportunidad de ganar seguro su equipaje con un par de remos y un bote de cristal... para el viaje. Va Juan va, cargando el sol a cuestas y manos diestras son su obligación, van bailando en medio de su siesta, con la pasión revuelta, un carnaval de notas sin respuesta, que andan repasando el rol para la fiesta. Le robaba al nuevo día una hora más: tiempos de invocarle a la fortuna, que le permitiera poder negociar, la luna. Pero el tiempo exige más intensidad, antes de mostrar sus amistades. La entrevista se tendrá que celebrar más tarde. Cuatro instituciones y una profesión, tradición con puntas de hojalata, Al rendirle cuentas de su decisión lo matan. En fin que ese río tendrá que cambiar, pues la opción hace feliz al viento. Yo me quedaré y él seguirá al final del cuento. Capítulo 1 ¡Ándale, compadre!, no tiene remedio, cántale porque si no, no comemos. Tocará: En la calle Desde el corazón de un pueblo apenas despertando y a través de sus calles aún ralas de caminantes, el sonido quejumbroso de la afinación de dos viejos instrumentos de cuerdas llenaban el ambiente. Acompañando a ellos, una flauta calentaba sus dedos en silencio. Los aparadores de los comercios, aún cerrados, ya eran blanco de las miradas ocasionales de algunos transeúntes. Era un poco antes del mediodía y ya algunas cuadras de la calle principal estaban ocupadas por músicos y saltimbanquis. Santa Cruz orgullosamente mostraba un gran escenario de espectáculos ambulantes. En una esquina rapeaba un consuetudinario armoniquista; el buen amigo, tocaba su pequeño instrumento que acompañaba su oratoria, una perorata interminable que lanzaba a los cuatro vientos, hubiera gente o no; lloviera o calara fuerte el frío; otra cuadra, se ponía un inconsistente conguero que parecía siempre estar solamente calentando sus manos, tocando una especie de guaguancó agringado; en la acera de enfrente, en cuclillas, afinaba su guitarra, una americana de la tercera edad que cantaba de repente canciones mexicanas. Lucía una pañoleta rosa que le cubría mitad de la cabeza, un vestido floreado, botines de gamuza y su viejísima guitarra country. Con su voz de cantante de ópera y su inconfundible acento, reverberaba en las calles del centro el “Ayayayayay.... P’ louma”. Ese fue el escenario de Tocará en sus inicios. Se requiere un temple diferente para adaptarse a ese terreno. Se aprenden muchas cosas que forman la sensibilidad. El olvidarse de estar consciente es la mejor sugerencia tanto para una virtuosa y sentida ejecución de un instrumento como para la pérdida de la vergüenza. Sin embargo, la necesidad, muchas veces, bloquea la salida por donde librarnos de nosotros mismos para darnos al arte o a cualquier actividad espiritual. Uno lo puede leer y lo entiende; pero hay que haberlo vivido para poderlo contar. La calle, tiene su chiste. Hay que agarrarle el modo. Las esquinas, por ejemplo, no son muy buenas para el negocio de la cantada; pues aunque el flujo de gente ahí es mayor, es difícil para el peatón quedarse a escuchar la música sin impedir el paso de otros. Por eso tocábamos en medio de la cuadra, en frente de alguna librería o restaurant popular. Así la gente se quedaba escuchando pegada a las fachadas, mientras permitían que otros pasaran de largo. Algunos músicos ponían mantas en el suelo y “con permiso, en este lugar me planto y lo aparto”. Y no había nada que hacer. Por eso, los buenos espacios se ocupaban de inmediato. Debíamos de llegar temprano o nos quedábamos sin buen lugar. Y no pocas veces tuvimos enfrentamientos con otros colegas que veían nuestra popularidad con celos; “estos guapachosos”, habrán de haber dicho, “sacan más en 45 minutos que nosotros en todo el día, cantan en un maldito idioma que nadie entiende y nos ganan los espacios, oiga no.” - Ey, guys, do you have a permit to sing in here? - Llegaban músicos tratando de intimidarnos. Nosotros nos hacíamos guajes, como que no entendíamos nada y solo nos movíamos tantito más allá. Tocará fue quien trajo la gente a las banquetas. 
Los tres fuimos en esa época, con el justo y ganado derecho, parte integral de la idiosincrasia cultural de la ciudad: un lugar de buena música y del existir con soltura; de amarse en cualquier sitio y a salvo; de variedad cultural y de gente con sensibilidades incluyentes; en fin, Santa Cruz era un auténtico mosaico de personalidades y sincretismo cultural que motivaba a la buena rebeldía y a la creatividad constante. Cuando nos montamos en la calle, Santa Cruz pasaba por un auténtico renacimiento cultural. Fuimos, a decir verdad, algo recatados para ese lugar. Uno caminaba un par de cuadras y ya se había topado con juglares, filósofos, anunciadores del fin del mundo, arlequines, en fin, todo una opereta de exuberantes personajes se llevaba a cabo en las aceras.
 Me recuerdo bien de una noche de Halloween que estábamos tocando disfrazados en la calle y no se podía caminar por ahí. Parecía un maratón de baile y exhibicionistas. Halloween en este pueblo es la fiesta principal del año. Las brujas salen por los poros de las paredes y tejados. Los disfraces en la calle son legendarios. Alrededor nuestro, la gente bailaba cual auténtico aquelarre; los dedos nuestros sufrían, al no contar con equipo de sonido. Todo era al “aviéntate mi Borras.” De alguna manera la música trascendía las limitaciones del sonido. Todos parecíamos oírla por dentro. Al poco tiempo, aunque abundaban otros colegas callejeros, nos fuimos adueñando del espectáculo urbano. En vista que la calle misma era un carnaval difícil de igualar con cualquier función, el empiezo de nuestra primera tocada en el pueblo, debía ser contundente, explosivo, sincero y trascendental. - ¿Aquí? – preguntaba Toño en una acera al principio de la avenida.

- No, mejor, allá, pasa más gente – le dije. - Pero allá está ese guey con sus tambores y no deja tocar - razonaba Rafael.
- Pues aquí no pasa nadie y ese del saxofón de enfrente nomás no se calla, luego si nos ve, no vaya a querer echarse unos solos con nosotros, porque entonces sí ya valió - les hice ver. - ¡Mira, ya se va el de los tambores! – advertía entusiasmado, Rafael, que era el que tocaba el cuatro y me hacía segunda voz. - Vamos, ahorita que hay gente. – yo los animaba. Llegamos al lugar ideal, pero nadie se atrevía a tomar la iniciativa. Lo difícil siempre fue empezar a tocar y esa era la primera vez en el país. La pena es plomo fundido sobre el empuje de la iniciativa; pero la necesidad siempre reina sobre ella. - ¡Ora carnales, no tiene remedio, a darle o no comemos. –Les decía ya un poco desesperado por la indecisión. Mientras Toño se entretenía practicando, asegurándose de tener bien sus solos que iba a hacer, Rafa llevaba horas luchando con una cuarta cuerda corta y deshilachada, para que le alcanzara y diera un tono entendible. Sospecho que en realidad tardaba tanto, por la vergüenza que daba tocar en la calle, en un lugar distinto, de cultura tan diferente y parados como niños chamagosos en posadas, sobre una banqueta de la calle principal. Rafa le echó una mirada de ayúdame a Toño que a su vez, me la lanzó a mí.
 
- ¡Deja ya ese palo mi Rafa, mejor agarra el cuatro! - le grito ya algo frustrado sabiendo que esa guitarra era caso perdido – Vamos a echarnos un joropo. - Sí, ya de una vez hay que empezar, solo hacemos el ridículo aquí tratando de afinar -dice mi hermano - ese cuatro no falla; acuérdate, en Ensenada, el paro que nos hizo. Discutíamos todo en español, mientras algunos mirones ya reunidos alrededor mostraban gestos de confusión. - Pero todavía no me recupero de los dedos. - Se quejaba Rafael, que portaba un curita en el anular. - ¡ Amarre, carnal! No había otra. - Bueno, ahí va pues. - Dice Rafael sabiendo que las alternativas se habían agotado. - A ver, dame “la”. Nos afinábamos con el “la” de mi quena, que no se podía afinar y estaba ligeramente más arriba que el tono natural. - ¡Ten-la! – lo albureo. - ¡Tómala! - Me revira con un re menor. Se rompe un poco la timidez cuando sabes que no hay de otra. Que tienes que lanzarte del trampolín, que tienes que dormir sin la luz prendida, que te la tienes que rifar en la primaria, que o tocas o no comes. Rafa dio dos rasgadas más al cuatro para asegurarse del tono y Toño empezó a latiguear en tres cuartos la línea del bajo que iniciaba su caminar con firmeza: tuntun tún tun Entraban las voces en contrapunto … Primera: La rai lai lai lai lai…. Segunda: lalarala, lailaila, la, la... Tercera: lailailalairala, lailailalairala… Y luego la canción. Y a todos los que me escuchan, 
aquí les vengo a cantar
un corrido venezolano que se llama el Pavo Real. Y el bajo… Tutún tun, tun tún tun tún… Se acercaba la gente… No estaban esas esquinas de Santa Cruz acostumbradas a esos ritmos y voces que traiamos. Tenían un sabor diferente e inspiraban rebeldía, pasión y libertad. Me tocaba mi solo de flauta: ¡Tuuuuuuuuuuuu! Desliz del “la” al “mi” hasta que el aliento alcance; y luego... lo que me cruce la mente. Los billetes y las monedas comenzaban a chocar dentro del estuche de guitarra colocado frente a nosotros; a nosotros se nos prolongaba la sonrisa y la intensidad y sinceridad de los aplausos nos iba derritiendo el miedo. Mirábamos el estuche y pensábamos en las posibilidades: comida, vino, cuerdas, vino, plumillas, vino, etc., vino. Con el tiempo, nuestras tocadas llegaron a ser verdaderas fiestas callejeras. La gente nos empezó a notar apenas llegábamos a la calle; y muchas veces ya eran ellas las que nos esperaban en las esquinas. No tocábamos mucho en la calle para no quemarnos pronto, mas nunca pudimos del todo liberarnos de la pena de tocar en ella. En los pensamientos corrían los remordimientos: “Dios, qué dirá mi familia, mis maestros y amigos; mi madre. Si yo vivía bien cantando a orillas del mar; para que chingaos me vengo para acá. Pero aquí estamos, no nos queda más que chingarle, a tocar...ya que". Era mejor perder la conciencia y con el tiempo se aprende esa lección. Tocará era tres instrumentos: dos guitarras, o una guitarra y el cuatro, y una quena, flauta inca hecha de bambú con un sonido más nostálgico que la morada del cóndor. Toño era el de la guitarra principal, Rafael el ritmo y yo la melodía. Los tres cantábamos. Yo era la primera voz, Rafael la segunda y Toño la tercera. Después de interminables sesiones de divagadas ideas, decidimos, al fin, llamarle al grupo Tocará. Tocará se prestaba por dos importantes razones: Era una palabra que representaba las primeras dos letras de cada uno de nuestros nombres: Toño, Carlos y Rafael ; y porque semánticamente, es una acción que nunca cesa de dar música, un imperativo. En la calle, eran sesiones como de treinta a cuarenta y cinco minutos. En ese lapso, sacábamos un promedio de sesenta a ochenta dólares por cada tocada (sólo una vez al día) y nos íbamos a digerir la experiencia al Acapulco, un restaurante mexi- gringo que servía vino tinto muy barato. Un vino cuya botella parecía florero y que sabía horrible, pero nos hacía olvidar un poco la situación tan precaria en la que nos encontrábamos. - Sabía que ese cuatro nos haría el paro – le dije a Rafael que ya se servía el segundo vaso de vino. - Fue inmediato su efecto, neta – me contesta. - De volada se prendió el público con el folclore. ¡Ah!, pero al ratito , cómo duele el maldito cuatro. Te cercena las pinches uñas, mira. – nos enseñaba unos dedos que parecían estar a la mitad, hinchados y con un chorrito de sangre en las orillas. - ¡Tenga, carnal! ¡Que friega! Bueno pues, salud, compas, a olvidar el dolor, no hay de otra. Yo tampoco podía cantar al último , no creas, - les dije – ya los agudos no los libraba; imagínate cómo habré sonado que un güero que pasaba por ahí hasta me dejó un dulce en el estuche. - Y luego, el huevudo, que en lugar de poner un dólar, - dice Toño rezongando, - muy campante , saca más bien uno de nuestro estuche y nos dice: "¡Hey, guys! You have too many. I play too, you know? You won't notice if I take one". - Oye de veras, que nervios. - le dije acordándome del tipo, músico de calle por cierto. - ¡No güey, ey! A mí se me reventaron dos cuerdas, en mitad de la segunda rola, no frieguen. Mira, mira nomás cómo quedé.– se dolía Toño enseñando sus ampollas en el índice y pulgar.. - Pero la libraste, carnal – le dije francamente asombrado de que pudo hacer con cuatro cuerdas lo que normalmente hace con seis. - Vaya tortura: cuatro cuerdas, ampollas en los dedos y tratando de hacer que suene el solo en la calle con esa caja de zapatos. ¡Agárrate! - Ese palo ni para el boiler sirve. - se burlaba Rafael. - Ja ja ja. – reíamos sinceramente. - Bueno, pues la libramos, camaradas, brindemos. - ¡Salud! - Dijimos levantando el brazo. - ¡Por Tocará! - volvimos a responder al unísono.

Así empezaba una aventura que duraría una década. Soy Soy de un ciclón de atardeceres. Soy de historias de aparecidos. Soy de esos encuentros, mucho más allá de mí, que queman con su aliento mi dormir. Soy Juana llenándome de besos, antes de ir a cama con mis rezos. Soy mis pesadillas que aprendí a vencer.Soy una barquita de pape De mi madre... soy toda ella; de mi padre... sólo ilusión. Ella es tierra y él... la más lejana estrella. Cada vez que siento ganas fuertes de saber quién soy, me recreo contemplando la ventana, mientras mi alma escucha una vieja canción. Soy su traje de marinerito. Soy dos velas más en su pastel. Siempre fui mi hermano, incluso antes de nacer. Soy una manchita de su piel. Soy de un viaje que deja tal veces. De dos semillas que me dan seguros.De una flauta simple, que me ayuda a comprender el amor que siento por una mujer. De mi madre...toda ella; de mi padre... sólo ilusión. Ella es tierra y él... la más lejana estrella. Cada vez que siento ganas fuertes de saber quién soy me recreo contemplando la ventana, mientras mi alma escucha una vieja canción. Soy la pluma revolucionaria. Soy la sangre agolpada en la idea. Soy el enemigo del que quiere arrebatar Lo que es de otra gente, para dominar. Soy mi pueblo del pobre hasta el rico. Soy anafre y jardín de lirios. Soy una frontera que fundió en el sol, mi alma, mi bandera y mi corazón. De mi madre... toda ella; de mi padre... sólo ilusión. Ella es tierra y él... la más lejana estrella. Cada vez que tengo ganas, fuertes de saber quién soy, me recreo contemplando la ventana, mientras mi alma escucha una vieja canción.

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