Maylén Domínguez se hace cargo de todas sus raíces, y las echa a andar hacia el porvenir. Cada línea que plasma es un documento de una vivencia, suya o de los suyos. Todo su verso es una apetencia de redención, un anhelo de cumbre y expansión. Al mirar la cepa mísera e insondable, se sube el viaje a los ojos con una fervorosa ansia frutal. Su estro ha cristalizado, y ya puede ver el universo a través del verso: advierte con serenidad cuánto enigma hay en la luz. Aunque a veces desearía desmemoriarse, todo lo vivido se le rapsodia interiormente, y canta en la evocación como una maga soñolienta. Su permanente diálogo amoroso es un hondo monólogo en la penumbra, cuando lo vivido es reminiscencia o suscitación del encuentro. Los lectores del presente cuaderno sentirán la sacudida de la poesía auténtica, y sabrán por los caminos de la sensibilidad que se encuentran ante una poeta cabal y humanísima. (ROBERTO MANZANO)