Misterios del Mundo Perdido I

  • Autor: Stella M. Gallero
  • Género: Libros Infantiles y Juveniles
  • ISBN: 978-987-08-0608-0
  • Nº Páginas: 144
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Año: 2012

Era el tiempo en que el viento susurraba el nombre de las cosas. La tierra era joven y no conocía pisada de hombres. Cuando los seres del aire viajaban en chispas de luz a través de la atmósfera limpia. Y los seres del fuego entibiaban el aire y no existía el frío. Entonces, los seres del rocío habitaron los ríos de agua pura y llevaron vida a la tierra. Y los seres de la tierra dieron vida a los bosques para que el viento en los árboles susurrara el nombre de las cosas y las cosas fueran. Era el tiempo en que las formas simplemente se nombraban para ser creadas. En ese tiempo fui diseñado y puesto aquí como guardián de los bosques y las cosas nombradas por el viento. Y el viento susurró: baobab, baobab, baobab… Y todas las cosas respondieron: baobab… baobab… baobab… El eco en las montañas lejanas repitió: baobab… baobab… baobab… Me hundí en la tierra y estiré mis brazos hacia el cielo. Y en un intento de abrazar al sol brotaron verdores de mis brazos, como estaba previsto en mi diseño. Y las primeras aves me buscaron para hablarme. Y las minúsculas criaturas salidas del arco iris habitaron mi savia y me cuidaron desde entonces. Muchos soles entibiaron mi alma, y la vida dentro de mí estaba encendida y respondía a la luz del padre Sol como contrapunto en una melodía gigantesca: el mundo. Los años pasaron. Me hice fuerte. Hasta que un día llegó el primer hombre y cuando lo hizo, supe que entendía el mensaje de las hojas, pero el viento me susurró: cuidado, baobab: no le hables. No cuentes tu secreto, pues fue echado de su Patria por traicionar al árbol de la vida… ten cuidado, baobab, protege el secreto. Protégenos, baobab dijo el viento. Porque era el tiempo en que el viento susurraba el nombre de las cosas y el hombre entendía el idioma de las hojas, y cuando él llegó, fue el tiempo en que la Luz debió proteger el verdadero nombre de Dios. Y hasta el viento se debió cuidar cada vez que debía susurrar… Y los seres del aire y los de la tierra y el agua y el fuego comenzaron a correr peligro… Los hombres se instalaron y poblaron la tierra, pero no vinieron solos. Descendieron a este planeta seguidos de otros seres a quienes les resultaba fácil engañar a los humanos, ya lo habían hecho en el lugar de donde venían. Los faltos confiaron en ellos en vez de creer en el Jefe de su pueblo. Y fueron desterrados. Quienes los habían engañado los siguieron. Los exiliados, convertidos ahora en mortales, no se dieron cuenta de la trampa, creyeron en ellos otra vez. Y comenzó una larga era de oscuridad. La vida estuvo a punto de ausentarse del planeta. Sucedió un día en que el cielo se puso oscuro de pronto. Fue de noche en plena mañana. El estallido sacudió la tierra Y yo extendí mis ramas para pedir a la Gran Luz por ellos y protegerlos. Las extendí hasta que ya no podía sostenerlas más, y lejos de mí se caían y se hundían en la tierra generando raíces, de las que crecían ramas nuevas y volvían a extenderse más y más allá, abrazando a las aves y a las hadas, a los gnomos, y a las minúsculas criaturas que habitaban mi savia y protegían la llama que la Gran Luz había puesto en el aire y en todas las cosas nombradas por el viento.

Deja un comentario

Estás comentando como invitado.

El envío de comentarios está sujeto a los siguientes Términos de uso.