Vega tenía nombre de estrella. Había dejado de quererse, y sus ojos se volvieron grises como un cielo nublado. Pero, antes de que su sueño de se rompiera en pedazos, era feliz, y su mirada brillaba como la plata. Marcos era un chico con la cabeza llena de estrellas, y estaba a punto de convertirse en una de ellas. Lo que nunca imaginó, sería enamorarse de una de verdad. De una chica con nombre de estrella. Vega, que se había cerrado para el mundo, le abrió la puerta de su vida a Marcos. A ese rubio de hoyuelos marcados. A ese chico que estaba a punto de lograr lo que ella se quedó a un paso de alcanzar. Y el simple recuerdo del pasado la amenazaba. Temía que su mundo pudiera romperla en cristales y, con sus pedazos, arañarle. Pero él no tenía miedo de hacerse daño con ellos con tal de quererla. Lo que no imaginaba, era que su alrededor sería lo que más daño le haría. Ella quería volver a vivir, y él quería quererla de la misma manera que se querían las estrellas. Quería quererla a compás de su música. Con los versos de sus canciones. Al ritmo de su baile. Pero, lo que más quería, era que ella se quisiera. A veces, las leyendas que cuentan las estrellas, se convierten en historias verdaderas.