Susana sabe tejer lunas de plata o de marfil, aunque en secreto, prefiera al sol. En la noche, su cuerpo se convierte en leño de pino con sabores azules o amarillos. De día le encanta bañarse más de dos veces en el mismo río, rodeada de peces traslúcidos que nadan a sus pies y se desconciertan. Susana sabe escuchar la música del mar compuesta por acordes misteriosos y sabe mirar las hojas que caen, quemadas por el sol. En ocasiones, la visitan colibríes azules seguidos por leonas, caracolas y un búho desatendido. Azul, todo azul, así era su mundo. Con flores de cempasúchil y de terciopelo, Susana construye altares interiores, cuyas velas e incienso cubren su alma con figuras bailarinas, animalescas, redondas. Susana continúa el invento de la vida en un tiempo sin certezas, colores sin música, ayeres olvidados, en los que el pájaro se detiene.