En Santo Ángel, un ficticio pueblo del Chaco, un tanto remoto, alejado y pobre, en apariencia tranquilo y tórrido, comienzan a suscitarse crímenes extraños e inauditos que perturban a sus escasos habitantes y deja perplejos e inermes a las autoridades. Lejos de poseer los conocimientos e instrumentos necesarios para abordar la investigación de los crímenes, nadie sabe cómo hacer justicia. José Herrero, un oficial inexperto es el encargado de investigar los crímenes en un pueblo indefenso que solo se conforma con dolerse con las muertes y enterrar a sus difuntos. La novela se rehúsa al enigma, al menos al enigma clásico. Ya en el primer capítulo se explicita que el asesino es Francisco de la Cruz, aquel ser que se levanta con una pesadilla que presagia la atrocidad del asesinato que ha cometido, sin saberlo, sin quererlo, porque lo ha hecho dormido, sonámbulo. Lo más inquietante no es saber quién es el asesino, que es evidente ya en las primeras hojas, sino cómo y qué motivos le impulsan a asesinar personas a este sonámbulo, en medio de un misterio que se irá resolviendo lentamente, adentrándonos en la naturaleza dual y siempre compleja de la psiquis humana.