Flipper

  • Autor: Enrique Decarli
  • Género: Literatura y Novela
  • ISBN: 9789874562661
  • Nº Páginas: 70
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Año: 2016

En La ley de la ferocidad, Pablo Ramos vuelve a ponerse en la piel del personaje que protagoniza la mayoría de sus libros, Gabriel Reyes, y nos cuenta, con ferocidad, justamente, y en primera persona, la vuelta de Gabriel al barrio en que el se crió, para ocuparse del velorio de su padre. Pablo Ramos dijo alguna vez que escribió esa novela para dejar de darse botellazos en la cabeza. Más allá de que esa frase sea simpática y un poco provocativa, más aún si pensamos la obra de Ramos como aquel cross a la mandíbula del que hablaba Arlt, es cierto que La ley de la ferocidad tiene un fuerte componente catártico. Hablo de ese libro porque no dejé de pensar en Ramos, mientras leía las diferentes versiones de Flipper, la primera novela de Enrique Decarli. Tal vez por contraposición o porque los dos libros transcurren en un espacio acotado de tiempo: muere el padre, el hijo se ocupa de hacer los trámites para el velorio y el entierro y deja que los recuerdos del vínculo filial entren y salgan en forma constante en el relato. En lo argumental, las dos novelas se parecen. Pero en el tono, en la voz del personaje narrador, justamente ahí, se contraponen. Decarli elige la mesura, incluso la despersonalización. A Enrique Decarli no le alcanzó con su oficio de cuentista para contar esta historia. Necesitó entrar en la novela, un formato nuevo para él, y para eso se aferró a lo que ya conocía bien: narrar con frases cortas, controlando las emociones de sus personajes, con capítulos cortos que parecen cuentos y que le dan a su primera novela una temporalidad fragmentaria. Anécdotas breves, que van deslizándose en forma casi imperceptible en el relato principal. La gestualidad, lo teatral, es fundamental en la obra de Decarli. Sus cuentos son piezas visuales. Perfectas. Flipper también es una pieza visual, o, mejor dicho, un conjunto de piezas. A pesar de que esta vez Decarli se mete de lleno en el realismo ¿sin esas fugas hacia lo fantástico que hay en sus cuentos-, es natural leerlo con la sensación de que lo que narra es apenas una parte menor del asunto. Siempre hay algo más. Algo inaccesible para los lectores, o, por lo menos, algo que intentamos empezar a descifrar, sabiendo, de antemano, que no vamos a poder hacerlo. Nos faltan elementos. La historia se nos va de las manos. Hay algo distinto, en relación a sus cuentos, algo más personal. En su novela se expone más, incluso hay cosas de su propia vida que están en juego en este libro. Pero conserva su marca, esa escritura medida, precisa, musical, ordenada. Él necesita ordenarse para narrar. Para que su mundo fluya con naturalidad. Y con belleza. Ariel Bermani.

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