El tiempo corre inexorablemente, con una velocidad tan profunda que parece no tener freno. Por momentos, nos apabulla, por segundos nos enreda entre vorágines de sentimientos y recuerdos que nos hacen querer seguirlo, aun a costa de nuestra pérdida espiritual. Hasta las horas son capaces de engañarnos con promesas fraudulentas; esperanzas borrosas capaces de arrastrarnos hacia un futuro lejano sin dejarnos apreciar como es debido cada una de las bellezas que nos brinda el presente: Un atardecer junto a los seres que amamos, una noche estrellada sobre la inmensidad del mar… Marchamos tan aceleradamente, que muchas veces, perdemos de vista esas maravillosas oportunidades, obsequiadas por la naturaleza con la finalidad de convertir nuestro pasaje por la vida en algo inolvidable, de tal forma, que cuando las libres almas deban emprender el misterioso viaje hacia la eternidad, tengan la posibilidad de llevar esas mágicas vivencias junto a ellas. . Doce meses plenos de incógnitas, y encuentros, que en diversas oportunidades, dejamos escapar, simplemente, porque no saber aprehenderlos adecuadamente. Comencemos entonces a disfrutar cada segundo de nuestro camino terrenal, deteniéndonos ante cada manifestación de magnificencia que éste quiera acercarnos, pues quizá, nuestro tren existencial no vuelva a pasar dos veces por el mismo lugar. Para nosotros entonces, los viajeros de hoy y siempre vayan estas humildes estrofas...