Como mucha de la buena poesía, este libro propone ser leído como un viaje. Lo más sencillo sería decir que va de la realidad al mito, sin embargo, sus rutas son misteriosas. Al final queda claro que Xibalbá está dentro de nosotros mismos, que la autora viaja por distantes países vecinos y que, siempre, vuelve al lugar del crimen. Sin descensos al inframundo, los poemas se manifiestan sobre geometrías no euclídeas, donde el cielo se va de cabeza y cae sobre los 29 grados centígrados que acarician una noche de Managua. Sin temer a la contradicción, Alejandra nos entrega “Detener la historia” sabiendo desde un principio que el tiempo no se detiene, que la historia simplemente seguirá girando como motor inmóvil. Al leer este libro nos percatamos de que, definitivamente, algo colocaron en nuestras tazas de café, algo que se confunde con el cardamomo y el porno-existencial, algo que nos despierta de la pereza metafísica, haciéndonos creer que las formas a priori de nuestra intuición se parecen a la historia o a una mujer girando en el pole dance. Mauricio Molina