Todos tenemos miedos, creemos ver formas en la oscuridad o reconocer nuestro nombre en un sonido lejano. ¿Quién ha dejado este cuchillo fuera del cajón?, porque yo no fui. Y, algunas veces, solo algunas, nuestros miedos están justificados, como cuando oímos en la noche que llaman a la puerta de nuestro dormitorio, y vivimos solos. O como cuando nuestro cerdo se rebela y asesina a nuestros vecinos. Por un lado están los temores cotidianos, a la delincuencia, a la violencia, a nuestras propias tendencias, a la ira, a la enfermedad, a lo desconocido; también a la muerte, pero más a la tortura, al dolor. Y, por el otro, aunque casi nunca nos muestre su rostro ―lo que nos hace pensar que quizá no exista―, siempre nos acompaña invisible el mal como fuerza transformadora, diabólica e implacable, presente desde antes del principio de los tiempos y eterno después de nuestra partida. Estimados lectores, no encontrarán mucha sangre aquí, ni sustos como en el cine, pero sí inquietud y bastante de humor negro. Estas historias no les robarán el sueño: quizá fuera mejor que lo hiciesen, para que no tuvieran que soñar con los personajes que, a partir de aquí, poblarán su imaginación.