Nicolás vuelve al pueblo después de diez años de ausencia para poner en venta la casa familiar y las tierras que ha recibido como herencia. Allí se reencuentra con la familia y los amigos sin sospechar que el viaje que lo ha traído de vuelta encierra otro viaje personal que le conectará con los misterios y los secretos escondidos en una construcción más antigua, la que se levantaba en el solar de la casa que tiene puesta a la venta. A dos mil kilómetros de distancia, la casa antigua reclama insistentemente a Gabriela, galerista de arte y amante de Nicolás, que tiene sueños y visiones recurrentes sobre los secretos escondidos en ella. Desde Cambridge es capaz de escuchar la canción de agua y olvide que fluye silenciosa en el subsuelo de una casa que solo existe en la memoria. Gabriela se siente atraída irresistiblemente por la melodía que marcó la vida de los que allí vivieron, porque los espíritus que habitan la construcción se abren paso desde las sombras del olvido para mostrarle la luz y la magia escondidas entre sus muros. Durante la estancia de Nicolás en el pueblo, y después de una visita a una cueva perdida en lo más profundo de la sierra, Don Anselmo, el antiguo farmacéutico, cuenta la historia de Francisco López Leyza, “el malasangre”, el bandolero más temido en las Villuercas a finales del siglo XIX, un hombre sin alma que perdió la vida por el amor de Sofía, una adolescente cuyo padre acabaría entregándolo. Una historia aparentemente inocente que oculta su conexión con el pasado más reciente de la casa que Nicolás tiene puesta a la venta, porque el amor y la alegría, la pasión y la tragedia que marcaron la vida de los descendientes del bandolero se mantienen intactos en el holograma de la casa antigua llena de presencias, tesoros y misterios.