Maria Martha Calvo

Biografía

Mi nombre es María Martha Calvo y nací en 1943 en Lima, Perú. Tuve la suerte de pertenecer a una familia con valores culturales muy altos, donde la superación personal siempre se alentó. Mi madre fue una notable pianista y compositora y de ella heredé mi amor por la música. Mi padre por su parte se encargó de introducirme a este mundo de ensueño y fantasía del que nunca he podido alejarme. Los primeros seis años de mi vida, por lo tanto, transcurrieron arropados en el muelle confort y gozando de las comodidades que la moderna ciudad capital ofrece a una típica familia de clase media. De pronto, a los siete años, súbitamente me vi catapultada, literalmente, a la época de la carreta cuando, debido a las exigencias del trabajo de mi padre, un abogado perteneciente al fuero militar, mi familia debió trasladarse a la ciudad de Iquitos. Las primeras impresiones recibidas al descender del avión en plena selva amazónica: las calles sin pavimentar de tierra de color rojo, las lluvias copiosas e intempestivas y las tormentas eléctricas nunca vistas en Lima, los árboles gigantescos, animales desconocidos y nativos semidesnudos con las caras pintadas, collares de cuentas y plumas en las orejas, sirvieron como desencadenante para lanzar a volar mi de por si fértil imaginación. Con el correr de los días, mis observaciones fueron abarcando perspectivas más amplias. Noté que, aparte de cuatro o cinco automóviles, dos pertenecientes a las familias más poderosas de Iquitos y el resto prestando servicio de taxi, las carretas jaladas por bueyes eran prácticamente los únicos vehículos disponibles y eran utilizados por los pobladores para transportar las cargas mas disímiles: tan pronto llevaban a una familia de paseo con sus atuendos domingueros, como todos los enseres de una casa apilados y precariamente amarrados con sogas para una mudanza; una iba cargada hasta los bordes con productos alimenticios rumbo al mercado y la siguiente acarreando una piara de chanchos al matadero. Al anochecer, por falta de electricidad, las casas adquirían un fulgor fantasmagórico con la pobre iluminación de lamparines a querosene, penumbra que a mis ojos contribuía a magnificar la gigantesca luna que iluminaba el grandioso rio Amazonas; esperábamos con ansiedad la diaria visita del aguatero con su burro y porongos cargados con agua fresca de manantial, porque la ciudad tampoco contaba con agua potable, y los sábados cuando el avión de Faucett llegaba con una encomienda con frutas y verduras que sin falta nos enviaba mi tío, ya que los vegetales del lugar no parecían avenirse con nuestros estómagos, nos dábamos un festín. Debían ser consumidos pronto, porque con la temperatura de 40 grados y sin refrigeradora se echaban a perder enseguida. Mi nuevo hábitat había empezado a fascinarme. Lo que para mis padres eran dificultades insufribles, para mi constituían todo un mundo nuevo e insospechado, listo para ser explorado. Cada día algo nuevo llamaba mi atención, orquídeas que crecían parásitamente en los arboles a la orilla del rio, pájaros que nunca había sospechado que existieran con plumajes de los colores más variados y brillantes; personas caminando con monitos diminutos en el bolsillo, sujetos por una cadena como si fueran relojes; uno o dos viajes en canoa al interior de la selva donde nos hundíamos en el fango hasta las rodillas y divisábamos serpientes colgando en los árboles —probablemente solo eran lianas— y monos saltando de uno a otro y armando un barullo ensordecedor… Eran demasiadas novedades para guardarlas para mi sola, así que empecé a volcar todas mis vivencias en innumerables e interminables cartas a mis primos. En ellas describía hasta el mínimo detalle los acontecimientos cotidianos. Esta innata curiosidad unida al apego por la lectura y la inclinación a describir lo observado, marcaron el comienzo de una carrera literaria que, sin embargo, tardaría en florecer. Otras aficiones dominantes en mi vida son la música y la pintura a las que he dedicado la mayor parte de mi vida adulta. He participado en varias exposiciones en Lima y Vancouver, Canadá, donde resido desde 1992. En la sección de fotos de esta website, http://mcalvo.shawwebspace.ca ,figura una selección de mis cuadros. Me casé, dos veces, formé mi familia y cuando terminé de criar a mis hijos me aboqué a cumplir con mi siguiente objetivo: aprender a tocar la guitarra clásica, solo para darme cuenta al poco tiempo de que ya era un poco tarde para que mis pre- artríticos dedos pudieran ejecutar los malabares requeridos, o sea que decidí enrumbar hacia la próxima meta. Casi por azar ingresé a un mundo para mi desconocido hasta entonces. Desde que pisé por primera vez una escuela de arte, no volvió a haber para mí un perfume más exquisito que el de la mezcla de trementina y aceite de linaza, ni nada más excitante que una tela en blanco que dependiera de mi cubrir su superficie con formas y colores. La pintura pasó a formar una parte muy importante de mi vida. Estudié arte durante siete años —con resultados más satisfactorios que los obtenidos con la guitarra— y sigo pintando hasta el presente. Mi técnica favorita es el óleo, pero también ocasionalmente empleo pastel, acuarela y acrílico. Hasta hoy he usado esta página sólo para mostrar mis pinturas, pero hace unos meses inicié un blog en este mismo sitio web con algunos poemas, pensamientos y reflexiones que espero algunos de ustedes encuentren interesantes. Cuando en los años ochenta el terrorismo hizo presa de nuestro país de nacimiento, mi esposo y yo, buscando un futuro menos incierto para nuestros hijos, decidimos emigrar a Canadá. Las dificultades, que todo nuevo inmigrante debe enfrentar, limitaron en gran medida mi producción intelectual aunque siempre me las arreglé para continuar pintando y escribiendo. Hace algunos años me di cuenta de que esas dificultades ya no existían. Como abuela, la responsabilidad de educar a mis nietos ahora correspondía a sus padres, estaba viviendo lo que algunos llaman “los años dorados” —que, dicho sea de paso de dorados no tienen nada a excepción de la falta de inhibiciones para decir lo que nos venga en gana—. Mi tiempo me pertenecía, el coraje no me faltaba y lo más importante, la materia gris aun estaba ahí —y en plena ebullición— pugnando por soltar el cúmulo de ideas y recuerdos, no tanto como realización personal, sino para compartirlos con quien quisiera leerlos. Siendo una persona inquieta por naturaleza, debo reconocer que ni aun viviendo nueve vidas como los gatos canadienses —que yo sepa en el Perú los gatos solo viven siete— hubiera podido cumplir con todos mis proyectos y como mi primera vida está llegando a su término y no creo en las ocho restantes, me resolví por fin a publicar mis obras. Mi temprana afición por las letras se ha visto fortalecida por la larga sucesión de experiencias que me tocó vivir posteriormente y eventualmente, mi narrativa inicial fue evolucionando de cartas a cuentos y relatos y finalmente a novelas, de las cuales he producido hasta el momento cuatro: «Ciudad Madre», «El Parque de los Sueños», «Abismos» y «El Regalo». Las carátulas de mis tres últimos libros son también obras mías y representan el espíritu de las novelas, tal como las concebí.

Bibliografía

«Ciudad Madre», «El Parque de los Sueños», «Abismos» y «El Regalo».

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