Hoteles y escritores

 

01/03/2012

Los hoteles son lugares efímeros en nuestra experiencia. Están hechos para la circulación, para el paso rápido, son una especie de "no lugares" (como los llama Marc Augé) en los que la gente está en tránsito y apenas establece vínculos con las demás personas. Es así, pese al esfuerzo del sector empresario por incluir en los hoteles actividades propias de la vida cotidiana de la gente, como son los gimnasios, lugares de esparcimiento, etc.

El mundo actual no se caracteriza por entregar desde lo comercial productos muy originales, está más preocupado por la cantidad que por la singularidad, y esto se ve en las grandes cadenas de hoteles internacionales que brotan como acné juvenil en todo sitio potencialmente beneficioso para ellas. A diferencia de los viejos hoteles de principios del XX, la cualidad esencial de estos nuevos sitios de nuestro siglo es parecerse. Por eso al despertar en una de sus habitaciones, uno no sabe si está en Buenos Aires, Cancún, Nueva York o Río de Janeiro, ya que nada las distingue de un lugar a otro.

Aquellos grandes hoteles de finales del XIX y comienzos del XX tenían singularidad, no se parecían en nada uno de otro y aportaban cierta distinción entre bohemia y señorial.

Quizás sea por eso que algunos escritores los adoptaron como propios y vivieron y escribieron en ellos, transformándolos en la propia morada, en un sitio permanente.

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