La cultura va al mercado

La tecnología abarata costos y democratiza la producción de cultura, pero ¿hasta qué punto esta facilidad para producir libros, discos y filmes es beneficiosa para el estado del arte, el público y los propios creadores? ¿Todo producto cultural merece el “aura sagrada” que lo rodea? ¿Quién dictamina lo que vale y lo que no? Tres artículos analizan la cuestión y aportan cifras días antes de inaugurarse, el próximo jueves, el primer Mercado de Industrias Culturales Argentinas.

POR MARCOS MEYER

 

CEREMONIA. El carácter sagrado de los bienes culturales se relaciona con la noción de patrimonio. En la imagen, una tarde en la librería Ateneo-Grand Splendid.

Hacia fines de la década del 60 un dibujo del hoy injustamente olvidado humorista uruguayo Kalondi se burlaba del drama de un lector que se enfrentaba a lo que para él eran las demenciales cifras de libros editados en el mundo por año, según la Unesco. Traducir al espacio (Kalondi era arquitecto) esa cantidad de nuevos ejemplares alcanzaba dimensiones de pesadilla, algo que se aumentaba cuando se lo pensaba en términos de tiempo de lectura y se mostraba no sólo inabarcable sino que lo que nos quedaba sin siquiera conocer crecía de manera geométrica. Aquello sumía al personaje en una tremenda angustia, ¿qué maravillas se estaría perdiendo? Hoy, que la cuestión de la cantidad en el mundo de la oferta cultural ha alcanzado cifras de ciencia ficción, la angustia parece haber desaparecido y tiende a consolidarse una cierta resignación que lleva a que se consuma sólo aquello que se puede consumir, aunque paradójicamente se consume cada vez más, por lo menos en el aspecto de la adquisición de bienes.

 

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