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Enfermedad y literatura


 

Enfermedad y literatura

La enfermedad siempre ha tenido su lugar en la literatura universal. Desde el Antiguo Testamento, que se hizo eco de las plagas que azotaron al Pueblo Elegido, pasando por las pestes, evocadas por Bocaccio en el Decamerón, por Daniel Defoe y por Albert Camus, que transformó la ciudad de Orán (Argelia). Uno de los ejemplos más curiosos es el relato
El dúo de la tos, de Leopoldo Alas Clarín, dos enfermos se comunican tosiendo.

La tuberculosis fue una plaga en el SXIX, muchos artistas la sufrieron y gran parte de ellos murieron por esta cauda, además, la larguísimas recuperaciones en sanatorios crearon encuentros fortuitos como el de Gala y Paul Eluard. O el del escritor Thomas Bernard y Paul Wittgenstein, que el primero dejó inmortalizado en una novela.

 

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La novela por excelencia de esta enfermedad es La montaña mágica de Thomas Mann. En su polo opuesto estaría la visión de la enfermedad que plasmó Camilo José Cela en Pabellón de reposo, publicada en 1944.

 

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No menos importante es la enfermedad en la actualidad, en El año del pensamiento mágico, Joan Didion mezcla la enfermedad y el duelo, de su hija y su marido, el narrador de la imponente novela Brújula, de Mathias Enard, es un investigador enfermo. Marta Sanz disecciona la enfermedad sin nombre: «El cuerpo es lo que nos duele por la presión biológica y la presión social».