Imprimir

 

Decálogo de rutinas para escribir

 

rutinas escritura

 

• Leer

Un modo de incitarnos a escribir, (y requisito imprescindible para aprender), es leer. Algunos opinarán que hay que leer mucho, pero no se trata de leer mucho o poco sino de hacer que la experiencia de la lectura se convierta en un acto de transformación, de aprendizajes personal y literario, que el estilo se vuelva un modo de ver el mundo (nótese que no usamos el término ficción o realidad, sino una cosmovisión más amplia que es la que nos regala la literatura).


• Delimitar un tiempo de escritura

Uno de los elementos que ayudan de un taller de escritura es precisamente que nos obligamos a nosotros mismos a esforzarnos a escribir, aunque nos parezca que no estamos a la altura, aunque sintamos que nunca encontraremos el modo de decir de forma adecuada y expresiva, grácil, lo que estamos pensando o sintiendo, el solo hecho de encontrar ese tiempo diario o semanal hace que avancemos en el proceso.

Es importante reservar un tiempo fijo al día, o un par de días a la semana, y seguro que irá aumentando de modo natural.


• Recibir señales

Como en cualquier práctica artística, puede ser que un día, un mes o un año nos visiten las mal llamadas musas, la inspiración espontánea, y que el texto brote de manera natural. Sin embargo, la mayoría de escritos parten del trabajo diario, no siempre tiene que ser el de la escritura física, pero sí que cualquier escritor tienen una actitud constante de búsqueda, de cazador o de receptor, poco importa, normalmente son ambas las que nos permiten relacionar ideas, inventar escenas, escuchar diálogos, imaginar situaciones…


• Compartir

Otra de las bondades de los talleres literarios es la posibilidad de compartir los escritos, no solo con el/la profesor/a sino con los otros compañeros/as.

A veces es más fácil detectar nuestros propios vicios de escritura en los textos de otros, también nos permite ver soluciones técnicas o imaginarias que quizás nosotros no hubiéramos imaginado.

Las tertulias literarias de toda la vida tenían también esta misión de intercambiar miradas, lecturas, de aprender a mostrarnos a través de nuestros textos, de perder el pudor y de aceptar la crítica constructiva.