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Detrás del nombre

 

miguel hernandez

 

¿Conoces a los autores famosos? ¿Sabes quién es Ricardo Eliecer? ¿Has leído  a Anita Raja, François Marie Arouet, Charles Lutwidge Dodgson, Eric Arthur Blair o Karen Blixen? ¿Sabías que Robert Galbrait o Acton Bell no son hombres?¿Qué se esconde tras estos misteriosos nombres que nos dicen poco? En cambio, probablemente sí conozcas a Elena Ferrante, la escritora que, -desde 1992, año en que publicó su primera novela, L'amore molesto-, ha vendido 25 millones de ejemplares en el mundo y ha sido traducida en 42 países. Pero la verdad es que el único nombre conocido, el de Elena Ferrante, es falso y todos los anteriores son reales.

Los seudónimos han sido empleados a lo largo de la historia por los escritores, hombres y mujeres, por razones diversas: en ocasiones por discreción; por el tema tratado; porque el autor se veía obligado a realizar obras comerciales de bajo valor literario para sobrevivir y no quería que fueran confundidas con sus obras literarias; porque las mujeres no podían publicar o, si lo hacían, era censuradas por la sociedad y no podían tratar casi ningún tema con libertad; porque el autor deseaba mantener el anonimato de  su familia; como estrategia de ventas; porque el nombre real era complejo de recordar... La realidad es que no mucha gente sospecha que Pablo Neruda, por ejemplo, no era el verdadero nombre del poeta chileno, el cual fue inscrito como Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. De hecho, a lo largo de su vida empleó numerosos seudónimos más fáciles de pronunciar que su nombre real, -los eligió para evitar a su padre el disgusto público, por el rechazo que le generaban a su progenitor los poetas-. El de Pablo Neruda fue el que triunfó.

En el mundo digital cada vez es más difícil esconderse detrás de un seudónimo. El caso de Ferrante se convirtió en Italia en un fenómeno detectivesco de alcance nacional. Un problema realmente extraliterario que nada tiene que ver con su obra y que muestra un fetichismo por las personas muy típica de esta nueva era. Escritores de prestigio como Erri de Luca que invitaba a estos "investigadores" a tomarse con la misma pasión  la tarea de «desenmascarar a los evasores de impuestos en Italia». La autora logró permanecer casi 25 años en el anonimato. Cuando fue finalista al prestigioso premio británico Man Booker International, la expectativa estaba puesta en si lo ganaría y, en ese caso, en la posibilidad de que desvelara su  identidad al recogerlo.
Finalmente, parece  "demostrado" que tras el seudónimo se encuentra Anita Raja, traductora que trabaja para la misma editorial que publica sus novelas en Italia. A este resultado llegó una investigación realizada por  Claudio Gatti, del «Sole 24 Ore», sobre el aumento espectacular de los ingresos y el patrimonio de Raja en los últimos años.

Otro caso que dio lugar a una intensa investigación fue el de J. K. Rowling, autora superventas de la saga de Harry Potter, la cual decidió  firmar su primera novela para adultos como Robert Galbraith. El libro tuvo escaso éxito. Los editores filtraron "anónimamente" la autoría al Sunday Times que encargó una investigación a Patrick Juola, un lingüista forense de la Universidad de Duquesne. Este utilizó un software que analizaba las secuencias de palabras adyacentes o de caracteres, las palabras más comunes y la preferencia por el uso de palabras largas o cortas y "demostró" que la probable autora era Rowling. Ella aceptó públicamente su autoría, lo que hizo que  la misma novela que no se había vendido se convirtiera en best seller.

Lo cierto es que la mayoría de las mujeres, a lo largo de la historia, simplemente no tuvieron elección. Publicar tras un nombre masculino era simplemente la única opción para ser reconocidas y publicadas. Fue el caso de las geniales hermanas Brontë, que publicaron sus obras con nombres masculinos los cuales, sin embargo, mantenían las iniciales de sus verdaderos nombres:  Currer Bell era Charlotte Brontë, Ellis Bell, Emily Brontë, y Acton Bell, Anne Brontë. A.M. Barnarde fue el seudónimo elegido por la  norteamericana Louise May Alcott, autora de Mujercitas, que escribió otras obras que trataban temas tabúes para la época como el adulterio y el incesto. En España Cecilia Böhl de Faber tuvo que firmar como Fernán Caballero o Caterina Albert como Víctor Català.

Charles Lutwidge Dodgson firmaba con su nombre verdadero sus obras matemáticas y eligió el seudónimo de Lewis Carroll para publicar Alicia en el País de las Maravillas, lo que consideraba un cuento infantil. Se inventó Lewis Carroll producto de la traducción de su nombre y apellido al latín, Ludovicus Carolus, y de nuevo al inglés.

Tampoco han faltado los que eligieron el seudónimo por cuestiones sociales. Karen Blixen, autora de las famosas Memorias de África, firmó como Isak Dinesen. Blixen pertenecía a la alta sociedad danesa, la novela tenía visos autobiográficos. Eric Arthur Blair firmó como George Orwell para no incomodar a sus padres, que habían caído en picado en la escala social.

La seguridad era otro motivo común, fue el caso de Voltaire, que fue inscrito como François Marie Arouet, pero después de su encarcelamiento en la Bastilla empezó a firmar con el seudónimo.  Y fue práctica habitual en el periodismo decimonónico: Leopoldo García-Alas, el escritor zamorano autor de La Regenta, firmaban como «Clarín» sus artículos en el periódico para el que trabajaba.

El más original fue el elegido por  Samuel Langhorne Clemens, Mark Twain, autor de Las aventuras de Tom Sawyer.  Eligió este seudónimo porque pasó un tiempo navegando como marinero en el Misisipi y " Mark Twain" era una expresión que utilizaban los marineros para avisar que hay dos brazas de profundidad, el calado mínimo necesario para la  navegación.