NOMBRES QUE FUERON...

 

CONCHA ESPINA Y TAGLE (DE LA SERNA)

Escritora.

 

El día 19 de mayo de 1955 moría en su piso de Madrid (en el número 32 de la calle de Alfonso XII, frente al Parque del Retiro), ya muy anciana, esta gran escritora montañesa que había nacido en la capital cántabra (aunque algunos biógrafos la hacen originaria de la población de Mazcuerras) el año 1869 [otros en 1877]. Todavía en este mismo año de su fallecimiento había publicado su última obra: Aurora de España, magnífico colofón para una novelista de raza desde que, en 1909, publicara la que iba a ser, además, su mejor narración: La niña de Luzmela.

De familia adinerada, se casó a los 18 años, trasladándose con su marido a residir en Chile. En aquellas lejanas tierras americanas la ruina les llegó implacable, regresando sin apenas “plata” a España el año 1898, y enviudando poco después cuando era ya madre de cuatro hijos. Desde ese momento iniciaría su actividad literaria, una insobornable vocación por las letras cuyos primeros, modestos, frutos se plasmaron en 1904 con su libro de poemas titulado Mis flores. En poco más de una década dio a la imprenta más de cuarenta volúmenes, en su mayoría novelas y cuentos, aunque también una obra dramática muy alabada: El jayón.

Junto a Carmen de Burgos (Colombine) fue de las escasísimas autoras que formaron en la nómina de los fundadores de la célebre colección literaria conocida como El Cuento Semanal, en cuyas páginas aparecieron narraciones suyas como La ronda de los galanes y el luego –ya citado- drama (antes fue cuento), El jayón. Aunque la popularidad no le fue esquiva en su país, ya en la década de los veinte los lectores de América premiaban con su aliento más cálido a la escritora de forma significativa. Por ejemplo, allí fue un éxito de los que hacen época sus historias de su tierra santanderina recogidas en un volumen titulado Pastorelas, que al final sería uno de los más traducidos de su copiosa producción.

En el transcurso de su larga vida recibió innumerables premios y distinciones, algunos de la categoría de, por ejemplo, la Medalla de Literatura y Arte de la Hispanic Society de Nueva York, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, o, al final de sus días, en 1950, la Medalla del Trabajo por toda una prolongada existencia dedicada a la creación literaria. Mujer triunfadora en vida, ya en 1927 –el mismo año en el que sería premiada con el Nacional de Literatura- vio cómo en la capital de su provincia, Santander, el rey Alfonso XIII inauguraba un monumento dedicado a ella (salido de la inspiración de un joven artista llamado Victorio Macho).y, también en su honor, se rebautizaba el pueblecito donde creció, Mazcuerras, por el de Luzmela. (En realidad, según confesión propia, ella había nacido en la capital santanderina, en el barrio de Sotileza.) Para entonces ya había publicado al menos dos de sus grandes éxitos: en 1914 La esfinge maragata (traducida a ocho idiomas y premiada con el Fastenrath de la Academia Española), en 1920 El metal de los muertos, y en 1926 Altar mayor. Por este tiempo, y en declaraciones a una revista, afirmaba haber acreditado ciertos derechos para, al menos, aspirar a un sillón en la Academia de la Lengua, aunque al final ni lo intentó a la vista de la cantada negativa, por parte de los miembros de tan “docta casa”,  al ingreso de las mujeres en las tareas académicas, haciendo gala todos ellos de una actitud machista y misógina, al parecer, consustancial a la institución. Ante ese muro, y eso lo afirmaba en la misma entrevista, Concha Espina se sentía compensada al saber cómo desde los Estados Unidos, y con el aval de algún miembro de la Real Academia Española, se la propuso para el Nobel de Literatura del año 1923, el mismo en el que, sorprendentemente, la misma “inalcanzable” Academia de la Lengua Española, en una jugada llena de cinismo, no tenía inconveniente en premiarla con un galardón de la RAE: el Premio Castillo de Chirel.

Aunque se la consideró escritora “de derechas”, a la llegada de la República apostó por aquél régimen (incluso figuró entre los firmantes que apoyaron y pusieron en marcha a la muy poderosa Asociación de Amigos de la Unión Soviética), nada extraño si se siguen sus novelas, muchas de contenido social, como la durísima El metal de los muertos, ambientada en el submundo de las minas y en las vidas miserables de los mineros, o la celebérrima -ya citada- La esfinge maragata, según la propia autora, “un alegato social”. No obstante, y una vez declarada la Guerra Civil, escribiría desde el bando franquista ciertas narraciones de circunstancias como, entre otras, Esclavitud y libertad (1938) y Retaguardia. Ciega desde bastantes años antes de su muerte, Concha Espina fue paridora de personajes tan importantes como el doctor Luis de la Serna, el periodista Víctor de la Serna, y de Josefina de la Maza, por cierto, autora de un emotivo volumen titulado Vida de mi madre, Concha Espina.

JOSÉ MARÍA LÓPEZ RUIZ