GUILLERMO PILIA-ANSIAS DE CLARA PALABRA
Por Angela Gentile
Los poetas poseen una imagen indescifrable a través del tiempo; podríamos decir que son seres que deambulan en busca de la Nada misma. En ese transitar, las imágenes se pierden o se transfiguran en lo atemporal, donde la plenitud configura una especie de territorio lingüístico para expresarse de manera personal. “Ansias de clara palabra” transita hacia espacios donde el centro parece aludir a la aflicción del alma; pero esa inquietud no es angustia, sino un deseo intenso de que algo ocurra, un camino anticipatorio iniciado en un siglo el XX donde el quehacer poético cabalgaba entre los ecos de grandes maestros, las vanguardias y el desafío de ubicar la propia voz. Pilia es un poeta que se ha centrado en los sentidos; pues desde su primer poema nos dice: “Aguzamos el oído” para encontrar en la lectura la ausencia que construirá las presencias de lo que se corporizará en la escritura. En ese mundo: los poemas y en esos poemas el destino que, más allá de cualquier horizonte, se recentrará en la palabra. Es un poemario donde dialoga la existencia articulada en torno a los conceptos de nuda vida y forma de vida, que según Agamben, permite que se distinga la potencia algo aristotélica, donde ser o no ser es parte de la decisión y, en este caso, apostar a la poesía y vivir para ella. Así, llega el poeta a la búsqueda del lenguaje del cual se apropiará para ofrecernos su palabra. Las palabras-puentes tienen una vinculación entre la existencia y la esencia; una de ellas que me ha interesado es agua en todas las formas posibles: “arriban desde el fondo del río”, “nuestras frentes, se ve el río” “hacia el río y los confines”, “sobre los campos y canales”, “la llovizna de la mañana”, “un niño herido por el agua”. Es extenso el recorrido, tan extendido que lo lleva allí donde “llueve en la ciudad negra”. La forma líquida es polivalente, purifica, regenera y llega hasta la muerte. Este tópico literario lo toma Pilia quizá para cumplir con ciertos ritos que se trasladan hacia la renovación del espíritu, donde aparecerán los recuerdos, pero bajo forma de instantes: “las redes de esta siesta”, “la cuerda salvadora”, “bajo el viento”, “bajo las vides silvestres” o las “tardes de oscuridad”, “el aire denso” o “apenas es el año que termina” o el momento en el cual “hay poemas que nacen a la hora del gallo”. Aquí lo que fluye junto a los instantes es el tiempo que el poeta lo anuncia como un instante de claridad recurrente en su propósito de escritura. Esta iluminación aparece con total solidez en su libro Orfandad de las cosas, con el cual concluye la antología. El nacimiento del canto abre el poemario con versos que brotan de la devoción, de esa búsqueda espiritual que lleva a Pilia a lo trascendente, tal como lo declara en el Salmo. Nuevamente, el tiempo en las horas tempranas, donde con el mundo en silencio el poeta puede acceder a la contemplación, guiado por la serenidad, momento ideal para la escritura porque el alma puede elevarse a la luz. A sabiendas de que hay señales impactantes en la oscuridad, como la metáfora “pasa la jauría”, aludiendo quizá al sufrimiento y la injusticia de la experiencia creativa; pero también en el momento de creatividad se puede asistir a la tragedia: "alguien que yace en lo oscuro / con los ojos abiertos y el cuerpo cribado", testimonia sobre los que han existido, transformando en arte esas vivencias. Inicia el libro con esta alabanza de la inspiración que es divina y el sufrimiento que es humano para llegar a la espera. Oficio del recuerdo es sin duda la incompletitud de la nostalgia, porque tanto el recuerdo como la memoria eran un oficio donde solo el tiempo atenuaba, como el patio o las paredes blancas en un mundo de claridad. Las nomeolvides parecen contradecirse, pues apelan a una memoria que se desvanece; y en ellas se aferran los instantes. Por allí circula la maravilla infantil del globo rojo en la memoria elusiva. Es Pueblo de Córdoba una elevación, una descripción astronómica de Orión; pero que esa visión del cielo “el halo de la tierra llovida”como “el alcanfor de la memoria” son los recuerdos eternos en tanta inmensidad; que contrasta con “el pueblo entero sonaba a verbena” junto a Aldebarán y el camino de las Pléyades resume lo cósmico y lo terrenal en una atmósfera indestructible por el hombre. El tema central en el poema “Ya es momento de iniciar la cosecha “que no dialoga con lo material sino que reaviva lo ignorado; quizá entre sentimientos y experiencias se revele la búsqueda. En la metáfora "mezquitas del cielo”, el poeta nos habla sobre la inmensidad y sacralidad del cosmos que se abre de manera reveladora cuando los atardeceres diseñan imágenes en el alma. Toda contemplación es interrumpida por esa barcaza que contrasta con la quietud en su navegar hacia la orilla, poniendo quizá fin al día justo cuando el astro transforma el río o el mar en “el agua de oro”. Este instante bucólico bien podríamos como lectores asumirlo y decir: Et in Arcadia ego, a pesar de sentirnos parte de la misma, intuimos que el dolor es posible en el paraíso junto al viento que bosteza para traer la brisa; y que conlleva la introspección al igual que las banderas que evocan el vuelo."Niebla del viajero” establece el viaje como prioridad y advierte el estado mental del que desea llegar, apelando a la paradoja del destino. La atmósfera es la de un mundo que despierta hasta la culminación de la niebla, donde la orientación es el destiempo entre la vigilia y el sueño. Somos ese tránsito constante. “Albur de la memoria”: ¿Qué quedará de nosotros? Propone el poeta imágenes como el viento, los cables de las barcazas, los llamadores de ángeles para dialogar con lo mundano y lo etéreo, un modo de seleccionar la melancolía. Todo es poesía pura en este libro, como la evocación del solsticio de verano de parte del hablante que se desvía hacia la añoranza. “Era mayo en los almanaques”. Casi finalizando esta antología, aparece el contraste entre quien se va y quien narra. Surgen las imágenes dramáticas, sensoriales, como esa mano que alborota los cabellos, un hecho teatral y cinematográfico dentro del poema. Imágenes surrealistas y simbólicas como: "en mi boca: / ángeles segadores recorrían / las madrugadas con hoces de estrellas / cosechando cizañas" —¿Por dónde se gesta la agitación interna del poeta? La finalidad es la evocación que finaliza con “la ansiedad de una muerte torera”, punto final, dramático y predestinado. “La guardia nocturna” regresa por la evocación en la imagen de los dedos y los pies fríos como símbolo de servicio."El corazón nos sigue a menudo, recuerdo y tristeza, lo que pasó y lo que nos duele no haya sido". Las experiencias pasadas persisten en el ánimo de quienes las vivieron. El poeta se aleja, nos deja en su atmósfera predestinadamente poética: Voy por el mundo desde entonces con cuidado /del amor de esas muchachas que con ellas/no se muera algo mío una vez más Regresa al corazón porque desde allí surge nítido y preciso. Guillermo Pilia busca la transparencia en el lenguaje, adjudica a cada palabra la iluminación sin ambigüedades ni rodeos. Transita en el torbellino de sus pensamientos y emociones. Surge en todo el libro la necesidad de dar forma a la luz, de hablar de poesía. P.S: Gracias Guiye por tanta poesía