ALBERTO BOCO: PARA UNA POÉTICA DEL DESENCANTO
(Sobre el libro “Enigmática gracia de las cosas”, Antología personal, Pinap Editora, Colección ‘Besos del Sur”, Buenos Aires, 2025, ISBN ISBN 978-987-48551-7-6.
Prólogo de Osvaldo Gallone)
La poesía es, para mí —no tienen por qué compartir mi fe— una forma del sueño que tiene la virtud de abolir temporalmente la solidez de la “realidad”. Parafraseando a Heidegger (“De la esencia del fundamento”, en ¿Qué es metafísica? -y otros ensayos-, Bs. As., Siglo XXI, 1970) nos dice “si la filosofía (y la poesía) quiere convertirse en lo que es, debe volver a su origen, antes de que ‘comience el dominio expreso del sentido común, de la sofística’.”. Abolir entonces la realidad prosaica del sentido común aniquilando a los “dos ciegos”, es decir, al tiempo y al espacio de las coordenadas cartesianas. No sabemos qué son esos dos ciegos, si acaso son algo, pero según el finado Kant condicionan nuestro pensamiento que, sin ellos, se torna imposible. Estos dos fantasmas obligados, creo, distorsionan todo lo que pretenden inducir: nuestro conocimiento de la realidad. La poesía, demoledora de ese ensueño en el que vivimos embargados, nos susurra y a veces nos grita para advertirnos acerca de las trampas de los dos ciegos. Porque la poesía ve. Y ve más allá del sentido común. La poesía es la batalla constante contra la fe. Tal como la realidad que se desdobla en apariencia y verdad, también la raza humana vive desdoblada. Es objeto y sujeto. Está siempre dividida entre opinión y verdad. Oscila entre la vida y la muerte. Alberto Boco, persona (sustancia indivisa y pensante según Boecio), es aquel amigo a quien estimo valiosamente porque compartimos ese espíritu burlón e iconoclasta de los falsos valores de nuestra sociedad consumista y miserablemente hundida en las contradicciones materialistas de los tiempos posmodernos. Alberto Boco, poeta, es el autor a quien admiro y sospecho que no convive con mi amigo satírico. Tal vez son apenas vecinos. El poeta, ajeno a los vaivenes que nos armaron los dos ciegos como trampa, está en otra situación vital. Está en el pasado que no olvida y en el futuro que no existe. Esa es su residencia y clarividencia. Desde allí -metafóricamente hablando, ya que no es un lugar, ni una localidad del mapa, ni un almanaque fechado- ejerce su clarividencia que expresa con frases simples, como de diálogo. Por eso, el escritor Luis Polo puede decir “leer la poesía de Boco es ser partícipe de un mundo del que uno no quiere bajarse, con la paradoja de que uno quiere ser atravesado o explotado por sus figuras que reflejan su vasta cultura literaria y también la que se aprende, muchas veces tarde, en una mirada lenta o inquieta, y al borde del sinsentido, en la vereda, en un café o en un bondi[ 1] de su querida Buenos Aires”. En esta antología estáíntegramente presente el poeta Boco. Con ilustraciones de la artista plástica Ida O, las imágenes grotescas de los comensales tal vez sean una forma de invitación a esta Última Cena de la degradación actual. En esas figuras fantasmales que disfrutan y acechan, está retratada toda la degradación moral de nuestra época. El poeta Boco no necesita impostar la voz para imponerse por sobre el murmullo imperante, por sobre el ruido de fondo, no utiliza artificios ni adopta poses sufridas o ensimismadas en torres de marfil. Boco nos habla con un lenguaje tan cotidiano como el de nuestros vecinos, pero lo que dice, lo que enuncia, no es tan banal: crea o destruye como dicen que hizo Dios: con palabras. En el prólogo, Osvaldo Gallone observa que el sentido predominante de Boco es la vista. Faulkner —recuerda Gallone— se valía de sonidos explorados hasta la exquisitez. Proust, en cambio, sentía cada perfume del pasado para describir un mundo que ya no existía. Boco observa, describe, ve, otea, señala su visión. Creo que la preposición de O. Gallone es acertada, aunque incompleta. Creo que más que mirar y observar, Boco deconstruye con todos los sentidos las edificaciones y los símbolos ante los que, hipnotizados, nos arrodillamos en este Tercer Milenio “tan quebrantoso” como decía doña Cándida, mi vecina en Paraguay. Esa “mirada” del poeta nunca deja de ser racional y crítica. En “Emblemas” (2002-2006) por ejemplo, ‘Nada parece falso ni verdadero al sonido de los celulares / el contacto con la palabra todavía produce algunas imágenes / y han evolucionado mucho los medios de transporte’, donde la clave está en ese “todavía” que sugiere un ocaso: ¿hasta cuándo será todavía? Mientras tanto no deja de notar las palomas en el cable de la luz. Lo natural atrapado en lo artificial. Si bien se ha construido mucho, hay mucho por destruir en esta civilización del Tercer Milenio. Hay muchos falsos ídolos —como decía Bacon— en lo que creemos conocer. De “Paisaje fronterizo” (2007-2008) el autor tomó y despojó lo que nos dice en “Olfatos” cuando advierte ‘Nada tiene que aprender en el tiempo ni fuera / del tiempo / y tienen algo de las fieras / los tigres no huelen un concepto / el miedo a ellos es la cuestión / los dioses aborrecen las denoides[2 ] del humano / atentos a la cantidad le cobran al héroe el precio / de la vida’. Ingeniosamente, huyendo de lo contingente, Boco desitúa el texto de la matriz del tiempo que pretende encerrarlo. Lo dice en un comentario el escritor correntino Augusto Abelenda: “La poesía de Boco nos introduce, verso a verso en su propio pensamiento. Un pensamiento silencioso que nos obliga a pensar en qué pensamos nosotros con su poesía”. Esta intimidad que nos lleva a la extimidad desterrada del tiempo, que es su alojamiento habitual, puede ser el precio que recaudan los dioses a cambio de la vida humana llena de lo terrorífico que es el existir. Tal vez la partitura de esa música de Boco se halle explícita en el último texto del libro “La prehistoria, la historia, el presente (esa ilusión)” empezando por el niño que escucha, casi accidentalmente, bajo una parra de un patio que ya no existe: ‘Se despierta la mañana y tengo ganas / de juntarte un ramillete de rocío’ cuando Homero Expósito, como un profeta, le revela la poesía.¿Cómo? ¿El rocío no es aquella dulce llovizna de la noche? ¿Cómo se puede juntar un ramillete de gotas? Sobrevino la fulguración. La epifanía. La zarza ardiente de las palabras que fueron capaces de mantener vivo aquel instante de fuego y el estremecimiento del “Yo soy el que soy Yo” de la poesía. Ese verdadero descubrimiento del lenguaje después acosará a sus padres con preguntas como ¿dónde termina el cielo?, ¿cómo será posible que la palabra ramillete perdure más que el mismo rocío matinal? Y dice Boco: “Los ramilletes trascienden los ‘Nunca’.”. El adulto, años después, atraviesa una crisis de las tantas que nos acechan. Detiene el auto a la vera de la calle y abre las Elegías de Duino de un Rilke que le confiesa en esa noche torturada que la poesía puede decir, crear y construir algo que no puede ser atraído a la existencia de ningún modo. En este segundo momento ya halla al niño con el ramillete eterno. Aparece un maestro, el poeta Mario Morales. Boco ya había comprendido que la poesía no es un juego para enamorados, ni una logorreica exaltación de paisajes, ni un instrumento para manifestarse impúdicamente al mundo. Morales no enseñaba: vivía la poesía, que es el mejor modo de enseñarla. En el presente, Boco declara su poética como “un desafío de la percepción por medio del lenguaje, como herramienta que apuntala modos de conocimiento que no se pueden obtener de otro modo que no sea por medio de la poesía y su aliado vital: la mirada”. Por supuesto que todos observamos el mundo para manejarnos dentro de sus márgenes, pero Boco no atiende el paisaje con ánimo instrumental y práctico solamente: recoge en la intimidad del todo aquellos residuos que los demás simplemente descuidamos. Yo mismo lo experimenté después de leer su Riachuelo, volví a la costa y constaté. Esos residuos de la realidad son la materia que Boco convierte en su verbo poético. Como señala Susana Santos en el estudio que consagró al libro: “Palabra suspendida en el lenguaje de todos los días, en sus sobreentendidos, en las líneas y entrelíneas, en los interrogantes (recordemos al niño que acosa con preguntas a sus mayores) y los bastidores: en el reino del resquicio”. Eso mismo. Lo marginal. Lo excedente. Lo que parece superfluo. Lo residual. Boco se impone relevar esos contenidos desechados que la simple vista y el sentido común del siglo XXI pasa por alto para rellenar ese vacío con música tecno o video clips, que no son más que simulacros comerciales de la realidad. En esta realidad, dice Boco, coexisten múltiples mundos, que aparecen, no por vía de la ciencia ficción ni otras artimañas, sino por la sutileza de volcar en forma de poesía el mundo cotidiano hechizado por esa sensibilidad subjetiva de quien hace poesía con lo objetivo. Dice el escritor Nicolás Goszi: “en los silencios que grita, en las verdades que canta, la poesía polícroma de A. Boco —dicha o entredicha, lineal o latente, nunca anodina— va delineando los claroscuros de la existencia hasta en sus recovecos más inasibles, y lo hace sin imposturas ni ampulosidades, con el trazo firme y paciente de la mano que se alza para cifrar el absoluto”. En “Cierta mirada, cierto humor” conversa con un imaginario coloquial que no está ahora ni aquí. Ni siquiera exige razón, aunque recurra a ella. La poesía es el lenguaje en estado puro, libre de los prejuicios civilizatorios, de las modas, de los tecnicismos. La poesía, dice Boco, “puede expresar solamente esas cosas y crear un mundo con lo que ella expresa”, que es lo mismo que decir que ese modo, esa expresión de lo poético rehúye lo meramente utilitarista y comunicacional. Su verbo, como flecha, atraviesa lo prosaico, hiere sin ser herido, puede hablarnos en lenguaje cotidiano, pero para decirnos lo que el poeta pudo capturar de la verdad detrás de las apariencias. La verdad al rojo vivo en ese modo de conocimiento asistemático frente a las ciencias, antidogmático frente a las religiones. La vida, que es creación continua, pertrecha al poeta para esta excursión que necesita de la luz para crear. La poesía es, también, iluminación, fulgor, despertar, resplandor en las cavernas oscuras. La nueva revelación que trae el poeta siempre es peligrosa, por eso Platón decidió su ostracismo, fuera de su “República”. Esa verdad-otra funciona como amenaza, es corrosiva de los valores falsos, cierra la puerta a los imbéciles y pusilánimes que jamás sospecharon siquiera de esa distancia que separa a las cosas de las palabras que las nombran. El poeta, el Boco que es poeta, ha derribado ese abismo en versos luminosos como: ‘Aturdidos en medio de grafismos y sonidos que ya no / son una señal nos hacemos desasidos de todo con la mirada y su trabajo sobre un decorado que apenas acelera para que sea / posible alguna visión’ (“Ruido blanco”), o: ‘Frío de lobos en la mañana de sol entre las nubes / julio en esta latitud es un viento que corta / podría ser Buenos Aires / cambian poco las cosas en el tiempo detenido’ (“Acechanzas2). O también: ‘de lo que se come crece / de lo que se come pero ya se sabe / que un niño como un poeta es un idiota que se miente / y un adulto es otro niño que además olvida.’ (“Los tubos digestivos”). O también: ‘bajo algún celaje que resguarda de tanta luz / hay miradas que no buscan piedad ni perdonan / miradas que sospechan / adivinan / ¿descubren? / que alguna forma de poder encubierto / quiere cambiar el sentido de las palabras’ (“Llegada de los bárbaros”). O también: ‘Miramos a lo lejos a la profundidad / que por aquí llamamos el cielo / para regodeo del ojo sucederán / trazos de brillo en la retina / esa ventana tan angosta’ (“Lluvia de líridas”). Así, verso a verso, Boco descubre, destruye y reconstruye esa palabra, ese nombre huidizo que nadie utiliza, pensando como los sofistas, que no tiene utilidad práctica, pero sin embargo es la clave de sol que organiza todo el pentagrama de esa música oculta que siempre ha sido velada, prohibida por nuestros recelos, encarcelada por las fuerzas del poder que siempre sabe ser socio del silencio. Como anota la escritora Eugenia Cabral “esta antología cubre 23 años de recorridas entre las cosas del querer y las cosas del saber. Entre las simples cosas y las cosas complejas. Y no nos vengan con que 20 o 23 años no son nada, si transcurren durante el primer cuarto de siglo de un milenio que venía precedido de grandes esperanzas para la humanidad. Boco se ha tomado con calma la esperanza y el desastre, esos vecinos ineludibles que trajinan por la misma vereda que los demás transeúntes. Boco patea las calles y explora los cielos”. Más allá de la musicalidad de los versos de estas enigmáticas gracias de las cosas, Boco también puede ser leído en silencio. La música que dejó escrita seguirá resonando, aunque un pelotón de fusilamiento apunte contra sus palabras. Ninguna pólvora o cañón ha conseguido jamás enmudecer a la poesía.
ALEJANDRO BOVINO MACIEL Buenos Aires, mayo 2025