ESPECTROS, MIL Y UNA HISTORIAS, Y CRÍTICA DEL PASADO Y DEL PRESENTE  EN TORNO A UN PARQUE. COMENTARIOS AL LIBRO "FANTASMAS EN EL PARQUE" DE MARÍA ELENA WALSH

(Walsh, María Elena. Fantasmas en el parque. Buenos Aires: Alfaguara, 2008, 258 pp.)

 

Marcelo Bianchi Bustos

 

El diccionario de la Real Academia Española (en línea, 22° edición) da al vocablo evocar dos acepciones: la primera de ellas señala que consiste en traer algo a la memoria, mientras que la segunda sostiene que es llamar a los espíritus y a los muertos. Estas dos ideas, que tal vez puedan parecer que son distantes entre sí, se unen en Fantasmas en el parque, el último libro de María Elena Walsh, en el que evoca al pasado y a todos los que han formado parte de él para construir una obra original en la que se unen la novela y la autobiografía.

¿Podrá creer el lector que es posible que se encuentren en un mismo tiempo y en un libro que, sin ser un libro de historia de la civilización universal, Sigmund Freud, el derribado Muro de Berlín, los ex combatientes de Malvinas y los dictadores de la Argentina? La respuesta a esta pregunta es sí, siempre que se piense en un texto en el que la autora evoca a todos esos espíritus, a los recuerdos, a sus muertos y a los que estándolo siguen estando vivos.

Su autora, recientemente fallecida, es una escritora argentina de fama mundial que ha escrito libros para niños como por ejemplo Zoo Loco, Dailan Kifki Doña Disparate y Bambuco, canciones para mirar, canciones para estos últimos como por ejemplo "El reino del revés" y para adultos, por ejemplo Novios de Antaño. Durante la dictadura militar argentina (1976 - 1983) formó parte de una lista negra y si bien no se tuvo que exiliar del país, debió limitarse a escribir obras para niños y artículos periodísticos, entre los que se destacan "Aventuras en el país Jardín de Infantes". Ha recibido gran cantidad de premios, entre ellos el Premio Mundial de Literatura José marti, el Gran premio del Fondo nacional de las Artes y el "Highly Commended" del Premio Hans Christian Andersen otorgado por la Internacional Borrad on Books for Young People.

En este libro, la trama narrativa compleja nos lleva a un mundo que por instantes parece que tuvo su origen en lo onírico pues en él se dan citas los más diversos personajes y temas. La variedad de éstos hace que por momentos pueda parecer que se pierde el hilo de lo narrado pero la recurrencia de dos personajes (la protagonista y la Negra, una psicóloga) y de un mismo espacio en el que transcurre la acción principal, el Parque las Heras, le dan una unidad temática. Según se narra, a María, la protagonista, le gusta ir a ese parque, lugar en el que se levantaba la antigua Penitenciaría Nacional y que hoy es uno de las plazas en torno a la que se levanta una zona en la que habitan personas de alto poder adquisitivo y gran cantidad de prestigiosas firmas.

Allí María ella evoca a sus fantasmas, a los suyos porque los vivió y los conoció directamente o a otros que le fueron legados al igual que a nosotros. Así, aunque parezca extraño, incluye algunos diálogos personales con el fantasma de Hamlet y le pregunta qué puede hacer si se le aparece en el parque el espectro de su padre. Retomando a Bécquer y su verso "qué sólo se quedan los muertos" la autora plantea "Qué solos nos quedamos los vivos, qué interminables son los duelos" (94). También evoca lugares que ha visitado, personas que ha conocido, libros leídos, convoca a sus amores, sus amigos y sus maestros, tal vez todos ya fantasmas. Como señala en el texto: "uno hace lo que puede con sus muertos, pero siempre pesa cargar con fantasmas, nos pasamos la vida buscando dónde ponerlos" (Walsh, 2008: 12). De los primeros, es decir de los lugares, el recurrente es la vieja penitenciaría y para hablar de ella y de su destrucción recurre a su análisis crítico de la realidad argentina y de muchos países de América latina que no preservan sus monumentos:

"Este parque, mejor dicho plaza, un terraplén elevado con pocos, viejos y bellos árboles empeñados en sobrevivir, construcciones a la bartola, escuela, iglesia, etc., fue la Penitenciaría, enorme edificio ocre, sólido, destruido en una noche como por un sismo, caído en ruinas para borrar algunos oprobios y congojas, sin salvar un solo cascote como recuerdo. Y ya nadie sabe lo que fue, ni para qué, ni por qué lo arrasaron.

Pudo haber sido conservado y transformado, como se hace con los edificios europeos que admiramos tanto. Pero no, esta pasión por la destrucción es gemela de la pasión por el crimen, que no ceja y en definitiva detesta el futuro y a las gentes que lo vivirán" (Walsh, 2008: 13).

 

En ese parque que marca su vida, aprende cuestiones vinculadas con el amor, con las pasiones, con la política, con el dolor. Ingresa allí, a la manera de un cuaderno de apuntes, un genial fragmento de Marguerite Yourcenar que comienza diciendo "Aceptar que tal o cual ser, a quien amábamos, haya muerto. Aceptar que este o aquel ser no sea más que un muerto entre millones de muertos" (Walsh, 2088: 58) para concluir que el olvido de los muertos forma parte de la vida, de un ciclo, del orden de las cosas.

También dentro de estos lugares hace referencia al Muro de Berlín, al significado de estar partido al medio tal como le sucedió a Alemania y de qué forma se vendía en los 90 fragmentos del horror bajo la forma de un souvenir: un pedazo del muro.  De los hechos se recuerda desde algunas cuestiones vinculadas con un cataclismo natural, un terremoto que asoló a la Argentina en 1978 mostrando con su agudeza una crítica al estado militar cuando narra: "Hace años, cuando esto no se podía hacer, esto de

reunirse, si hasta habían prohibido las mesas de café en las veredas, pues bien, cuando Buenos Aires tembló, sí tembló, fue en 1978, a la noche muchos acampamos aquí, vinimos con mantas y almohadones", hasta su felicidad por haberse podido ir del país en la década del 50: "En París, allá por 1953, cuando huí como pude de la monótona escenografía peronista" (Walsh, 2008: 31), en medio de lo que ella denomina la dictadura peronista . De los personajes seleccionados se destacan Bioy Casares y Silvina Ocampo, María Herminia Avellaneda, una productora de televisión de la Argentina de gran importancia en el retorno de la democracia luego de 1983 con quien la autora tuvo un programa llamado La cigarra, Graciela Borges y otras personalidades del ámbito local. Cada uno de los hechos que narra, que evoca es llevado al texto con el estilo de la autora y con una lucidez, pleno de ternura y de honestidad, plagado de ironía. Un libro para conocer algo sobre la cultura argentina en el marco del mundo, un libro para disfrutar.

 

Marcelo Bianchi Bustos

 

Profesor Adjunto de Literatura, Universidad Argentina J. F. Kennedy

Profesor del Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González,

Buenos Aires, Argentina

Profesor de la Facultad de Diseño y Comunicación, Universidad de Palermo

Profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento