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ELENA MARQUÉS NÚÑEZ, LA CASA: LA SOLEDAD QUE HABITAMOS

ELENA MARQUÉS NÚÑEZ, LA CASA: LA SOLEDAD QUE HABITAMOS

Caminos y metas que nunca llegamos a transitar o culminar. Sueños que se entremezclan con la verdad sin saber que serán aniquilados por la tenacidad y el herrumbre del día a día. Ahí, donde el despecho del destino se convierte en una tortura: la de la sinopsis de nuestra vida. Vida suspendida de las sombras del olvido. Sombras que deambulan por la pradera de los recuerdos y se tropiezan con la recuperación de la memoria.¿Quién dijo que en el pasado estaba la solución? El pasado y sus muescas de juventud y brillo que, como el oro con el que adornamos nuestros cuerpos, sin darnos cuenta pierde la eficacia de su poder y trascendencia en pos de esa realidad que poco a poco nos aniquila. En todas estas ecuaciones que nos propone Elena Marqués Núñez en su última novela, La casa, solo hay un elemento sólido que une a todos sus personajes: la necesidad del hogar como espacio compartido. Un espacio que utilizamos para ahuyentar la soledad que habitamos. Una soledad que no es solo universal, sino que es muy concreta, pues la autora se centra en todo aquello de lo que huimos a lo largo de nuestras existencia y nos hace inmensamente infelices. Sin embargo, de esa necesidad de huida surge un inesperado encuentro con nuestra biografía, por más que ésta se halle perdida en un pueblo desconocido del norte de España. En este sentido, Bárgina se alza como uno de los elementos mágicos presentes en la novela, y que tan bien maneja la escritora sevillana, pues dotan a esta historia de un territorio propio e inexpugnable en forma de tablero de juego donde se precipitan las ilusiones y fracasos de sus personajes. Y, a partir de ahí, la narrativa de Elena Marqués surge con la naturalidad de aquellos que conocen muy bien su oficio, porque sin duda, esta es la novela más madura de la autora, pues en ella maneja a la perfección un gran abanico de registros que la sitúan muy por encima de la media, por no hablar de su dominio del lenguaje, siempre abierto a la captación del más mínimo detalle y a la creación de una atmósfera entre real y onírica que nos transporta al centro del universo que nos narra. Como en el resto de la obra de Elena Marqués, La casa también es un espacio para la reflexión. En este caso, sobre la absurda idea de posteridad que tiene el ser humano en su tránsito en soledad hacia la muerte. Come decía Camus, los dos actos que ineludiblemente nos igualan a los seres humanos y que estamos obligados a hacer por nosotros mismos son nuestro propio nacimiento y nuestra muerte. Y es en ese camino, entre uno y otro, donde la autora nos sitúa su narración: «Porque la vida, prácticamente todas las vidas, solo son un cúmulo de momentos insignificantes que suceden porque sí, por pura inercia, y que no pasarán a la posteridad. Hay muchos, incluso, que morimos antes de estar muertos.» Vacíos existencial que no sabemos en demasiadas ocasiones como cubrir y que son la señal más demoledora de nuestro naufragio. Pero ahí no acaba todo, porque un poco más adelante nos hace pensar sobre la pequeñez e insignificancia del hombre frente a la naturaleza, el mundo y el tiempo: «La turbación del espíritu sigue siendo igual en París que en Roma que en los pálidos recodos del pasillo desbaratado de tu propia casa.», proponiéndonos una vez más la necesidad de ese viaje interior que nos consuele e ilumine. Tampoco se aparta Elena de la crítica hacia el mediocre mundillo literario actual: «Porque, al fin y al cabo, al menos en la ciudad en la que yo malvivía desde hacía muchos años, la élite literaria no era más que un círculo mediocre que se alababa a sí mismo como si constituyeran el más auténtico sucedáneo del Olimpo. Y en el que nadie podía entrar sin credenciales. Y esas credenciales eran absolutamente imposibles de obtener por el camino recto de la calidad literaria y la independencia personal… el mundo literario se reducía, como tantos otros, como la vida misma, a una palabra bisílaba que podía adornar con el adjetivo que prefiriera. O sea, que era un asco. Un puñeterísimo asco.» Demoledor, pero tan cierto como la más asesina de las lanzas que nos atraviesa el corazón y nos desangra hasta la muerte. Atrapados en la ensoñación que nos propone Elena Marqués avanzamos con la inseguridad del que atrapa sombras con sus manos. Sombras que en el caso de Luisa, Elena o Carmen son tramos del camino que ellas recorren de la mano de la soledad que habitamos.

Ángel Silvelo Gabriel.