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EL FABRICANTE DE HONRADEZ

por LEONARDO STREJILEVICH

Santiago Ramón y Cajal (1852–1934) fue un médico español, especializado en histología y anatomía patológica. Compartió el premio Nobel de Medicina en 1906 con Camillo Golgi en reconocimiento de su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. Como si su extraordinaria labor científica no fuera suficiente, además, escribió numerosas páginas literarias y entre ellas un extenso cuento llamado “El fabricante de honradez” publicado en 1905. Un encumbrado y distinguido doctor en medicina español, educado en los mejores claustros de Alemania y Francia y además formado en las disciplinas de la filosofía, discípulo de aquellos hipnólogos de principios del siglo XX que inspiraron entre otros a Freud, decide instalarse como Intendente en una triste e ignota ciudad de España para aplicar una vieja idea que le atizaba la mente desde hacía mucho tiempo. Afortunadamente, en el caso de este doctor, dotado de ventajosa e imponente presencia física, arrebatadora y convincente verborragia basada en una poco frecuente memoria que ejercía con notable influencia y con enorme ascendiente a amigos, deudos y clientes era capaz de imponer ideas o suprimir las existentes en las cabezas dóciles. Prestaba sus servicios profesionales gratuitamente al vecindario y presentaba con disimulado orgullo a su esposa una rubia alemana voluptuosa, agradable y muy sociable en todo encuentro público. En poco tiempo pudo captar la admiración, el agradecimiento y las simpatías de todos y cada uno de los convecinos. Muy pronto su reputación profesional alcanzó gran fama que se extendió a medio país y este hombre extraordinario se había convertido en una dorada leyenda y mito popular como en los tiempos apostólicos lo que prueba que la sociedad en la que vivía estaba aún en la etapa ingenua y sombría en que hablaban los dioses, aterrorizaban los demonios y se hacían milagros. La ciudad no era un modelo de sana convivencia, cundían el desorden, la liviandad, creciente marea de robos, borracheras, riñas, desacatos a la autoridad, depravación de las costumbres, corrupción de todo tipo en forma creciente e incontenible pese a las medidas correctivas y preventivas que el poder político había impuesto. Nuestro doctor creyó llegado el momento de proponer en conferencia pública la aplicación de una vacuna o suero virtuoso o antitoxina que había descubierto tras años de investigación científica y que actuaba sobre el cerebro de las personas desterrando las pasiones antisociales, la holganza, la rebeldía, los instintos criminales, la lascivia…y al mismo tiempo reforzaba las virtudes y apagaba las tentadoras evocaciones del vicio. Con este suero se puede conseguir la purificación ética de la humanidad y la conversión de los criminales en personas probas, decentes y correctas. Esta vacuna por consentimiennto popular y por imperio de la autoridad política se convirtió en obligatoria teniendo que sortear resistencias de todo tipo desde los dueños y parroquianos de burdeles, tabernas y casas de juego, prostitutas organizadas y los curas de la iglesia local. Pese a todo se aplicó masivamente la vacunación moral por medio de una sugestión colectiva tratando de excluir el sentido crítico disfrazando la sugestión con la capa de la santidad o del genio. De este modo la imposición se acepta, poque se ignora que lo sea. El público cae en la singular ilusión de atribuir al sabio o al santo un fenómeno que obra en su propia imaginación. El suero antipasional fue aceptado por la ignorancia del pueblo sometido al poder soberano de la sugestión. La gente educada en erróneos dogmas creen que las condiciones religiosas, filosóficas o políticas representan construcciones lógicas erigidas por la razón cuando en su mayoría, son fruto de la imposición sin pruebas de sugestionadores religiosos, pedagógicos y políticos. El experimento salió a pedir de boca, un huracán de virtud cubrió a todo el pueblo sin distinción alguna y nadie quería sentar plaza de pecador o vicioso incorregible.Cesó enteramente la criminalidad, huyeron para siempre el vicio, la codicia y la deshonestidad. Pero algunos pobladores inquietos por el porvenir temían que los habitantes se transformaran en autómatas o en máquinas morales incapaces de sentir el estímulo del pecado e impotentes para los arranques de la generosidad o el patriotismo. Poco tiempo después la vida comenzó a ser harto uniforme y aburrida con la gente inmersa en una desoladora atonía. Transcurrido un tiempo más los descontentos manifestaban en forma ruidosa las protestas, la nube del enojo crecía. Se lamentaban los caciques que sin vicios y malas pasiones, con salud, economía y trabajo al pueblo no le importaban los credos políticos salvadores y las panaceas sociológicas infalibles y lo peor si este estado de cosas continuaba tendrían que trabajar para comer. La insubordinación se hizo general y la tempestad amenazaba la cabeza del doctor y de quienes aconsejaron la aplicación de la vacuna. Se exigía la disolución del angustioso encanto de la virtud devolviendo al pueblo dormido para el pecado el pleno goce de su libre albedrío y la libre expansión y ejercicio de sus malos instintos. El doctor tuvo que administrar una contraantitoxina pasional advirtiendo que podría producirse un desborde generalizado de las pasiones dejando a salvo su responsabilidad profesional y recomendando a la autoridad la aplicación inmediata de medidas tendientes al sosiego público, la honorabilidad del hogar y el respeto de la ley y se obligaba a restituir a las profesiones sociales que asocian su bienestar al desorden, al vicio y al delito con deuda saldada con usura. Como estaba previsto aparecieron las tristes consecuencias de la imprudente contrasugestión y estallaron violentamente las pasiones, el desenfreno y la relajación. Nadie está seguro que la finalidad de la humanidad sea vegetar indefinidamente en el sosiego y la mediocridad, sin luchas, sin protestas, sin resignación a la miseria. Un poco de dolor parece indispensable, templa el carácter, aguza el entendimiento, destierra la molicie, crea el heroismo y la grandeza del alma, mejora moral y físicamente y es provechosa un poco de injusticia que ha sido el buril modelador de las instituciones políticas progresistas. Mientras alboreen remotos ideales , mientras gran parte de los hombres sean pobres, salvajes, tontos o ignorantes la semisugestión de la autoridad, de la religión y la disciplina serán indispensables para refrenar y calmar a los desheredados del cerebro o de la fortuna. *El cuento original tiene 64 páginas y esta paráfrasis no puede lograr nunca expresar la riqueza y el color de su contenido literario y de las intenciones de su autor. *Se acercaron a esta temática en forma parecida: Aldous Leonard Huxley en “Un mundo feliz” (Brave New World, 1932) George Orwell en “Rebelión en la granja” (Animal Farm, 1945) y “1984” (Nineteen eighty-four, 1949) José de Sousa Saramago en “Las intermitencias de la muerte” (2005): acerca de un país donde la gente deja de morir.