YA HE ACABADO DE TRADUCIR LA NOVELA

Estoy a punto de entregar a la editorial la traducción de la novela que me encargaron. Me siento insegura, nerviosa; estoy expectante. Deseo y temo su reacción. Si tuviera tiempo, empezaría de nuevo. Creo que no la he resuelto bien. Sin embargo, fui muy cuidadosa en estudiar el léxico que no conocía, en buscar la información histórica que necesitaba, en reescribir y releer varias veces el texto para no traicionar el original ni en sus defectos ni en sus virtudes…creo que era eso lo que debía hacer. Durante meses me he entregado a la traducción del texto del ruso al español para obtener un buen resultado. Ha habido muchos momentos en que me he sentido superada y con ganad de abandonar. Pero aún así ahora, cuando el texto está terminado, me siento satisfecha. Sin embargo, temo entregarlo, verlo publicado y leer las críticas y empezar a descubrir que la labor de varios meses tiene fallos aquí y allá; me horroriza pensar que sean muchos y me avergonzará que sean unos pocos.

Me consuela pensar que esta es una sensación que compartimos un buen número de traductores. Así que aún me quedan esperanzas de ser merecedora del título de traductora, que no traidora, de esta novela.

¿Por qué he traducido esta novela? Ante todo porque me lo pidió la editorial. El editor, todo un experto, la considera una gran obra olvidada de la literatura rusa. Así pues, con este aval, no podía negarme. Primera lectura: ¡sí! Un gran texto.¿Cómo no lo había leído hasta ahora, tantos años leyendo a rusos? Manos a la obra.

¿Por qué un texto relativamente fácil de leer no lo resulta tanto cuando hay que traducirlo? ¿Por qué de pronto las palabras que conoces y has utilizado mil veces parecen tener otro significado? ¿Por qué se resisten a acudir a tu mente las palabras adecuadas en tu lengua? ¿Por qué pasan los minutos a la velocidad de la luz y hay que abandonar la tarea sin haber pasado página? Calculas, y a ese ritmo no conseguirás cumplir con el plazo, generoso esta vez, que te ha marcado la editorial. Angustia. Pero ahora toca corregir las redacciones de los alumnos, y preparar las siguientes clases. Es la obligación, la que, a pesar de los recortes, me da de comer.¡Cuánto me gustaría vivir de la traducción! Pero eso parece vedado a unos pocos elegidos, a quienes envidio sanamente.

Mientras avanzo penosamente capítulo a capítulo, me propongo una vez más cambiar de sistema la próxima vez. Y eso que me había parecido que empezaba bien. Libro leído tranquilamente. Autor revisado. Cuando escribió la obra, qué quería comunicar. Buscada información y referencias críticas sobre la obra. Incluso una traducción al francés online. Pero no coincide plenamente con el texto ruso. Hay fragmentos de más y de menos.¿Cosas de las editoriales? ¿Es un caso típico de la traducción libre que se hacía en Francia? No obstante, me ayuda en algunos puntos a aclarar expresiones que no entendía. Qué maravilla de google y compañía. Qué rápido es ahora encontrar una palabra desconocida. Y cuántas palabras desconocidas hay en el libro que estás traduciendo que tus diccionarios no incluyen. Muchísimas gracias a todos aquellos que comparten la información en la red, porque el favor es inmenso.

Decido poner punto final a la traducción. Podría revisarla de nuevo, y volvería a cambiar cosas. Pero creo que ahora debo poner distancia y esperar que sean otros ojos y oídos quienes introduzcan las modificaciones necesarias. Me despido de los personajes del libro que me han acompañado estos seis meses; sé que voy a seguir pensando en sus peripecias los días siguientes. Me despido con un hasta luego del autor que acabo de descubrir, debo leer sus otros libros; intento imaginar las condiciones en que escribía su libro, ¿durante el día, a la luz de una vela, también compaginaba la obligación y la devoción? Pienso en los materiales utilizados, demasiado moderno para la pluma de ganso, pero desde luego el tintero sí estaría cerca.¿Cuántos borradores haría? ¿Cuántas veces debió rehacer la misma página? ¿O tal vez no? Que diferente a los tiempos actuales cuando el ordenador permite rectificar la palabra, la frase de forma fácil y rápida.

Y ahora, con el alma más aliviada, ya puedo enviar "mi" traducción al editor.

Maria García Barris

 


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