YO SOY EL PRÓLOGO

Yo soy el prólogo. Quiero que el lector entienda esto: soy el prologo, me he escrito yo mismo. Sin que tenga nada que ver el autor. Digamos que soy un prólogo en sí mismo, que ha brotado aquí mismo, que se ha escrito asimismo. Ahora bien: los prólogos tenemos por oficio y misión anteceder a las obras literarias, científicas o técnicas, cuando aquellas están contenidas en un libro. Cuando el prólogo lo escribe el autor, es para referirse a lo que él ha engendrado, ya para explicando distintos aspectos de la obra, ya para disculparse previamente, o agradecer a quienes le ayudaron a concretar su trabajo. En ciertas ocasiones somos escritos por personas ajenas a la obra, tal como una personalidad del mundo literario que avala al escritor; en otras, por la editorial para dar noticias y explicaciones sobre el autor y la obra, y en ciertas ocasiones por personas de una época posterior a la del autor. No soy yo solo: somos una familia algo numerosa, y desde hace varios siglos nos dedicamos a este oficio. Están mis hermanos prefacio, proemio, introito, exordio, preámbulo e introducción. Incluso está preludio, pero a él le gusta más tocar el violín y es más asiduo a conciertos que a las novelas. Luego, están los primos ultílogo, epílogo, compendio, recapitulación, resumen, conclusión, desenlace, epítome y fin. Y fíjese usted que curioso: todos estos personajes de la oración, le quieren quitar al punto final el privilegio de de cerrar la puerta de la obra.¡Claro! Lo ven tan chiquitillo; apenas visible, redondito y negrito que creen que no bastará para cerrar una obra. La más fanática para cerrar la puerta en la cara de un lector, es la palabra fin. Cuando alguien le reprocha que es redundante y que se superpone al punto final, ella dice que el punto final es tan minúsculo, que muchas veces ha sido confundido con las deposiciones de las moscas, y hubo lectores que con la uña del dedo meñique lo borró sin mayor esfuerzo, con la cual hubo y hay lectores hasta el día de hoy que siguen buscando el final de la obra. Pero, nosotros somos el principio, el alfa, mientras que los otros son el omega de la obra. En fin, de nosotros los prólogos nació un nuevo oficio literario: el de los prologuistas. Y de estos, hay que no escriben libro alguno, pero escriben en los libros de otros, y sobre ellos cabalgan enumerando, interpretando, explicando, haciendo complejas exégesis, trayéndonos anécdotas y puerilidades del autor, y por último, trayendo tal cantidad de pareceres, informes, y datos, que aquello viene a ser poliantea, y mejor: batiburrillo propio de un mercado de pulgas literario. Por suerte hay una jurisdicción consuetudinaria, editorial y de sentido común, que contiene la intemperancia de algunos prologuistas; pues de lo contrario se extenderían tanto que atropellarían al autor con empellones de conceptos, ideas y juicios, hasta hacerle caer de su propio libro, convirtiéndole en pasivo lector del prólogo, bajo el cual yacería sometida su obra si él aun vive, y en atiborrada lápida si muerto es. Aún más: es tal la lubricidad de estos prologuistas que succionan todos los jugos mentales de los lectores, haciendo que caigan entecos y desecados como momias egipcias sobre las páginas del verdadero autor; entendiendo y juzgando a través de los pronunciamientos del prologador, quien les ha hurtado su espíritu lectoril. Como conclusión, diré que quien quiera utilizar mis servicios profesionales, deberá tener muy presente que mi ética me impide traspasar los límites espaciales y/o conceptuales correspondientes al autor y a su obra, y que soy un ujier de cámara, presentando o anunciando que ha de venir; resaltando meritos antes que elogios, y si cabe, dando algunos datos biográficos. Por lo tanto, no se me debe confundir con el prolegómeno y la nota introductoria, que tiene por oficio explicar y extenderse sobre el contenido de la obra y de su autor. Y bien: finalizo esta exposición habiendo actuado como prólogo de mi mismo. O sea: un prólogo del prólogo. Como tal me he presentado a mi mismo, y como un espejo –espero que bien azogado- he mostrado mi propia imagen reflejada. No resta más, que el lector saque sus propias conclusiones.

Rubén Mattiazzi Río Ceballos, 15 de marzo de 2012


Comentarios (0)

No hay comentarios escritos aquí

Deja tus comentarios

  1. Al enviar comentario, manifiestas que conoces nuestra política de privacidad
Archivos adjuntos (0 / 3)
Compartir su ubicación

Te puede interesar

CursosCursosCursos de formación, escritura creativa.
Concursos LiterariosConcursos Literarios España y Latinoamérica
librosLibros Publicita tus libros
BiografíasBiografíasBiografías de escritores.
Recursos para escritoresRecursosRecursos para escritores
¿buscas editor?Publicar¿Deseas publicar?
AsesoríaAsesoríaAsesoría literaria. Informes, Correcciones

Cursos

banner cursos escritores org v

Asesoría

banner escritores asesoria v2

Datos de contacto

Escritores.org

CIF:  B61195087

  • Email: info@escritores.org
  • Web: www.escritores.org
  • © 1996 - 2024