Fuenteovejuna cumple 400 años

Arturo del Villar

   EN 1619 apareció publicada Fuenteovejuna, la comedia dramática de Lope de Vega en la que se escenifican las razones de ese pueblo cordobés para dar muerte violenta a su comendador, Fernán Pérez de Guzmán, por el  comportamiento tiránico hacia sus vasallos. Parece que la escribió en 1614, el año de su ordenación sacerdotal. Puede que tuviera presente un libro de la Biblia catolicorromana, no admitido en otras confesiones, Judit, en el que se cuenta cómo una muchacha judía enamora al caudillo asirio Holofernes, sitiador de su pueblo, hace que se emborrache, le corta la cabeza y se la da a su pueblo para que la cuelgue de la muralla. Auque la acción sea censurable, el jefe de la comunidad, Ocías, la recibe diciéndole: “Bendita tú, hija del Dios altísimo, sobre todas las mujeres de la tierra, y bendito el señor Dios, que creó los cielos y la tierra y te ha dirigido hasta aplastar la cabeza del jefe de nuestros enemigos” (13:18).       

Representación de Fuenteovejuna en el Corral de Comedias de Almagro.

   Este saludo es semejante al utilizado por el ángel para anunciar a la virgen María su concepción milagrosa. Sirve para validar religiosamente que el pueblo ejecute por sus manos a un mal gobernante. El enemigo del pueblo merece la muerte, y el pueblo debe ser su ejecutor. La autoridad de la Biblia justifica que los agraviados se venguen de quien utiliza el cargo que ocupa, sin haber sido elegido por el pueblo, en su propio beneficio.

   Es el resumen del drama escrito por Lope.Él introdujo un elemento muy de moda en su época, a juzgar por el teatro precisamente: el del honor mancillado, que en sus tiempos y los posteriores parece haber estado entre las piernas de las mujeres. El comendador tiene derecho de pernada sobre sus vasallas, a las que considera de su propiedad. Así se lo dice en el primer acto a dos que lo rechazan: 

   Con vos hablo, hermosa fiera,

y con esotra zagala.

¿Mías no sois? (Versos 600 a 603).

   Él estaba convencido de que lo eran, porque de hecho así sucedía en la sociedad feudal, y nadie ponía en duda las bases mismas de aquel sistema social basado en la diferencia de clases derivadas del nacimiento.

 

 

Los señores y los vasallos

   La acción transcurre en 1476, durante el reinado de los Reyes Católicos, precisamente cuando decayó el feudalismo, debido a que los soberanos querían ser reyes absolutos de sus estados, y para ello necesitaban despojar del poder a los señores feudales, de manera que lo detentasen ellos solos. Se considera que durante su reinado se produjo el cambio de la Edad Media a la Moderna, señalado en 1492 por ser el año del descubrimiento de América, advertible en la variación de las costumbres, aunque el sentimiento del honor siguió fijado entre las piernas femeninas

   El feudalismo fue un acuerdo mantenido en los inseguros tiempos medievales, por el que los campesinos aceptaban labrar las tierras del señor a cambio de pagarle los diezmos, y conseguir su protección contra ladrones y criminales. En caso de guerra, los vasallos debían formar un batallón a las órdenes del señor para ir a combatir,  aunque es claro que a ellos las disputas entre los señores no les importaban nada. Si el campesino no podía pagar lo estipulado, ante una mala cosecha, por ejemplo, era encarcelado por el señor.

   Durante a Edad Media hubo tres clases sociales, nobles, clérigos y campesinos. Por encima de todos se hallaba el rey indiscutible, cuya autoridad hacía las leyes. Según el pacto, el señor feudal era el propietario de las tierras, y los campesinos sus vasallos, que aceptaban trabajarlas a cambio de pagarle el diezmo. Pero de hecho el señor también se consideraba propietario de las personas sometidas a su dominio, y de ahí surgió el llamado derecho de pernada: el señor se reservaba el privilegio de poner fin a la virginidad de las mozas de buen ver, antes de que se unieran a sus maridos.

   La fijación del honor de los hombres en el sexo de sus mujeres tiene excelentes repercusiones literarias, no solamente en el teatro español, sino que también le inspiró con fortuna a Shakespeare. Por su parte, Caron de Beaumarchais, en 1784, vísperas de la Revolución Francesa y del paso a la Edad Contemporánea, basó en el derecho de pernada su obra insigne Le Marriage de Figaro ou la folle journée, que ha dado lugar a óperas maravillosas debido a que el conde de Almaviva quiere ejercerlo. Todo lo cual confirma que el teatro europeo estuvo durante siglos obsesionado por la fijación del honor familiar en la “pequeña diferencia” entre hombres y mujeres. Los eclesiásticos predicaban la castidad a las gentes como norma de conducta pública, y así favorecían esa creencia.

 

Bajo la tiranía

   El argumento de Fuenteovejuna sirve para justificar que el pueblo de ese lugar decidiera tomarse la justicia por su mano y ejecutar al comendador de la Orden de Calatrava, al que estaba sometido por ser su señor natural. El motivo se debió en el drama a la actitud tiránica del comendador, que se apropiaba de las mozas de su gusto, y después de deshonrarlas según el concepto de la época, se las entregaba a sus soldados para que también se divirtieran con ellas. Al vecino que se atrevía a protestar mandaba encarcelarlo o torturarlo o matarlo, según catalogase la ofensa hecha a su persona.

   Se basa el drama en el deseo lascivo que siente el comendador por una moza, Laurencia, prometida al labrador Frondoso. Cuando está a punto de comenzar la ceremonia de la boda en el segundo acto aparece el comendador, que ordena encarcelar al novio sin proceso y llevar a la novia guardada por diez soldados a su casa, sin explicación, aunque se supone.

   El padre de Laurencia, Esteban, es el alcalde de la localidad, pero el comendador le quita la vara de mando, “pues con ella quiero dalle / como a un caballo brioso”, a lo que sumisamente responde Esteban: “Por señor os sufro. Dadme” (versos 775 ss.). Así lo disponía la costumbre de la época: el señor tenía todos los derechos sobre los vasallos, quienes en cambio no podían alegar ninguno en su defensa. Lo único que se le ocurre decir en ese momento a Esteban es: “Justicia del cielo baje” (783), porque no puede esperarla sobre la tierra, al ser el ofensor la máxima autoridad del lugar.

   En el tercer acto se produce la reacción colectiva de los campesinos contra el tirano. Se celebra una junta y en ella Esteban arenga a los demás con términos que todos reconocen como verdaderos:

Respondedme: ¿hay alguno de vosotros

que no esté lastimado en honra y vida?

¿No os lamentáis los unos de los otros?

Pues si ya la tenéis todos perdida,

¿a qué aguardáis?  ¿Qué desventura es ésta? (18 ss.).

      Todos, en efecto, han sido agraviados en algún modo por el comendador que los gobierna despóticamente, por lo que responden de manera afirmativa a la propuesta que plantea el regidor, “Morir, o dar muerte a los tiranos, / pues somos muchos, y ellos poca gente” (46 s.), por lo que la justicia radica en la masa ofendida, en donde está asentada la verdad, y desde ella ha de organizarse la revolución social. La propuesta verdaderamente es revolucionaria, matar a la autoridad del lugar. Se trata de una pequeña revolución, reducida a un pueblo, el que soporta la tiranía, por lo que su alcance es muy limitado y no trascenderá ni siquiera a los lugares vecinos, aunque sí puede servir de ejemplo para otros en parecidas circunstancias.

 

La revolución

   Aparece entonces Laurencia, que exige formar parte de la junta, reservada por costumbre solamente a los hombres. Grita “que bien puede una mujer, / si no dar voto, dar voces” (63 s.), y hace un parlamente largo en romance para explicar cómo debió enfrentarse a la lujuria del comendador para salvar su castidad, según demuestran los golpes, la sangre y su cabello revuelto, que enseña como una confirmación de su resistencia. Después les dirige una arenga para echarles en cara su pasividad permisiva de las brutalidades continuadas del señor por falta de hombría:

Ovejas sois, bien lo dice

de Fuenteovejuna el nombre.

Dadme unas armas a mí,

pues sois piedras, pues sois bronces,

pues sois jaspes, pues sois tigres…

Tigres no, porque feroces

siguen quien roba a sus hijos,

matando los cazadores

antes que entren en el mar

y por sus ondas se arrojen.

Gallinas, ¡vuestras mujeres

sufrís que otros hombres gocen!

Poneos ruecas en las cintas.

¿Para qué os ceñís estoques?

¡Vive Dios, que he de trazar

que solas mujeres cobren

la honra de estos tiranos,

la sangre de estos traidores,

y que han de tirar piedras

hilanderas, maricones,

amujerados, cobardes,

y que mañana os adornen

nuestras tocas y basquiñas,

solimanes y colores! (107 a 132).

   Está exceptuado Frondoso de esa diatriba, puesto que se halla encarcelado en espera de sufrir la pena de muerte a que le ha condenado el comendador sin ningún juicio, por su única voluntad suprema. Los demás se sienten señalados con motivo por su continuada sumisión al tirano, y deciden actuar, montando una bandera que los ampare en su propósito, según  dice uno de ellos, Mengo, “que todos están conformes / en que los tiranos mueran” (156 s.). La revolución está en marcha, pero su instigadora no quiere que la realicen únicamente los hombres, por lo que también amonesta a las mujeres para formar una escuadra en el asalto a la casa del comendador:

¿No veis cómo todos van

a matar a Fernán Gómez,

y hombres, mozos y muchachos,

furiosos, al hecho corren?

¿Será bien que solos ellos

de esta hazaña el honor gocen,

pues no son de las mujeres

sus agravios los menores? (169 a 176).

   El comendador está ordenando colgar a Frondoso de una almena, cuando se escucha el ruido de la revolución, y manda que desaten al prisionero para que vaya a calmar a sus compañeros de vasallaje. No puede comprender que el pueblo se haya amotinado, porque él es la autoridad suprema, no cree que vayan a derribar la puerta de su casa, que es casa de encomienda, ni mucho menos que se atrevan a tocarle. Sin embargo, uno de sus criados, Flores, le advierte que “Cuando se alteran / los pueblos agraviados, y resuelven, / nunca sin sangre o sin venganza vuelven” (218 ss.). Forma Laurencia una tropa de mujeres, a las que dice sean “soldados atrevidos, no mujeres” (238), y junto con los hombres matan al comendador y ponen su cabeza en una lanza. Todo asemeja a Laurencia con la Judit bíblica.

El poder real

   En la escena siguiente ese mismo criado se presenta ante el rey Fernando el católico, y le cuenta a su manera lo sucedido en la villa, narración que  admira al monarca, según él dice, porque no era pensable una revolución campesina en su reino. Envía a un juez con el encargo de castigar a los culpables, pues así considera a los campesinos sin escucharlos, acompañado por un capitán que le proporcione seguridad.       

   Y se llega ahora a la escena más popular del drama, cuando el juez interroga a los campesinos, hombres, mujeres y niños, para que respondan a su pregunta: “¿Quién mató al comendador?” A pesar del tormento del potro aplicado a los campesinos, la respuesta de todos es la acordada, “Fuenteovejuna, señor”, lo que desespera al juez por su contumacia. Decide, por eso, ir a informar al rey del fracaso de la misión, y todo el pueblo lo acompaña.

   En la escena final la reina Isabel acompaña a su marido para dirimir el caso no resuelto por el juez. Ante los dos Frondoso cuenta su historia y la  de su prometida, a la vez que Esteban expone con brevedad lo sucedido, resaltando la sucesión de tales afrentas que han obligado a toda Fuenteovejuna a rebelarse contra la tiranía del comendador, acusado de ser el único culpable de la revolución popular, sin que ello afecte al vasallaje que todos deben a los reyes:

La sobrada tiranía

y el insufrible rigor

del muerto comendador,

que mil insultos hacía,

fue el autor de tanto daño.

Las haciendas nos robaba      

y a las doncellas forzaba,

siendo de piedad extraño (744 a 752).

   El acontecimiento era tan insólito que se entiende la perplejidad de los monarcas. Ellos representaban la justicia, que delegaban en personas como el corregidor para que la aplicasen en las localidades a su mando, y se encontraban con que el pueblo unido había interpretado la justicia a su gusto, y además la había ejecutado. La autoridad real quedaba suplantada por la popular. Ellos eran los reyes por derecho sucesorio incuestionable, y en consecuencia debían ser sumisamente obedecidos por los vasallos. No era  tolerable que un pueblo entero se atreviera a arrogarse el derecho a administrar la justicia. Pero ya que resultaría excesivo matar a todo el pueblo para vengar la muerte de un hombre, Fernando acepta dejar el caso sin resolver:

Pues no puede averiguarse

el suceso por escrito,

aunque fue grave delito

por fuerza ha de perdonarse (792 a 795).

   De ese modo queda a salvo el poder real, que Lope no podía cuestionar. Se entiende que los reyes están dedicados a sus asuntos, por lo que ignoran lo que sucede en el reino a causa de los malos administradores. Cuando se lo cuentan reaccionan a favor del pueblo. Así la revolución organizada colectivamente por todos los vecinos de Fuenteovejuna triunfa, sin que produzca más que un muerto, el culpable de todo.

   Es una solución democrática: el pueblo se convierte en ejecutor de la justicia encarnada en la persona del rey, por defender su honor. Y aquí Lope inserta una idea original, porque el concepto del honor estaba reservado a los nobles, sin que nadie se lo supusiera a los vasallos. Los campesinos de Fuenteovejuna demuestran ser honrados y tener honor, todo lo contrario que el noble comendador. La revolución fue legítima y necesaria.

 

 

 


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