Lope de Vega: Cartas (1604-1633)

Cátedra, Madrid, 2018.          

Para el caso, este interesantísimo libro-testimonio reúne al menos dos bondades: la una el proceder su redacción de la pluma de uno de los escritores con lenguaje más limpio, precioso y sencillo de cuantos haya dado el llamado Siglo de oro español (a mayores, sea dicho, el autor un gran amador, lo que añade atributos más o menos explícitos al lenguaje literario) La otra, que se trate de discurso de correspondencia, esto es, que se guarde en ese tono confidencial, libre, inteligente y deliberado que encierran las cartas. Y quepa recordar aquí que la literatura epistolar supone una de las representaciones más sinceras para conocer por dentro el alma de quien dice.                 A todo esto habría que añadir que el texto viene avalado por un trabajo minucioso, ordenado y preciso de quien pasa por ser un estudioso muy concienzudo del citado siglo español, labor demostrada ya con creces en su edición de la obra de Góngora, cual es el caso de Antonio Carreño. Decir, eso sí, que acaso el título bien pudiera ser: Cartas al duque de Sessa, por cuanto éste es el destinatario casi exclusivo de todo el epistolario y el que no corresponde, qué pena, al autor con sus propias cartas, razón por la cual desvirtúa la definición de correspondencia (y el intercambio habrá que pensar que, de uno u otro modo, lo habrá habido) Volviendo al principal del libro, el texto, es claro que sus virtudes aparecen por doquier. Incluso al margen de los asuntos que competan a escritor y destinatario, lo que añade un bis de provecho al curioso lector. Por ejemplo cuando Lope alude a la presencia de Góngora en la Corte, un Góngora famoso ya no solo por sus textos, sino conocido por su, antes, inquina declarada hacia nuestro cura mujeriego. Pero he aquí que Lope, con gallardía, elude memorias innecesarias: “Otra vez me he visto con el de Góngora, que acaso le hallé por la tarde con el Almirante. Está más humano conmigo, que le debo haber parecido más hombre de bien de lo que él me imaginaba”                 En las cartas, tal vez como cabría esperar, ese realismo sutil que sitúa en el tiempo toda circunstancia humana tiene aquí una dúctil y alusiva cita en la Comparación entre doña Sutilísima (¿Flora?) y Jacinta, las dos amantes del duque y consejos de Lope con unas quintillas burlescas: “Tan sutil entendimiento,/ y el artificio a la pinta,/ causara gran perdimiento;/ gracias a Dios y a Jacinta,/ que nos puso en salvamento// Que tal flaqueza tuviese,/ fue por que el alma se viese,/ y que aunque más le pesase,/ aun carne no le quedase/ para que espíritu fuese// Dejástela con razón,/ más como el gusto la abrasa,/ ya que de fornicación/ no es espíritu, se pasa/ a ser de contradicción// Vos dejastes un arfil/ de alcorza, por más sutil/ sujeto; mas yo me holgara/ que a Jacinta se pasara/ lo puto con lo sutil” Un ejemplo de lenguaje rico en una circunstancia real y material connotativa de una vida amena, de equívoca moral, simpática y verosímil.              España siempre irredenta para la imaginación, sobre todo la que se entretiene en las ‘virtuosas’ cosas del amor.

Ricardo Martínez www.ricardomartinez-conde.es


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