Mesa Toré por encima del tiempo

Arturo del Villar

   CREE José Antonio Mesa Toré que existe una continuidad entre todos los poetas que han dejado una obra en la historia, de forma que se suceden ensamblados siglo tras siglo, hacia la que podríamos imaginar como la Poesía total, suma de poéticas individuales comunicadas por un afán semejante. Lo afirma en su último libro, Exceso de buen tiempo, premio Ciudad de Melilla correspondiente a 2016, acabado de editar en la colección Visor (153 páginas, 12 euros). Con una alusión a la ya manida imagen manriqueña de contemplar la vida como un río deslizándose hacia el mar, “que es el morir”, Mesa Toré imagina a los poetas como ríos en un interminable desplazamiento hacia la eternidad, en donde reside la Poesía final:

                                 (Cada poeta

es un río que en otro desemboca,

y así juntos navegan por encima del Tiempo

hacia un mar indiviso cuya voz, si plural, es una, y es eterna.)

   Así está escrito en “La voz del poeta (Brines)”, un poema en el que trasvasa su propio sentimiento lírico engarzado con referencias a otros poetas, empezando por Francisco Brines, anunciado en el título, y también algunos invitados a los que no menciona sino por la alusión a sus libros, como la “oscura noticia” de Dámaso Alonso, y la presencia de Luis Cernuda en su Quimera desolada (páginas 140 ss.). Con lo que Mesa Toré declara continuar añadiendo el agua de su propio río a la que mana desde hace siglos en muy diversos idiomas, y continuará haciéndolo hasta el fin de esa presunta eternidad imposible para los seres humanos en su finitud anunciada. 

 

 

  Y se comprueba que el poeta va acumulando en este libro sugerencias a otros que le precedieron en el trabajo de hacer visible lo inefables. Se trata, pues, de una poesía culta, con numerosas citas explícitas, y muchas insinuaciones que requieren la complicidad del lector, si es también culto, para entenderlas. Encontramos citas tomadas del romancero, Catulo, El cantar de los cantares, Virgilio, Borges, Eliot, Lermontov, Lorca, Salinas, Juan Ramón Jiménez, Juan Rejano y otros poetas, que demuestran la variedad de preferencias constitutivas de esos ríos precedentes a los que suma ahora su propio caudal lírico Mesa Toré. La escritura confirma su personalidad interesada por la cultura, aunque esta palabra deba entenderse en su sentido más amplio, como cultivo del espíritu como función creadora.

 

Invitaciones trasparentes

   Además de esas citas concretas, en los poemas ha escondido invitaciones enmascaradas de otros ajenos intercalados en los suyos, con los que busca la cooperación del lector para alcanzar el entendimiento del texto. No es posible señalar todos los casos por ser demasiados; valgan como ejemplo “A un río le llamaban Madre Volga”, copia del río Carlos cantado por Dámaso Alonso, de quien se citan dos versos como pista (p. 88); el “Grito hacia la tercera Roma” que apunta a Lorca (p. 90), los “fieramente humanos” enlazados con Góngora y Blas de Otero (p. 94), “pisando la dudosa sal del frío” con vinculación también a Góngora y a Cela, tres versos de Altolaguirre intercalados en un homenaje a Moreno Villa sin revelar al autor (p. 134), y en este mismo poema insinuaciones de versos de Moreno adoptados como propios, tal “la selva fervorosa” y “puente que no se acaba nunca”. Además de cultura el lector debe tener buena memoria, para captar esas intercalaciones ajenas que navegan por este río caudalosamente lírico. Claro está que los poemas pueden ser gustados aunque se ignoren esas invitaciones añadidas, pero el gusto es mayor cuando se reconocen. 

   No todos los lectores de este mismo poema entenderán una acotación sobre la madrileña Residencia de Estudiantes, en la que estuvo alojado Moreno Villa. Parece que Mesa Toré ha querido dar una pista apta solamente para los enterados, cuando escribe:

Recordaré la fértil colina de los chopos,

en donde un trasatlántico navega tierra adentro, (p. 135).

   Para comprenderlo es necesario saber que Juan Ramón Jiménez, también residente, denominó Colina de los Chopos al lugar en que se levanta la Residencia, nombre pensado asimismo como título para un libro que acogiera sus recuerdos de ese sitio, uno de los muchos que él no llegó a publicar, y que el edificio más característico del conjunto arquitectónico es conocido por El Trasatlántico. Quien ignore estos datos no entrará en la comprensión total del poema, aunque no sean imprescindibles para realizar una lectura lineal complaciente del texto.

   De modo que Mesa Toré exige una gran atención a los lectores de su libro, si quieren entrar en todas o al menos algunas de las señales facilitadas para su entendimiento pleno. Andando el tiempo, cuando este poemario se haya convertido en un ejemplo de la poética representativa de nuestro presente, sus reediciones estarán cargadas de notas explicativas, para resaltar todas esas inclusiones de escritos ajenos despeñadas en el río discursivo del texto, como señal de que han pasado por encima del tiempo hasta anegarse en estas páginas.

 

Glosas de Juan Ramón

   Hay que detenerse en la constatación de un caso especial de admiración por otro poeta, que es Juan Ramón. Además de esa referencia oculta mencionada, se incluye una cita suya en la página 126, y hay dos glosas a otros tantos textos del moguereño convertidas en poemas. El primero revisa “El viaje definitivo”, uno de los Poemas agrestes, del que se citan los cuatro versos finales, para modificar ligeramente el último y adoptarlo como estribillo iniciador de tres estrofas, con el que concluir la glosa con naturalidad después de volver a modificarlo.

   El resultado es magnífico, porque Mesa Toré desplaza el tono melancólico empleado por Juan Ramón para imaginar al mundo después de su muerte, cuando los pájaros seguirían cantando como siempre, y construye una elegía por un amigo muerto, en la que son él y los demás seres humanos quienes continúan viviendo como si no hubiera pasado nada, “Porque los hombres siguen a lo suyo” (p. 122), sin que la muerte ajena sirva para influir sobre la vida propia. No obstante, el poeta denuncia “la memoria infiel de tus amigos”, y junta unas palabras como elegía para mantener su memoria, “tus cenizas / den aliento a mis versos”. Una glosa al mismo nivel comunicativo del modelo.     

   La segunda glosa juanramoniana forma el poema final de Exceso de buen tiempo, titulado “Alfiler y mariposa”(pp. 148 s.).En este caso no se encuentra cita del original, quizá por serlo el conocidísimo poema de Eternidades que relata la evolución poética del autor, desde que “Vino, primero, pura” hasta despojarse de adornos retóricos, por lo que creyó de nuevo en ella, y se convirtió con su desnudez en pasión de su vida. La glosa de Mesa Toré dibuja líricamente a las palabras como mariposas que van cayendo sobre la desnudez del papel blanco, después de una temporada en la que no escribió nada por falta de ánimos para intentarlo.

   El arranque espeja el del modelo: “Y vino primero una, y se posó muy leve en la hoja en blanco / como si recelase de aquella desnudez”, a la que siguen miles más, hasta dar forma a un poema, y al final a un libro entero, como puede ser este mismo, palabras con las que atestiguar la continuación de la vida para quien la interpreta con palabras. Por eso el poeta se plantea la justificación de una vida por medio de la escritura, y concluye la estrofa reflexionando así: “Y de nuevo creíste en ella y en ellas.” Es una glosa de Juan Ramón adaptada a la realidad de un hecho difícil de explicar, como lo es el de la escritura poética. Se trata, pues, de metapoesía aplicada para interpretar la poesía, con un resultado feliz, como logrado por un buen poeta conocedor del oficio y de sus dificultades.

 

Una poética contra la poética

   

   Este poema colocado como resumen del libro contiene la explicación de la poética de Mesa Toré, por lo que debemos continuar su lectura, más allá del modelo juanramoniano, que es solamente una disculpa en el intento de interpretar las motivaciones de la escritura lírica. Admite el poder de la inspiración, llámesela como se quiera, musa o duende, que armoniza las palabras cuando a ella le place hacerlo, y no cuando lo pretende el deseoso de escribir. Son las mismas palabras del román paladino, con el que conversa acerca de todas las cuestiones cotidianas. Sin embargo, esas palabras vulgares, propiedad de todos los que comparten un idioma, atrapadas en los diccionarios, pueden convertirse en una señal de vida personal, ser la obra que perpetúe los sentimientos conocidos en un instante que se quiere guardar como recuerdo vivo. Planteado así el proceso, Mesa Toré cuestiona la idoneidad de ese propósito:

Mas para qué engañarnos: siempre es vano el empeño

de quien con la palabra ansía devolver la vida al día

que es ya solo memoria, sueño, estatua

de lo que tal vez fuimos y nunca más seremos.

   En su opinión, pues, la poesía es efímera: cuenta una circunstancia determinada, pero lo mismo que un suceso se desvanece de inmediato para dejar paso a otro distinto, así también la palabra se pierde al hacerse memoria. La vida se puede contar con palabras, es factible relatar una autobiografía, como lo hace en este libro Mesa Toré, asunto sobre el que volveremos, pero es inútil pretender proporcionarle esas características única que definen cada momento. De modo que la poesía no pasa de ser un reflejo inútil de una aspiración fallida. En tal caso es lícito preguntarse si merece la pena realizar ese acto gratuito del poetizar para nada. El mismo poeta responde a la cuestión.

   Pero antes de ver su respuesta, conviene detenerse en la explicación en prosa puesta ante una serie de haikus, importante porque explica que “he tenido este cuaderno, pese a su apariencia lírica, más por una novela que por un conjunto de poemas: La pequeña novela de mi vida” (p. 64). Ahí está un trozo de autobiografía puesto en verso, para contarle al imaginario lector algo propio considerado de interés para compartirlo íntimamente. La aclaración concluye con esta cita del Tao te king: “Quien honra cuanto hay bajo el cielo como a su propia persona es digno de que se le confíe cuanto hay bajo el cielo.”   

   Volvamos ahora a ese “Alfiler y mariposa” tan cargado de significantes. Queda demostrada la futilidad de la poesía por su cortedad representativa, pero el poeta se siente obligado a honrar cuanto hay bajo el cielo, ahí por donde discurre su vida, lo que le incita a escribir una retractación, aun aceptando la exactitud de sus meditaciones, utilizando como vehículo comunicativo precisamente el verso. Se lo dice a sí mismo, en el resumen de su actitud contemplativa:

Y sin embargo, cuando pasas la noche en blanco

dándole caza al vuelo ciego de las palabras

para ponerle nombre –una vez más siquiera-

a todo cuanto es digno de honrarse bajo el cielo,

al apagar la lámpara ningún placer se iguala

a ver cómo en los dedos fosforece 

-tan frágil y tan breve- el oro virginal de una quimera.

   Digna es de honrarse bajo el cielo la vida en primer lugar, siguiendo el camino marcado por el taoísmo, que tiene como fin la virtud. El poeta pone el afán de su vida en el deseo de nombrar todo lo existente, a lo que honra al darle un calificativo original. El poeta ante el papel en blanco se halla en un paraíso dispuesto para él, con la obligación de nombrar a todos sus elementos, y así honrarlos. La vida del poeta se justifica en la poesía. No nació Garcilaso de la Vega para asaltar fortalezas que cambiaban de dueños según el curso de una batalla, sino para describir en verso cuanto hay digno de honra en este mundo.

 

Autobiografía en verso

   La nota aclarativa en prosa antepuesta a los haikus califica al conjunto como “La pequeña novela de mi vida”. En efecto, la poesía de Mesa Toré es autobiográfica, y en este libro se reproduce una parte significativa de su vida, con una mujer y una hija como lo que podríamos calificar cinematográficamente (el cine es uno e sus gustos) de estrellas invitadas. Toda una sección del volumen, “Sin norte”, tiene a su vida como protagonista, con repetición insistente de esa palabra, desde el primer verso del poema inicial, “¿Dónde puse esta vez la vida?” (p. 19), pregunta retórica, puesto que él sabe muy bien que está puesta ahí mismo, en esos versos. 

   Continúa en la siguiente sección, “Pasada ya la cumbre de la vida”, hasta el verso final quebrado del último poema, “En la vida” (p. 40). Este poema, “La flor campesina”, expone una especie de lamentación por haber tenido que dedicarse a la ocupación poética. Vimos antes que la inspiración le ha llegado en momentos distintos de su biografía, no de una manera continua, y en el momento del alcance se entrega a la creación lírica por obligación gustosa inevitable. Pasa revista al significado de ese proceso, y le entran dudas acerca de su idoneidad, porque llevar la vida a la poesía exige recopilar todos los momentos, los felices y los tristes, con las vacilaciones inevitables sobre la validez de un trabajo del que no se sabe si conduce a algún encuentro de la palabra exacta, capaz de comunicar su misma intensidad a unos lectores anónimos. Esos lectores son considerados sus semejantes, pero también hipócritas, como los calificaba Baudelaire seguramente con razón:

Tengo un vago recuerdo de que un día                

puse mi vida en sílabas contadas. […]

Poesía, jamás me señalaras

con tu dedo manchado de tristeza.   

   Pero lo hizo, y su dedo es dictatorial, no tolera disculpas. La vida puesta en la poesía se concreta en libros que van jalonando la pausada autobiografía del autor. Por supuesto, es irrenunciable lo que en este poema se considera un castigo de la poesía, ente abstracto al que pese a todo también se rinde culto en estas páginas, porque en las cuestiones espirituales están de más las consideraciones personales.

   Otra demostración de que esta poesía es autobiográfica se explica desde el título de la sección siguiente, “Libro de familia”, en donde son coprotagonistas de la historia la mujer y la hija, sin olvidar a un perro, que también merece un papel secundario. El vivir cotidiano hace la poesía, con sus pequeños detalles acumulados hasta dar lugar a una biografía. Un capítulo notable en ese paso del tiempo en compañía que es la vida familiar lo constituye un viaje por Rusia, menos turístico que literario. Le sigue otra sección, como contraste, centrada en Andalucía, con secuencias montadas sobre el presente, y un vano intento de hacer pararse al tiempo, tan cambiante como el mismo mar, para eternizar la niñez de su hija, entendida como un “edén sagrado” (p. 107) que inevitablemente habrá de perder. Pequeños datos circunstanciales juntados para constituir la autobiografía del poeta, relatada en verso contagioso para el lector.

     Así ha sido siempre la mejor poesía. El 14 de marzo de 1830 escribió Eckermann que Goethe le había confesado: “Mi poesía no ha sido nunca afectada; nunca he escrito ni versificado sino lo que vivía, lo que pesaba sobre mi corazón, lo que me preocupaba.” Debido a ello consiguió la alianza con los lectores de su tiempo, que le respetaron como el primer poeta alemán, y con los actuales. Es lo mismo que hace Mesa Toré, que versifica sobre lo vivido, y reiteradamente lo va exponiendo en sus versos. 

 

La historia en el tiempo

   La vida se compone de momentos presentes que pesan sobre el corazón de la gente, pero también cuenta con el peso de los recuerdos que han servido de camino hasta alcanzar esa plenitud del instante. No hay vida sin pasado. En opinión de Mesa Toré los recuerdos son unas sombras proyectadas sobre cada momento, en blanco y negro para diferenciarse del color característico del presente continuo. Unas sombras poderosas dispuestas a presentificarse ellas también, así como la sombra acompaña el ritmo del cuerpo ante la luz. Queda expuesto en un poema inspirado por la memoria de su madre muerta y la contemplación de su hija (p. 101), porque ya sabemos que la poesía de Mesa Toré pasa por encima del tiempo con el fin de enlazar situaciones diferenciadas:

Pero incluso el olvido vuelve sobre sus pasos

y enciende antiguas sombras, las tardes que eran mosto

resbalando gozosas por la piel irisada. 

 

   El pasado no desaparece, el olvido se reaviva, el tiempo se desliza en una eternidad presentificada. Todo lo vivido sigue siendo real y se halla señalado en nuestro cuerpo. La gran oportunidad del poeta consiste en fijar de manera permanente, mediante la escritura, esos retazos temporales que integran su vida. Somos tiempo en ebullición, que el poeta delimita con sus versos, y de esa manera construye la historia. Es un asunto que preocupa a Mesa Toré, y lo analizó al cambiar de siglo, que fue también trasvase de un milenio a otro, dos épocas sucedidas solamente con el mínimo arranque de una hoja de calendario, gesto vulgar pero con incidencia sobre el tiempo:

Más recuerdos tenemos que memoria.

Y es que ya somos parte de la Historia

-la parte oscura, claro, esa letra pequeña

a la que nadie atiende-. (P. 29.)

   La Historia con la inicial mayúscula es un ente abstracto compuesto por las historias individuales de los seres humanos. Algunos grandes personajes se encargan de hacer la gran historia, y los demás somos la pequeña historia individual materializada en los recuerdos. En ella los poetas aportan sus testimonios, pero no son los que titulan los capítulos, reservados para los reyes, aunque es indudable que la función social de los poetas es más necesaria que la adjudicada a los reyes. Lo anunció Hölderlin, y el verso se ha hecho materia en muchos idiomas: “Pero lo que permanece lo fundan los poetas”, que son los nombradores de las cosas para mantenerlas unidas en su espíritu. La vida es una sucesión de anécdotas sueltas coordinadas para constituir una historia, que relatada por un poeta se convierte en su autobiografía. En Exceso de buen tiempo se expone la de Mesa Toré en un momento decisivo de su evolución biológica, y al estar acertadamente descrita da lugar a un buen libro de poesía, en letra grande por la seguridad de su palabra bien sostenida en el tiempo.

 

Y otros poemas

   El tema fundamental del libro es, pues, la autobiografía del poeta, que se nos va presentando en una acumulación de secuencias con fundidos en negro. La interpretación de la vida como una película se encuentra en el poema “Una limosna” (p. 123), por medio de una viejo proyector evocado en la infancia, lo que permite al poeta una larga reflexión acerca de la vida y de su inseparable compañera la muerte. Es un poema elegíaco, en el que se cuenta cómo la vida transcurre a semejanza de una proyección cinematográfica, terminada con el final esperado.

   No obstante, en la escritura de la autobiografía tienen también un papel secundario los que en términos cinematográficos, por continuar con el argumento abierto, son conocidos como artistas invitados. Así, encontrar la fotografía de unos niños retratados por Cernuda durante su colaboración con las Misiones Pedagógicas de la República, sirve como incitación para realizar uno de esos saltos temporales a los que resulta tan aficionado Mesa Toré. Inicialmente evoca las primeras filmaciones realizadas por los hermanos Lumière, la locomotora del tren que asustó a los sorprendidos espectadores y la salida de los obreros de la fábrica (p. 138).

   Sin embargo, ese recuerdo de cómo nació el que consideramos el séptimo arte deja paso inmediatamente a la secuencia de una proyección a los niños de un pueblo durante la etapa en que la República se preocupó por acercar la cultura a quienes nunca antes supieron nada de ella. Y aquí Mesa Toré realiza un trávelin histórico, para resumir en siete versos el desenlace agónico de aquella etapa feliz republicana, cuando la vesania de unos militares cambió la cultura por el culto a la muerte de la inteligencia, y aquellos niños ansiosos por aprender tuvieron que convertirse en milicianos para luchar por la libertad de su patria:

Dejémosles en ese sueño eterno,

antes de que el país que los unciera al yugo  

de la desesperanza y la pobretería,

haga jirones esta humilde sábana,

la tiña con la sangre de una misma familia,

ponga en sus manos tiernas

un rabioso fusil, una quijada de asno.     

   La vida del poeta se halla imbricada en las de sus contemporáneos, comparte sus vicisitudes. Nacido en 1963, Mesa Toré no conoció la guerra, pero sí padeció la posguerra y sus consecuencias en carne propia. No puede sentirse ajeno a la historia en letra grande, la colectiva, por lo que está obligado a insertarla en la descripción de su autobiografía.

   Una cuestión de trágica actualidad cotidiana es el afán de muchos africanos por alcanzar las costas europeas, para escapar de la guerra, el hambre y la miseria presentes en sus países de origen. Un excelente poema, “Pieles blancas al sol de Italia” (pp. 126 ss.), que no se debe trocear, cuenta la llegada de los cadáveres de dos muchachas subsaharianas a una playa, de Italia como podía serlo de España, sin que los bañistas se inmutasen por ello, y dejaran de tostar sus pieles blancas para adquirir un tono oscuro, semejante al de las muertas:

Leños carbonizados en la arena amarilla,

nadie se asoma al pozo donde baila la muerte  

con sus pulseras rotas de ébano y de salitre.

   Eso también es historia en letra pequeña, que conmueve a quien posee sentimientos humanos. En Exceso de buen tiempo todo lo que hay bajo el cielo es digno de ser honrado, la vida como la muerte. Si el poeta ha compuesto su autobiografía, lo ha hecho para demostrar que nada humano le es ajeno, y lo relata en verso con exactitud implacable.

 

La métrica también cuenta

   Quedó explicado que Mesa Toré es adicto a la cultura, por lo que su poesía había de ser culta. Utiliza un verso sin rima y sin una métrica determinada, con preferencia por el ritmo endecasílabo con sus adjuntos heptasílabos y alejandrinos. En algún caso puede considerarse un mal uso de la cesura, al separar dos vocales iguales que inevitablemente pronunciamos unidas, “a la orilla de un lago o sobre tierno césped” (p. 126).

   Aprovecha la licencia autorizada por la hipermetría para encabalgar un verso abruptamente, aunque no resulte un endecasílabo correcto el primer fragmento, por tener que volverse agudo cuando en realidad no lo es:

o te arrastran las olas encabal-

gadas de los poemas (p. 116),

una licencia propia de la poesía culta en los tiempos clásicos, pero poco usada en estos nuestros, menos atentos a las cuestiones métricas.

   No sería necesario explicar el título, para dejar libertad al lector de entender lo que prefiera, pero Mesa Toré quiere aclararlo desde el principio. Se debe a una justificación dada por Emilio Prados para disculpar el retraso en la aparición de su revista: no lograba cerrarla por el exceso de buen tiempo malagueño que mantenía a los tipógrafos en la playa. La excusa le parece convincente, y la introduce en sus poemas (pp. 115, 142 y 147). Por fortuna a Mesa Toré no le ha afectado el exceso de buen tiempo habitual en Málaga para alterar la composición de este libro, en el que además de poner su cultura literaria ha intercalado secuencias de su propia vida, con lo que ha unificado belleza y sentimiento felizmente.   

 

 

 


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