Selección teatral Obra: "El abuelo del pescador"

Título de la nota o comentario: "Deconstrucción de una estructura policial de formas corruptas".

Lo único real es el cuerpo… Y el cuerpo real además de estar perdido hace mucho tiempo, ahora está desaparecido… El cuerpo de una camarera que no se sabe si la tiraron, la empujaron, se suicidó o “la suicidaron” a El Mar, que se lleva La Verdad y deja conjeturas. No está el cuerpo del delito, no está lo que deja el delito, parece que no hay delito: hay presunción criminal e impunidad. Peor aún, existe un supuesto hecho luctuoso precedente que además ocurre en la esfera privada, íntima, de una habitación del hotel donde trabaja la camarera. Un profesor afiebrado de concluir una traducción del Zaratustra de Nietzsche pide que le lleven un coñac a su cuarto. La muchacha se encarga de hacerlo. Luego acusa al emérito catedrático de un delito sexual que la justicia determina no estaba en condiciones de cometer en modo alguno. Juana Cazador, la víctima, ¿hace justicia con mano propia sobre su digna humanidad o avergonzada de su fracaso decide quitarse la vida? Como aquel Director del FMI, Strauss Kahn, el profesor Federico Altuser resulta exculpado. Porque si el delito (sexual) se inscribe en el cuerpo como la pena, no hay cuerpo… no hay delito… No hay justicia. Hay rencor, resentimiento, odio y venganza pero no Memoria. La verdad fáctica es irrepetible y está extraviada en el cuerpo desaparecido. La verdad jurídica, construcción ficcional congruente, coherente, concordante y verosímil, se desplaza eternamente a través de El Relato, del relato del relato, de las derivas complementarias que no permiten asir el sentido, como un maso de cartas sin principio ni fin, una raíz de significantes de origen múltiple y destino múltiple. “El abuelo del pescador”, un testigo idiota lleno de sonido y de furia que le cuenta a su abuelo algo que no significa nada más que la posibilidad de un imaginario especulativo; para el anciano, que contempla el tesoro de los últimos días, la enseñanza de una ética: la felicidad del fin.

Ernesto Marcos


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