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VV.AA. Las primeras poetisas en lengua castellana

ed. Clara Janés Siruela, Madrid, 2016.            

“Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas?” Es curioso que aparezca aquí ya una autora –muy brillante, por cierto: innovadora, valiente en la causa femenina que defendía- para reivindicar la dedicación a las letras, y se haga de una forma tal como una especie de alegato en favor de la venganza… Curioso pero no extraño: la reivindicación femenina es un tema perenne como actitud, como exigencia de derecho a la libertad. Parecería más propio, no obstante, por razón de las circunstancias, que haya ejemplos que respondan más a ciertas influencias literarias de obra ya acuñada por la fama. Así el caso de sor Hipólita de Jesús Rocaberti cuando escribe, al modo de Jorge Manrique, los versos: “Pues a cuanto el mundo alaba/ pone fin la sepultura, / no quiero bien que no dura, /ni temo mal que se acaba” En este libro tan interesante y siempre oportuno, la antóloga, Clara Janés ha querido recoger los frutos poéticos de 43 mujeres que, en distintas épocas y con voces y argumentos distintos, quisieron expresar el lado literario de su corazón y su inteligencia. Y a fe que nos encontramos con ejemplos dignos de citación, pues hacen uso de un lenguaje desnudo, unas alusiones emocionales que son de destacar. Así en la p.77 podemos leer: “Ay, soledad amarga y enojosa,/ causada de mi ausente y dulce amado;/ dardo eres en el alma atravesado,/ dolencia penosísima y furiosa” El sentir religioso estaba muy presente en ese siglo tan católicamente espiritualizado, y el peso de Sta Teresa era evidente. La influencia espiritual, en efecto, está siempre presente; casi era el idioma oficial para los raptos emocionales, tal era el peso de la educación existente en tal sentido. Así, hallamos aquí incluso a una María de Zayas alejada de los entremeses que tanta fama le darían, pero blandiendo pluma sublimada: “Quisiera, pluma mía, /que de deidad un resplandor tuvieras, /para que en este día, /a pesar de la envidia, te excedieras; /pluma de Homero fueras/ que tanto el mundo alaba, /o aquesta lira maravilla octava” El caso es que ha de señalarse que el tono poético es delicado, aéreo por sublime, mas correcto métricamente y de una indudable valía estética. He aquí, si no, otro ejemplo que nos recuerda, en parte, los tránsitos amorosos de san Juan de la Cruz: “Hermosos ojos serenos, / laberintos del amor/ en cuyas luces dichosa/ se pierde el que las miró”. Dícese del Medievo, y aún en los siglos barrocos, que la imagen servía en todo momento como ‘lectura’, como transmisión de cultura. Pues bien, tal podría decirse, a la vez, de estos textos, que habiendo sido escuchados con declamar sentido, probablemente eran capaces de inundar corazones sensibles de sentimientos elevados. Un concepto de poesía tal vez mediatizado, pero sin duda eficaz a la causa de la fe, y, por extensión, del más elevado sentimiento amoroso.                                                

Ricardo Martínez