Una poética en haikus de Ángel L. Montilla

Arturo del Villar

   EL Centro Cultural Generación del 27 ha recogido en un volumen de 358 páginas los libros de poesía publicados e inéditos de Ángel Luis Montilla Martos, bajo el título De la palma al cerezo.Estánprecedidos por una breve introducción firmada por José Luis González Vera, más anecdótica que crítica. De las primeras colaboraciones aparecidas en una revista estudiantil desde 1982, ha recuperado cinco poemas para abrir el volumen, en los que ya aparecen los elementos integradores con posterioridad de su lírica. Los últimos tres poemas sueltos datan de 2014.

   Uno de ellos se titula “Haikus de agosto de 2014”, una de las composiciones preferidas por el poeta. Son recurrentes en su obra desde La dulce faena, libro de 1990 en el que descubrimos “Cinco haikus” en la página 47 de este volumen recopilatorio, aunque extrañamente en el índice se han desarrollado hasta titularse “Siete haikus”. El interés de Montilla por el Japón se comprueba en otros aspectos de su poesía, distintos del literario, que le llevan a describir sus paisajes y tradiciones, como en la serie “Made in Japan”, compuesta en haikus, por supuesto.

   Se encuentran además en su obra otros poemas muy cortos, de tres o cuatro versos octosílabos, inspirados por una resolución derivada de una meditación. No se ajustan exactamente a las medidas del haiku, pero se le aproximan: sus moldes parecen poseer un modelo común, y en lo que respecta al contenido es fácil ver una conexión en el planteamiento conceptual. Se trata de coplas andaluzas, previsibles en un andaluz que las escucha habitualmente, y que resultan equiparables a los haikus.

Machado en el retrovisor

   En otra ocasión protesté por la consideración muy extendida de calificar como adaptaciones españolas de las composiciones japonesas los poemillas de Antonio Machado, denominados por él mismo “Proverbios y cantares” con interés por indicar su origen. Los califico de poemillas por su brevedad, al margen del valor que contenga su mensaje, que suele ser grande.

   Es más lógico pensar que influyeran sobre él los cantares andaluces escuchados desde la niñez a su padre y los amigos que hacían tertulia con él; su último libro de versos se titula Nuevas canciones precisamente. Cantares, canciones, cantos, coplas, da lo mismo el nombre: lo importante es que manifiestan el sentimiento del alma andaluza con precisión, y por eso el poeta sevillano los eligió en su madurez creadora, cuando ya había publicado algunos de los más intensos poemas de la lírica castellana en el siglo XX. Le bastaba con tres o cuatro versos de arte menor, según los clasifican las preceptivas, para exponer una teoría descubierta en sus meditaciones sosegadas. No le hacía falta practicar un modelo exótico para expresar sus pensamientos con brevedad, a la manera de las antiguas sentencias. Su infancia andaluza y su juventud castellana le servían perfectamente para enlazar ambas maneras, sin necesidad de trasladarse a buscar el modelo en Japón. Su cultura se radicó en la tradición española.

   En el poemario más representativo de Montilla, A propósito, de 2013, leemos unas “Soleares a la manera de Juan de Mairena”, emparejadas con los haikus por forma e intención. No son iguales, pero sí semejantes. Dice la preceptiva que el haiku se compone de tres versos con cinco, siete y cinco sílabas, ritmo que no sigue Montilla en las soleares de tres versos octosílabos, aunque se aproxima tanto que se aprecia la semejanza intencional entre las extensiones de ambas estrofas:

Educar es animar

al motín que nos permita

nuevas rutas explorar. (Página 266.)

   Posee el empeño comunicativo de los viejos proverbios castellanos, en los que halló una de sus inspiraciones Machado, junto con los cantares andaluces. Empieza facilitando al lector una exposición de lo que constituye una actividad humana característica, el arte de educar, para advertir sobre la derivación de la enseñanza tradicional hacia una revolución que abra nuevas posibilidades de entendimiento. Pese a la brevedad se extrae un concepto reflexivo. Era el método machadiano, y Montilla lo desvela, al señalar en el título a su trasunto apócrifamente filosófico.

Tras la huella del maestro

   La presencia aleccionadora de Machado se advierte en otros poemillas, en lo que parece constituir un homenaje continuado. A veces en una imitación sobre la falsilla de sus propios versos, tan populares que no necesita indicar su origen, ya que sin ninguna duda un lector de poesía los conoce. La modificación de una letra basta para alterar el tono del poemilla, permitiendo que conserve su invitación a reflexionar sobre un tema esencial para la existencia humana, desde la diferencia semántica:

Todo pesa, nada es leve,

porque lo nuestra es pesar,

pesar dejando una huella

que nadie investigará. (P. 310.)

   El modelo se trasparenta en la recreación, tan nítidamente que no precisa mencionarlo. El paso del tiempo, una crónica obsesión recurrente en Machado, pesa sobre el escritor en su devenir vital, mientras camina hacia su meta. Deja tras él una huella perecedera, como si anduviera sobre el mar, por lo que nadie podrá observarla nunca. Quedan enfrentados el todo del peso y la nada de la levedad, en un muestra de cualidades antagónicas orientadas a reflejar el fenómeno de una circunstancia equidistante, pero en realidad manifestada con una redundancia: si todo pesa, resulta obvio que nada es leve, de modo que bastaba con citar uno solo de los dos elementos. Sin embargo, al poeta le importa resaltar que el peso también es leve, por lo que la huella que deja no es advertible. Lo único permanente es el poema.

   En consecuencia, todo puede ser leve y nada pesar, lo que retuerce la afirmación inicial. El todo no es absoluto, sino parcial, por lo que no es un todo fuera de nuestra imaginación. Cuatro versos bastan par demostrar que las aseveraciones encierran su contradicción en sí mismas, y en consecuencia deben soslayarse. La poesía desvela el sentido del misterio condensado en un mensaje aparentemente bien especificado, pero en realidad carente de sostén intelectual, que lleva implícita la confusión.

   Detengámonos ahora en una serie de poemillas encadenados al modo del haikai-no-renga, en la que se traza una corta exposición de la aventura poética castellana, pero con la intervención de Omar Jayam como poeta invitado, en una rememoración de Rafael Alberti. Concluye con el homenaje directo a Machado, que sin duda tiene un altar en la estimación de Montilla. Había quedado patente en las páginas anteriores, pero el poeta desea proclamarlo explícitamente como un testimonio de fidelidad reconocible al maestro que marcó el rumbo de la poesía conforme a su estilo:

Y el maestro don Antonio

Machado siempre será

el más profundo, el más simple,

como un hijo de la mar. (P. 320.)

   La hondura del pensamiento y del sentimiento no se mide por la extensión de los versos, sino por su capacidad para incitar a los lectores a meditar acerca de su contenido. Lo consiguió Machado y lo alcanza Montilla en la parquedad de su comentario lírico, predispuesto a dejar su verso “ligero de equipaje”, como van los marineros, con la supresión de todos los elementos prescindibles para exponer sus ideas. Esa depuración le lleva a concentrar las palabras, con lo que también queda condensado el poema. El cantar o el haiku le valen a Montilla para comunicar sus ideas, con tanta fuerza como en los poemas extensos, también presentes en este volumen.

El poema es el problema

   A lo largo de esos 32 años de trabajo lírico ahora recopilado en De la palma al cerezo, y en las abundantes páginas que lo muestran, se suceden temas diversos y métricas variadas, como es obligado. Con todo, lo más importante en un poeta es clarificar su poética, por lo que centraremos nuestra atención lectora en un conjunto de haikus con la poesía como tema inspirador, es decir, poemas metapoéticos. Se hallan agrupados principalmente en el citado libro A propósito, que es donde más se reitera esa composición, y en su breve coda, titulada por eso Tras “A propósito”, un título provisional representado solamente con tres poemas, avance de lo que promete ser un libro futuro. No obstante, relacionaremos los haikus con los cantares cuando coincidan en una idea.

   Suponemos que el poema declara todo lo que el autor pretende exponer,  sea un comentario largo o breve, porque no es su extensión lo significativo, según lo estamos comprobando. Lo importante es la transmisión de la experiencia contada por el autor a su manera y según su necesidad. El poema es una totalidad interpretativa del arte modulado por el poeta, lo que nos induce a creer que aporta los elementos comunicativos necesarios. Sin embargo, Montilla nos aclara que no existe un poema sencillo:

No te engañes: el poema

nunca da la solución

solo plantea el problema. (P. 244.)

   Una poética, en consecuencia, es la exposición de las dudas que aquejan al poeta. Se las comunica a los lectores tal vez con la intención de inquietarles, para contagiar su propio desasosiego. Quienes buscan en la poesía una claridad manifiesta de una estética, no le interesan a Montilla como lectores. El arte es un testimonio de la realidad dirigida por la inteligencia en sus diversas declaraciones. En el caso de la poesía el lenguaje es útil para relacionarnos socialmente en un grupo de simpatías coincidentes. Los aficionados a la poesía buscamos descubrir en ella el proceso de la imaginación del autor, para contar una idea o una experiencia con valor general.

Poesía con misterio

   El poeta Montilla considera la escritura de sus versos como un método de investigación. Piensa que no materializa un principio estético, sino que plantea un problema al juicio del lector. Le exige una complicidad para ir desmontando las estimaciones aportadas por el autor. Se trata de una simple aplicación del consejo expuesto por Machado en uno de sus proverbios, respecto a la conveniencia de dar doble luz al escrito, para que permita una doble lectura, de frente y al sesgo.

   En el planteamiento se encuentra la solución de los problemas matemáticos, y también del misterio formulado en los versos. El recóndito mensaje oculto en la doblez del poema se comprende al considerarlo como la función de un poder capaz de consolidar un mundo nuevo. En todo poema digno de tal nombre se encierra un secreto, que es su problema. Hallar el equilibrio entre el problema y la solución facilita el entendimiento del texto. Al final lo que prevalece es la armonía de la búsqueda, terminada en la solución. El planteamiento contiene la belleza del arte, la indagación es la profundidad del canon comunicativo, y la resolución es el desvelamiento de la belleza. El lenguaje personal del poeta pasa a ser compartido por sus lectores, y en consecuencia se colectiviza.

    También lo escribió Machado en una de sus galerías: “El alma del poeta / se orienta hacia el misterio”, de donde se deduce que un poema debe presentarse misteriosamente, en el supuesto de representar el ánima o el ánimo del autor. Ahí radica el problema, y ahí debe hacer hincapié el lector para comprenderlo, si desea conseguir un entendimiento absoluto del texto, más allá de las fórmulas retóricas, por muy perfectas que sean. Estamos comprobando que a Montilla le importa sobre todo el concepto, que a menudo desenvuelve en un haiku o una copla, esto es, con unos recursos mínimos.

Poesía como explicación

   Nadie piense que puede perderse en la interpretación de esta poesía. Contiene una problemática, porque si no fuera así dejaría de interesarnos, pero con los factores comunes a los sentimientos de cualquier ser humano. Comunes en sus principios, diferentes en sus manifestaciones. Un dolor de cabeza es un sufrimiento general, pero cada persona lo siente a su modo y lo evidencia a su manera. Una vida humana contiene una sucesión de sentimientos mostrencos, que cada ser humano exterioriza según su sensibilidad. El amor, por citar un tema muy recurrente en la poesía, es un afecto generalizado en la humanidad de todos los tiempos y lugares, pero cada persona lo siente de una manera propia, y en consecuencia lo manifiesta individualmente. Gracias a esta característica es posible la poesía.

   Una copla de Montilla parece disentir de la declaración machadiana sobre la orientación perdurable del misterio sobre el alma receptiva del poeta.                                                                           En principio niega su validez con firmeza, aunque enseguida confiesa un orden moral de conflictos que ponen en duda la tajante aseveración anterior, a causa de los elementos implicados:

No tengo ningún misterio

que explicarle a los lectores

como no sean mis dudas,

mis penas y mis temores. (P. 264.)

   Ahí está el misterio precisamente, en la individualidad de los sentimientos profundos de cada ser humano, diferentes de todos los demás. El amor para Omar Jayam era un sentimiento distinto del que afectó a Garcilaso o a Walt Whitman. Gracias a esa divergencia interpretativa ha continuado la poesía a lo largo de los siglos. El amor es un misterio que invade a los seres humanos inconscientemente, y que cada uno aprecia con efectos propios. Cuando intenta definirlo se pierde en las palabras, lo mismo que le sucedía a Agustín de Tagaste al pretender explicar el tiempo. Son las limitaciones íntimas del lenguaje. En lugar de amor pongamos dudas, penas y temores, y obtendremos el misterio en la poesía de Montilla.

  Compartimos, pues, el mundo propio edificado por él con sus versos, y lo habitamos, dejándole confiarnos sus conflictos personales, que nos interesan por haberlos envuelto en un principio lírico. Advierte que con sus poemas quiere explicarnos sus intimidades, y aceptamos el dato porque su carácter se declara líricamente sin ningún prejuicio.

El tema sin tema

   Hasta aquí hemos comprobado que, como buen lírico, aprovecha sus experiencias personales para componer los poemas. Sin embargo, un haiku afirma que el tema carece de importancia literaria. El argumento es innecesario. Ya lo señaló Guillermo de Aquitania en el siglo XII, al advertir a sus oyentes que iba a escribir un poema sobre nada: Farai un vers de dreyt nien.Una trampa, ya que el poema consistía en ir explicando los temas que no iba a abordar en su poema, mientras los estaba citando.Conforme a ese modelo, Montilla decidió en agosto de 2014 escribir un haiku vacío:

Esta mañana

toca escribir un haiku 

sin ningún tema. (P. 343.)

   También es un engaño manifiesto al lector. El tema de ese haiku es precisamente la confesión por parte del autor de haberlo escrito sin tema. Esto es, el tema consiste en señalar la ausencia de tema. Parece una paradoja, pero en realidad es una teoría sobre la poética. Reniega de Aristóteles, quien hacía nacer los sentimientos artísticos en la tendencia natural de los seres humanos hacia la imitación. Existe una poesía de palabras que no cuentan nada, no imitan nada ni pretenden nada. Y sin embargo, esa poesía contiene una poética indiscutible, revelada en la exactitud de centrar en las palabras la transmisión de nada, una teoría irrefutable, aunque peligrosa, ya que puede terminar en la negación de la poesía.

   El tema es inevitable en la poesía, incluso cuando se pretende rechazarlo, puesto que en el acto de rechazarlo ya está presente el tema. La originalidad de no decir nada, con tan buena intención, se pierde  al decirlo. Cuando no se quiere componer un poema hay que evitar caer en la tentación de escribir que no se quiere escribir, porque ya se está componiendo así el poema sobre nada. Fallaron tanto Guillermo de Aquitania como Ángel Luis Montilla en su intento de escribir un poema sobre nada, porque nos han transmitido dos poemas con ese argumento, al incurrir en el conflicto de hacer lo que negaban querer hacer. No podemos censurarlos por ello La escritura queda fijando las palabras, un peligro al mismo tiempo que un sistema tremendo de poder, si lo indeleble se utiliza como acusación.

La musa fugaz

   No hace falta explicar, por obvio, que cada poeta sigue un método peculiar para redactar su escritura. Eso es precisamente lo que constituye el estilo literario. A los poetas suele gustarles confesarse ante sus lectores, explicando cuál es su método de trabajo, con lo que explicitan una poética. Retrocediendo hasta las concepciones platónicas sobre la influencia de las musas en la creación artística, uno de los haikus finales del libro aporta un dato para conocer el método de escribir seguido por el autor:

Vino una musa,

me insinuó este haiku

y se largó. (P. 344.)

   Hizo muy bien, al limitarse a actuar de acuerdo con su papel. La función de la musa consiste en inspirar al artista el tema, incuso la ausencia del tema, pero su desarrollo le corresponde a él. Cuando se trata de un poeta, deberá elegir las palabras adecuadas para conseguir un poema exacto, en el que nada sobre ni falte. Sería exigir demasiado a la musa que dictase los versos. Sabemos, no obstante, que algunos poetas han confesado escribir al dictado de alguien, como lo hicieron dos grandes líricos españoles contemporáneos, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno, dominados por un médium irresistible, según alegaron. Debemos creer en la fidelidad de sus testimonios, pero suponer que se trata de casos aislados.

   Sin embargo, parece más lógico admitir que algo sirva de inspiración, o incluso aceptar que alguien inspire, y después se encargue el artista de poner en práctica la idea generadora. En el caso del poeta son las palabras su herramienta de trabajo, y con ellas debe consumar su labor. Todos hemos compartido alguna vez la misma angustia de Verlaine cuando en Jadis et naguère lamentaba tener que practicar el oficio de poeta: O qui dira les torts de la Rime! Se consideraba atormentado en su trabajo creador, pero no era capaz de abandonar esa condena implacable asumida resignadamente.

   Dice bien Montilla que la musa le insinuó el haiku, y a continuación le correspondió a él su concreción. Su musa le inspira y se marcha a continuar su trabajo con otro poeta, que hay muchísimos en el mundo. Conociendo el tema o la ausencia del tema, ya todo consiste en materializarlo con palabras, lo que puede convertirse en una tortura momentánea, para terminar en una placidez total cuando la obra está aparentemente concluida. El adverbio insinúa que algunos poetas consideran que un poema no se termina nunca, como fue el caso de Fernando de Herrera, empeñado en pulir incesantemente su obra, en una tarea tan agotadora como innecesaria. Para unos el fin es la belleza, para otros la simple comunicación de ideas con diversa finalidad, y para algunos un método de perpetuarse en el mundo, como lo anunció Horacio con mucha razón, si se consigue el poema eterno.

El aprendizaje cotidiano

   Hemos perseguido el método escriturístico de Montilla, desde el análisis parcial de su poética, limitada al análisis de los haikus por ser una estrofa predilecta en él. Además de una función estrictamente lírica comprobamos que realiza otra didáctica, al explicar el método por si le sirve a otro como sistema. Todos somos herederos de nuestros predecesores, y aprendemos de ellos al estudiar su trabajo.

   Ángel Luis Montilla no se siente plenamente satisfecho de su trabajo. Ha escrito mucho y lo ha publicado, pero se considera un aprendiz. Tiene razón, todos somos aprendices de nuestros maestros. Reconoce a Machado como guía de su trabajo, que es un excelente modelo moral para seguirlo en sus propósitos intencionales, ya que no en la estilística. El último poema de A propósito confiesa la opinión del autor acerca de su escritura, en una consideración acerca de la trascendencia del trabajo concluido:

Quién me lo iba a decir,

que acabara yo escribiendo

como empieza el aprendiz. (P. 339.)

   No puede ser de otra manera. Todos somos aprendices que empezamos cada día a practicar el oficio de vivir con sus condicionantes.Él, como escritor, se inicia diariamente en el trabajo de colocar las palabras conforme a un orden que le parezca idóneo para comunicarse con los demás. No ha acabado la tarea, sino que la prosigue por medio de su invención. Resulta infundada su lamentación de haber acabado como un aprendiz. No debió suponer algo distinto. Por muy perfeccionada que se halle su escritura para comunicar los sentimientos que desea compartir, seguirá utilizando el mismo sistema del principio, cuando inició su colaboración en una revista universitaria.

   La musa le visita, lo mismo que hacía con Hesíodo y Anacreonte en su tiempo respectivo, para animarle en su trabajo. Después de escuchar su consejo cada uno realiza su tarea a su modo, en busca del estilo que lo caracterice. En el haiku se perfecciona la síntesis de las palabras como instrumento comunicador. Es muy interesante la realización de esta poética en haikus que enseñan tanto en su brevedad. Cuando la percepción sensorial se somete al control de la inspiración, el resultado es convincente, como ocurre en el caso de Ángel Luis Montilla.

 


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