Miles de preguntas para una sola respuesta

Elisa Alvarez Delgado

Desde su primera incursión en la literatura, Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) reveló las coordenadas que actualmente se mantienen signando su modo de creación. Estrechos son los vínculos que entrelazan la obra iniciática ¿Quién eres tú, God de Magod? (1991) con los subsiguientes poemarios, estableciendo siempre un contrapunto que incita y evade, acerca y aleja, se da y se oculta al propio tiempo: se crea un rejuego simbólico donde lo más importante de los textos está dado por su carácter de unidad integracional. Desde que en el año 2009 se publicara su libro de aforismos Mitología del extremo, el espectador avisado supo, prematuramente, la fuerte oleada que se avecinaba. La incursión en este género, -que se desarrolló en paralelo a la poesía con que se compone God de Magod- sentó las bases de esa imbricación en la que el aforismo no pierde su tono poético y la poesía alcanza, entonces, un tono aforístico de particular riqueza. Lo interesante de la obra literaria de Sotelo es cómo logra involucrar al lector en un rejuego de habilidades donde cada plano de lectura supone un punto de referencia a través del cual se discurre hacia otros ángulos visuales que no están presentes en el texto. Todo lo cual conduce a un profundo examen de conciencia que nos advierte hacia un nuevo colocamiento, reordenación y visionaje del espacio que nos circunda. Estamos hablando de un amplio registro temático en el que la aceptación de una lógica interna parece empujarnos a contemplar aquello que el autor también considera bello, y a su vez metafórico, conceptual. De este modo se presentan los poemarios, con el carácter extremadamente sintético de las frases y formando un contraste, tan sorprendente, con la dimensión analítica que encierran. Algunos como Trece cebras bajo la llovizna,Amaranto, Lebensraum y Los Ultimatum, son libros en los que el peso de la narratividad manifiesta en el verso en prosa su modo de expresión. Estos relatos son breves y evocan imágenes y sonoridades; Lara tiene un lenguaje propio, una terminología, que, una vez comprendida, es de una claridad perfecta, y sobre todo de un uso cómodo, solo que, presentada de repente, y sin la preparación necesaria, todo lo ofusca dando una apariencia compleja y acaso extravagante. Recientemente tuve la oportunidad de leer uno de sus últimos poemarios que lleva por nombre Un milímetro de jardín. En este, ejemplar muestra de ternura y amor, Sotelo escapa de la barbarie del mundo y se refugia en su paternidad. En lo paternal como expresión, como sentimiento, como necesidad humana que trasciende todo síntoma de machismo y de tabú. Porque ser padre no es una condición que se limite estrictamente a él, por lo que supone una toma de partido ante el mundo, una responsabilidad que involucra a otros, es, un canto a la igualdad de géneros, la cual fomenta la no discriminación hacia los hombres, problema social, este último, digno de atención. Resulta extraño para muchas feministas admitir que un hombre exprese sus sentimientos del modo en que lo hace Jesús Lara en este poemario. Hasta cierto punto esta posición oculta una postura excluyente. Es chocante, pero al mismo tiempo digno y destacable que un padre lo sienta y a la vez lo transmita de manera pública. Tal parece como si hubiese ocurrido un intercambio de roles basado en el contrapunto escritor/padre, en el que este último participa de un protagonismo pocas veces alcanzado en literatura. Como si un punto de fuga abriera una puerta para muchos inaccesible tan solo con las herramientas del amor. Dicho de este modo, hago extensivo un llamado de atención que repare en la transmisión de afecto a nuestros hijos, en cómo comunicar tales sentimientos en una era donde las nuevas tecnologías están reemplazando, progresivamente, los quehaceres paternales. Con este poemario Lara Sotelo se proyecta un objetivo, un punto de alcance, una cumbre, y le hace dirigir todos los esfuerzos en pos de su obtención. De este modo vamos sintiendo las tesituras del libro, que comienza apacible, sosegado, pero que sin darnos cuenta arranca a una velocidad como de aquel que corre porque de él depende la vida en la Tierra. Se constata de este modo un distanciamiento parcial de ese lenguaje filoso, punzante y agudo que cohesiona e identifica su literatura, para orbitar sobre zonas no menos agónicas, pero sí mucho más sensibles y vulnerables. Sin embargo, el recorrido no desatiende el sinnúmero de paradojas y mundos amalgamados que habitan en el imaginario del artista y que sobreviven a la historia, la actualidad y al drama existencial. Lo más sugestivo del texto es que Sotelo expone sus preocupaciones como padre, angustias y pesares, pero nunca propone una enseñanza concebida a su propia imagen y semejanza. La felicidad es un columpio, dice uno de los títulos que integra el poemario, en el que argumenta: Es bueno oscilar entre dos planos de la vida, ser y no ser en un vaivén continuo. El autor cuenta cómo la vida es una metáfora donde confluyen multifactorialmente muchas perspectivas, dentro de las cuales soportamos el peso de las decisiones, los cambios, y sobre todo, de los arbitrajes y consensos. En todo caso la obra funciona como un reflejo de ese contexto, no es meramente un retrato psicológico de la personalidad del artista, más bien, es un grito autónomo que aborda la realidad inmediata sin subterfugios, auxiliada por códigos personales que se sustentan en lo narrativo, lo anecdótico. Así nos cuenta en el poema Paradoja del cambio: (…)En el desierto unos niños hallaron una bomba sin detonar/ y, apenas la tocaron, el artefacto explotó. /La prensa asegura que estos accidentes ocurren/ por la curiosidad innata de los niños. Acaso no me estoy explicando:/la paz es una novela posmoderna, /en el desierto las metáforas matan,/la prensa misma es otra metáfora asesina/y la sed despierta el frenesí de los fanáticos (…) Desde el realismo escalofriante con que se narra, Lara le recuerda al mundo que lo relacionado con la infancia no constituye un tema menor. Los niños son violentados y todo permanece en la esfera de la indiferencia y el silencio. Esos niños algún día también serán padres y bajo medianos pronósticos, fortalecerán la cadena del rol de género estereotipado que cataloga al hombre como el sexo fuerte en la sociedad. Sotelo intenta construir un entorno orgánico frente a los peligros que suponen el crecimiento físico y emocional en la niñez. Lo explícito del mensaje encierra una profunda carga emotiva que permite penetrar, a través de un despliegue de elementos visuales de una notable riqueza, en una conciencia donde las primeras lecciones de sabiduría se basan en el amor. Por eso persigue la belleza con un arrojo sin moldes, pero sabe que en el bosque de los cuentos matinales, también las hadas sufren de espanto. El sujeto lírico enmarca su centro de atención en la infancia como arista mediante la cual se desprenden diversos factores de índole psicosocial. En un primer momento, refiere una metáfora poética en la que se manifiesta el interés innato de Sotelo por buscar siempre el origen de las cosas, la génesis, el nacimiento. Todo lo cual viene condicionado por su propia infancia, él también fue niño y como bien lo expresa en Árbol de lima: Yo fui un niño triste hasta que a mi madre le explicaron que el zumo de lima servía para cruzar océanos y afinar la vista con que hoy reproduzco la cara de otros hombres. Razones tales le hacen comprender la importancia de la infancia como etapa fundacional de los seres humanos, por eso pone su discurso al servicio de la tan violentada pero sanadora verdad. El tono epigramático también gravita en estos poemas, siempre sentencioso y escueto como quien no deja resquicios a la duda. Si el mejor extravío es la ausencia de propósitos. La voz que narra está signada por el propósito y la determinación. Busca su espacio y de él nos contagia, pero el eclecticismo de la vida misma pone en crisis su noción de libertad. Pero Lara se mueve dentro de una zona de confort que habita entre libertades, otorgándole nuevos colores, formas y sentimientos a las cosas que hacen más activa la participación del lector. La estructura interior del poemario se conforma por eslabones que van enlazando lo temático-narrativo con el lenguaje a modo de identidad. La condición intertextual se destaca entonces no solo por los enlaces culturales presentes a lo largo del texto, sino también por las referencias, que a modo de contacto, se vinculan con toda su obra anterior. Y es que el Lara escritor pretende lo mismo que el Lara pintor, ceramista, fotógrafo, o videasta: volcar su naturaleza indómita hacia aquellos sitios poco atendidos, desplazados y acaso ignorados por quienes a diario padecemos su inadvertencia. Quizás Sotelo clame por el día de los padres y recuerde su infancia, quizás se invente una sonrisa y esconda el malestar; ¿acaso sabemos de qué se componen las puertas del paraíso? El torbellino irresistible de preguntas y respuestas saturan de aflicciones los pequeños momentos que tenemos para nosotros mismos. Lo inasible del universo catapulta lo amorfo de la existencia y sabrá Dios si las revelaciones más imprevistas llegarán a nuestros días. Por eso el autor, en fiel compromiso con el medio, con la sociedad, con su arte y con su conciencia, le escribe este poemario a sus hijas, testigos inconscientes del día de hoy y sin embargo, envueltas en la inocencia que presuponen los primeros años de vida.

 

 

 


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