Las parodias de Juan José Domenchina

LA buena amistad que mantuve con Ernestina de Champourcin desde su regreso del exilio mexicano, reflejada en diversas publicaciones, me facilitó muchas horas de conversación con ella, incluso cuando su oído y su vista declinaron. Era una fuente riquísima de información para mí, porque me contó muchas precisiones y anécdotas relacionadas con dos personajes a los que ella trató mucho y que yo admiro más, Juan Ramón Jiménez y Manuel Azaña. En mi etapa como editor de Los Libros de Fausto publiqué dos obras suyas inéditas, una de poemas y otra de recuerdos, y reedité un poemario de su marido, Juan José Domenchina, Dédalo, que ella calificaba de “antipático”, pero a mí me parece muy interesante.
El aspecto físico de Domenchina le hacía parecer severo, porque era adusto, alto y grueso. De hecho trabajó como secretario primero particular y después de despacho de Azaña, y también fue secretario oficioso de Juan Ramón, lo que demuestra su seriedad. No obstante, aseguraba Ernestina que poseía gran sentido del humor, y que lo compartía con Juan Ramón. El madrileño y el moguereño se burlaban donosamente de cuanto les parecía ridículo, con sus respectivas humoradas.
En el libro que publiqué a Ernestina, La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), evocó sus bromas en los felices años republicanos. En las páginas 34 y siguiente de la edición citada recordó aquel tiempo en que Juan Ramón se definió como El Cansado de su Nombre, y firmaba con seudónimos extraños:

Pero de pronto a él y a Juan José se les ocurrió la graciosa treta de componer poemas “menos buenos” que irían firmados con nombres caprichosos y si no recuerdo mal el poeta de “Espacio” escribió unos que firmaba un tal Jaime Luis Piquet. Los demás seguimos el ejemplo, y de repente salían en El Sol unos versos rarísimos o malísimos, como se quisiera calificarlos, cuya calidad tenía poco o nada con la habitual en sus autores. Durante bastante tiempo los dos Juanes conspiraron por teléfono en interminables diálogos, urdiendo estos inocentes juegos.

Este 2016 en que se conmemoran el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y el primero de la de Rubén Darío, es oportuno recordar unas parodias que escribió Domenchina relacionadas con ellos, aunque no sobre ellos, y añadir otra que sí estuvo dedicada a Juan Ramón Jiménez (si hace falta, celebramos el centenario de su poemario Estío. A punta de espina). La burla acerca del Quijote más bien se refiere al que durante años fue considerado como su mejor comentarista, Francisco Rodríguez Marín, quien estaba convencido de que Cervantes compuso el Quijote con la única intención de permitir que él lo anotase. La verdad es que esta creencia resulta muy contagiosa. Ahora sus ediciones más o menos críticas se hallan devaluadas, por otros cervantistas convencidos de que el Quijote fue escrito exclusivamente para que ellos lo analizasen y descubrieran sus secretos.
Domenchina inventó una burla que algunos tomaron en serio y se indignaron por ella. Se le ocurrió propalar que el Ministerio de Instrucción Pública había aprobado un himno como homenaje al Quijote, para que fuese cantado por los alumnos de las escuelas públicas, con esta letra de su invención, realmente vulgar para conseguir el tono paródico requerido:

Siempre siempre será recordado
desde el uno hasta el otro confín
este libro inmortal comentado
por Don F. Rodríguez Marín.

Algunos graves intelectuales creyeron que la noticia era cierta, y protestaron alegando que aquellos versos eran malísimos, indignos de recordar a la novela más representativa del idioma castellano. Me relató Ernestina el regocijo con el que leía las protestas el guasón que iba a ser su marido años después. La sátira implícita en los versos es menos cáustica que alguna de las críticas literarias firmadas con el seudónimo de Gerardo Rivera, causantes de la hostilidad con que le distinguió la mayor parte de los integrantes del grupo poético del 27, coetáneos suyos, pero no amigos.

Parodia sobre Alberti

Uno de los motivos de enemistad fue la parodia dedicada a Rafael Alberti y su compañera María Teresa León, muy repetida entre los componentes del grupo del 27, y de manera especial entre los que discrepaban de su poética. Adaptó el comienzo de un excelente poema de Rubén Darío, “Lo fatal”, que cierra uno de sus grandes libros, Cantos de vida esperanza, Los cisnes y otros poemas. Todo lector de poesía sabe que empieza así:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente, […]

Considerado el exponente de la melancolía rubendariana, siempre agraviada por ese “signo adverso” que él mismo señaló en otro poema más esperanzador, lo transformó Domenchina en esta caricatura:

Dichoso Alberti, que es apenas sensitivo,
y más María Teresa, porque ésta ya no siente.

A los mencionados no les hizo ninguna gracia la alusión, y no perdonaron la broma al autor. En sus memorias Alberti no cita a Domenchina, pese a que tuvieron algún otro encontronazo. La hipersensibilidad de los poetas no tolera ninguna censura, y en realidad el dístico la contiene, y además radicada en el plano intelectual, mucho peor que en el literario.

También a Juan Ramón

Lo que parecía más difícil es que Domenchina parodiase a su amigo y maestro Juan Ramón Jiménez, pero Ernestina me señaló el texto. Se encuentra en el número 369 de la revista madrileña España, correspondiente al 12 de mayo de 1923, en la página 12, sección “El fondo del baúl”, donde se ponían en solfa diversos asuntos de la vida española. Debe tenerse en cuenta que por esa época Domenchina todavía no había alcanzado esa intimidad antes transcrita con el autor de Platero y yo, lo que explica que tomase a cachondeo las peculiaridades estilísticas del moguereño, entre ellas las sinestesias llamativas, por otra parte muy líricas, y las palabras recurrentes como alma y violeta, juntas en el título de su primer y aborrecido libro, Almas de violeta, ni siquiera mencionado en las antolojías.
El año anterior había aparecido la espléndida Segunda Antolojía poética, en la que se agolpan los caprichos editoriales del siempre original poeta, convertidos en manías que a menudo desesperaban a los impresores. Ese libro estuvo componiéndose durante dos años en la imprenta, debido a las correcciones interminables a que lo sometió el insatisfecho autor. Especialmente sorprendentes son los sumarios del contenido, colocados bajo los títulos de cada uno de los libros representados, con numeraciones alusivas a sus diferentes secciones, repartidas en varias páginas distanciadas.
Domenchina parodió esa manía, y también la numeración de los poemas, la inserción en los versos de guiones con carácter de paréntesis, los puntos suspensivos, las preguntas retóricas que el poeta dejaba sin respuesta, como si la ignorase, la colocación de la copulativa “y” ante el último poema, y otras peculiaridades que hacen característica y exclusiva su escritura, reconocible incluso sin firma:

De “EXCELSITUD”
(<<Excelsitud>>, 1 – La violeta insumisa, 1 – El alma incolora – La violeta insumisa, 2 – Excelsitud, y 2 – La violeta insumisa, y 3)

14.

La violeta en el aire!
--vuela, pájaro pinto, a la rama--.
¿Qué fuerte aroma,
qué corazón azul,
qué fortuna inefable?
--vuela, pájaro pinto, a la rama--.

29.

Campo de oro, mar de oro
y toda mi ternura pensativa
corazón, tarde, mies…
Di lo que quieras.

y 45.

Lo que tú me dijiste
no te lo dije yo.
Pero, la aurora…

La parodia es verdaderamente muy divertida, porque reúne las peculiaridades distintivas del verso juanramoniano. Sin embargo, no tuvo en cuenta Domenchina que Juan Ramón alteró la ortografía académica, y no empleaba la equis entre consonantes, sí entre vocales. Por lo tanto, ese presunto título de Excelsitud debiera haber sido Escelsitud de haberlo escrito verdaderamente Juan Ramón. Se le puede perdonar el despiste, en gracia de la que tiene el poema juanramonianamente representativo, aunque falso.

Arturo del Villar

 

 

 


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