Acerca de “Las ciudades de la furia” de Luis Benítez

Por Esteban Lozano

Los quince cuentos que componen “Las ciudades de la furia”, del poeta, narrador y ensayista argentino Luis Benítez, exhiben, amén de una prosa exquisita, el doble mérito de constituir un excelente entretenimiento y, a la vez, sacudir la modorra del lector pasivo haciéndolo transitar insospechados caminos que conducen a la reflexión. En “Hola, Darcy” la historia se nutre de dos momentos diferentes —pasado y presente— que parecen fusionarse mágicamente en uno solo, creando una simultaneidad en la que el suspenso parece insertarse en otra dimensión: “Darcy se retorció los dedos nerviosamente en ambos tiempos.” “La sed” presenta a una especie de vampira con tendencias masoquistas que se alimenta de las emociones negativas resultantes de las situaciones que ella misma genera. “El inquisidor” desarrolla una trama de suspenso con ribetes metafísicos que parece pergeñada por un Julio Cortázar o un Philip K. Dick (o ambos, en curioso concubinato literario). En “Tío Edmond”, el personaje del título —un mal bicho— busca saciar su sed de eternidad valiéndose de la interpretación de un versículo bíblico como si se tratase de la “letra chica” de un contrato, y nos sorprende orquestando la materialización de una metáfora. Justo en la mitad del libro, y oficiando como medianera entre dos jardines brotados de fantasías de varioestilo, irrumpe “Sobre la corta vida de las acelgas” para propinarnos una bofetada de dura realidad en la que el fin, desde la óptica de los personajes, justifica los medios, recordándonos, a la vez, que la naturaleza sobrepuja al arte. Tal como ocurre, además, en “La radio roja”, donde el terror llega a lomos de rata para amenazar la vida de un niño que vive en la marginalidad. La vena sarcástica y el humor negro de Benítez, que impregnan no pocos cuentos del volumen que nos ocupa, hallan su expresión en “Qué hace el tiempo con los enanos” y en descripciones como ésta: “Cerró a la misma hora de siempre la puerta de su departamento, pero en vez de descender por las escaleras hacia la calle, ascendió hasta la terraza. Luego descendió por la parte de afuera del edificio.” Las miserias humanas se dan cita en “A la cuenta de diez”, y la pobreza de espíritu encarna en un automóvil en “Los buenos.” “El geko”, por el contrario, es un animalito que obra el milagro de convertir nuevamente en niños a los padres del personaje central, aunque el sortilegio apenas dure lo que le insume extinguirse a la llama de un fósforo. Completan el elenco “El vestidor de caoba”, “El inquilino”, “Martínez y los abogados”, “Buenos días, querida” y “El coleccionista”, todos ellos disparadores de la imaginación del lector —a estas alturas muy lejos de ser pasivo— hacia territorios inexplorados: tanto el riesgo como el placer son suyos. “Las ciudades de la furia”, de Luis Benítez Moglia Ediciones, Corrientes. 2016.ww


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