Lamberto Maffei. Alabanza de la lentitud

Alianza, Madrid, 2016

Para la defensa de sus tesis (abrumadoras, en verdad) a propósito del bien de la lentitud, el autor comienza por hacer una confesión cuyo sustrato, sin duda, ha sido elaborado con delectación y lentitud a lo largo de su vida: “Para los viejos ingenuos como yo…” Pero no debe leerse aquí una autoinculpación, no, antes al contrario, una defensa in person de lo que considera un buen aliado para la inteligencia de la realidad, para la comprensión del mundo, para la apreciación de lo más significativo, sea cual fuere su tamaño y, sobre todo, dicho con la pausa y reflexión necesarios.¿Tal vez la prisa lleve consigo una peligrosa afinidad con el olvido? “Como olvidamos que el cerebro es una máquina lenta, el deseo de emular a las máquinas rápidas que nosotros mismos hemos creado se convierte en fuente de angustia y de frustración” Razón que al poco viene a corroborar el sabio (no digamos viejo, para no asociar viejo y lentitud en exclusiva) Goethe cuando sostiene: “La felicidad suprema del pensador está en sondear lo sondable y venerar en paz y tranquilidad lo insondable” ‘El joven Werther sólo pudo ser concebido, a buen seguro, a base de largas dosis de paciencia literaria, de silencio constructivo: de lentitud. Maffei, el autor de este libro, señala, incluso, una obvia contradicción en las razones del apresurado, y lo hace con un sentido del humor que le distingue:”Caminar a mayor velocidad no equivale a conocer mejor lo que ofrece la vía y nadie quiere llegar antes al final de su propio camino”. Pues eso. Piensa, lentamente, lector, en el contenido de esta afirmación y si, en adelante, eliges la prisa, alguien parece que habrá elegido por ti para llegar al final. El texto, por su mesura, por su palabra bien elegida y por los argumentos bien razonados del autor constituye, a mi entender, una compañía del todo justificable en estos tiempos en que el ansia de conocer-ver nos lleva a tal grado de acumulación de datos-cosas que, una vez hemos sido secuestrados por la ansiedad, sólo ésta habría de redimirnos. Pero he ahí el mal: la ansiedad sólo se alimenta de ansiedad, y ésta es insaciable.          “Festina lente” escribió (y pintó) Vasari a sugerencia del prudente Cosme I de Médici. Simboliza la frase una tortuga a cuyo caparazón le fue adherida una vela, a sabiendas de que “en la navegación a vela está la acción y al mismo tiempo la poesía de la acción”. De hecho, el pensamiento de Cosme I significaba: “piensa y reflexiona antes de emprender acciones de gobierno” O sea, antes de llevar a cabo tu aventura por la vida, que para el caso viene a ser una equivalencia muy oportuna.                                                 

Ricardo Martínez


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