Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

Alianza, Madrid, 2016               

Luego de escribir en sus ‘Ficciones del interludio’ aquello de: “La vida es un pordiosero borracho/ que tiende la mano hacia su propia sombra” estamos, creo, suficientemente preparados para entrar en uno de los libros más emocionantes e inteligentes que haya dado el siglo XX, el libro del Desasosiego, de este autor cuya obra es de una riqueza marina: Pessoa.          Da igual cuál sea la página por donde abramos; el enigma y la filosofía, la belleza desnuda y la advertencia amistosa vendrán a nuestro paso:”No se puede comer un pastel sin perderlo”, o bien, “En el círculo más bajo de la política o en el recinto más íntimo de las almas, el mal es el mismo” Esto sí que es un libro de auto-ayuda, y lo demás son vanos circunloquios verbales para estrategas hipócritas de su propio yo. Una de las grandes aportaciones –una de las grandes verdades- de la contribución de Pessoa a la literatura ha sido, creo, la adopción de la filosofía, del pensamiento más alto y especulativo, para la cura de esa enfermedad crónica del hombre dotado de inteligencia: la soledad. De ahí que sea imposible leerle sin sentirse aludido, concernido.   Es como si el poeta, a través de su discurso secreto que, se diría, tiene siempre algo de secreto y mucho de nítido, nos colocase un espejo delante a cada lector. Allá cada cual si luego, en la lectura –que ha de ser atenta e interiorizada- quiere mirar el espejo de frente, o de perfil o por detrás. Alláél, a sabiendas, eso sí, que en ello le va la vida: “Mi mundo imaginario siempre ha sido el único mundo verdadero para mí. Nunca he disfrutado de amores tan reales, tan llenos de vigor, de sangre y de vida como los que mantuve con quienes yo mismo creé.¡Qué loco! Siento nostalgia de ellos porque, como los demás, también pasan…”           El escritor solitario, el poeta emocional Pessoa lo que hace en este libro lúcido, inacabable, es dar testimonio, de algún modo, de la sorpresa de sí, de la rareza y contradicción del mundo real que le rodea, en el que vive y del que, necesariamente, depende. Y lo hace de un modo donde la poesía más alta convive con la racionalidad más fría. Nada parece innecesario, nada es baladí; todo tiene relevancia, al fin, pues ello –cualquiera, cualquier cosa- nada sería si no fuese que forma parte de la propia mismidad del escritor. Todo lo que no es él, es su Otro, esto es, le pertenece y concierne.          Nadie, nadie se separa de sí propio. Eso es lo que, en parte, este libro emocionante e inexcusable viene a decir al oído del lector que quiera escuchar, que quiera escucharse.     Luego ya vendrá la muerte con su extraño don.                                                               

Ricardo Martínez


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