Una novela olvidada de Ernestina de Champourcin sobre la Magdalena

Arturo del Villar

PODRÍAMOS considerar semejante a un descubrimiento arqueológico el hallazgo de una novela olvidada de Ernestina de Champourcin. La arqueóloga literaria ha sido la profesora Magdalena Aguinaga, al analizar el legado de la poeta o poetisa –elíjase la preferencia— depositado en la Universidad de Navarra. Allí se conserva un hasta ahora ignorado ejemplar de María de Magdala, impreso en 1943 en Ciudad de México por cuenta de la editorial Proa, con ilustraciones de J. Martínez Sotos.
Nunca mencionó esa edición en ninguna de las muchísimas conversaciones que mantuve con Nina, como la llamábamos familiares y amigos, y así lo hago ahora para abreviar su nombre. La visité en su casa y la acompañé a numerosos actos culturales, debido a sus deficiencias en la vista y el oído, desde su regreso a Madrid del acogedor exilio mexicano en 1972, hasta pocos días antes de su muerte en 1999, aunque en los últimos meses resultaba imposible mantener una charla coherente con ella.
Lo más significativo es que en pleno escándalo internacional por el estreno en 1988 de la película de Martin Scorsese La última tentación de Cristo, adaptación de la novela de Nikos Kazantzakis que le valió al autor ser excomulgado por la Iglesia ortodoxa griega, tan intransigente como la catolicorromana, pasamos una tarde en su casa comentando el argumento, sobre los supuestos amores de Jesucristo con María Magdalena, y no aludió en ningún momento a su novela editada 45 años atrás. Desde luego, su narración se desarrolla dentro de la ortodoxia cristiana, sin ninguna conexión con la del novelista griego, aunque por tener los mismos protagonistas pienso que podía haberla mencionado, lo que hubiera avivado mi interés por leerla.

Su obra narrativa

Tampoco la había citado en la entrevista que mantuve con ella en 1975 para publicarla en La Estafeta Literaria, pese a que repasamos su obra editada hasta entonces. Nadie parece haber tenido noticia de esa novela, ni se la incluyó en su bibliografía porque ella no la mentaba. Sin embargo, sí recordaba su primera novela publicada, La casa de enfrente, impresa en 1936 poco antes de la sublevación de los militares monárquicos contra la República, y la frustrada segunda, Mientras allí se muere, comenzada en el Madrid asediado por los fascistas y nunca concluida, porque al llegar exiliada y libre a México quiso olvidar el angustioso período padecido, en lugar de insistir en el tema. No es fácil suponer por qué causa olvidó también María de Magdala, y no la tuvo en cuenta en su bibliografía. Hacer conjeturas sería una pérdida de tiempo.
Es cierto que decía disgustarle La casa de enfrente, y que no terminó Mientras allí se muere, lo que insinúa un menosprecio de su narrativa, que en todo caso es muy corta, sin comparación con su obra lírica. Ahora bien: cuando apareció María de Magdala tenía 38 años, una edad suficiente para saber lo que conviene publicar y lo que resulta preferible destruir. A no ser que buscase la manera de conseguir unos ingresos económicos de los que se hallaba necesitada entonces, al tener en casa al marido, la suegra, la cuñada y dos sobrinos en aquella tierra de acogida, pero extraña.
La Magdalena descubridora del vetusto ejemplar, Aguinaga, se interesó por reeditarlo, y lo ha hecho en Ariccia (Italia), gracias a un acuerdo con la editorial Aracne, en un volumen de 165 páginas, las 26 primeras ocupadas por su introducción. De ellas cuatro resumen la biografía de Nina, un texto amazacotado sin un solo punto y aparte, en el que aprovecha los datos publicados sobre Nina sin mencionar a los autores, salvo una mínima cita de cuatro palabras.
Contiene además varios errores, como escribir que su apellido materno es Morán de Laredo, en vez de Loredo; llamar Clementina a la hija de Gabriel Miró, cuando era Clemencia; la que nombra Antología de poesía española contemporánea se tituló en realidad Poesía española. Antología. (Contemporáneos) en 1934; Azaña no dimitió como presidente en Toulouse, sino en París; se hace un lío al escribir que trabajó “como cocinera en el hospital promovido por Lola Azaña para atender a niños huérfanos”, porque primero atendió a niños desplazados sin familia a causa de la guerra, no precisamente huérfanos, en una guardería, y después trabajó como enfermera de noche en el hospital de sangre instalado en el Instituto Oftálmico Nacional, junto a esposas de políticos destacados y del presidente Azaña, entre otros.

Edición descuidada

Ha debido de trabajar sobre el texto con mucha rapidez, quizá por el deseo de verlo editado enseguida. Así se justificarían despistes extraños, como equivocar el título del poemario de su marido, Juan José Domenchina, Pasión de sombra (página 18), o el error deslizado al comienzo de la página siguiente, donde se lee que “A la Evocación de María de Magdala en dichos ejercicios [espirituales], siguen los cinco capítulos de la novela”, mal contados, porque en verdad son seis.
Quizá por el mismo motivo el estudio introductorio a la novela es muy breve, de nueve páginas. La edición no parece estar destinada al gran público, puesto que contiene numerosas notas y bibliografía, aunque incompleta, y el catálogo de Aracne se centra en obras de carácter científico, por todo lo cual podía esperarse un comentario textual más detenido, en el que se abordara el estado de la cuestión a fondo.
La edición impresa en Italia está falta de una corrección cuidadosa. Por ejemplo, en la página 32 se anuncia una nota 4 no impresa, y los guiones marcadores del diálogo se desquician. Aunque si se le facilitó el texto compuesto en ordenador, eso no será culpa de Aracne.
Pero lo más asombroso es descubrir que en la nota 14 de la página 163 la editora plagia exactamente un fragmento del artículo “María Magdalena” encontrable en Vikipedia, La Enciclopedia Libre, de Internet. Son doce líneas del texto copiado palabra por palabra, de modo que no puede tratarse de una coincidencia casual, pero no figura entre comillas ni se cita la procedencia. Que plagien los malos estudiantes la Vikipedia es una falta grave, pero que lo haga una “catedrática de lengua y literatura española de Enseñanza Media en diversos institutos de Galicia y Pamplona”, según nos informa la contraportada del volumen, constituye un delito.

Un preámbulo sobrante

Opina la editora que probablemente Nina redactó en España el manuscrito de María de Magdala, y lo llevó a México al escapar del terror fascista. Se basa en que el capítulo preliminar de esta novela, titulado “Evocación”, acabado de citar, sin correspondencia con el tema desarrollado en la novela, sí la guarda, en cambio, con la ambientación de La casa de enfrente, en donde una sección se titula precisamente “María de Magdala”. Ese preámbulo describe el final de unos ejercicios espirituales, cuando el director recordó la historia de la Magdalena, la pecadora perdonada por Jesucristo y convertida en santa por la Iglesia catolicorromana, a la que señaló como ejemplo a imitar. Es un pegote innecesario, que parece añadido para cumplimentar determinado número de páginas por exigencia del editor.
El lenguaje usado por la escritora en este prólogo es muy melindroso, semejante al empleado en aquellas ediciones pretendidamente piadosas, con historias de niños santos o mártires, que a mi todavía me correspondió leer durante mi niñez bajo el nazionalcatolicismo dictatorial. Eran tan repulsivas como las publicaciones de la Galería Dramática Salesiana que me dieron después, sin duda con la intención de hacerme aborrecer la literatura. Esa “Evocación” describe el arrebato místico de las muchachas internas en un colegio de monjas, al escuchar la plática del cura director de los ejercicios espirituales, con el relato de la muy conocida historia neotestamentaria de la Magdalena. Las adoctrinadas así quedaron edificadas para siempre, según la autora, ansiosas por convertirse en santas sin necesidad de pasar antes por la fase de pecadoras.
Se sirvió de un estilo más vulgar que místico en este preámbulo, con expresiones como “soñando vagos sueños”, “dar rienda suelta a su imaginación”, “escaló las cumbres más altas de la santidad”, “con rapidez y fugacidad de relámpago”, “sabía muy bien lo que se traía entre manos”, “hoy florezca en vuestros corazones un amor”, “al correr de la vida”, y por tres veces se menciona a “las santas de los vitrales”, refiriéndose a las reproducciones, además de la incorrección “Cuando se tiene quince años”.

Leyendas magdalenienses

A este preámbulo innecesario le siguen seis capítulos (bien contados) con la historia novelada de María de Magdala. Todo lo que sabemos de este personaje es lo relatado por los cuatro evangelistas canónicos y por los apócrifos, entre ellos el autor de un Evangelio de María Magdalena conservado fragmentariamente. La tradición cristiana ha añadido numerosas interpretaciones, para intentar completar su biografía. Es un personaje muy atractivo para los escritores y los artistas. El número de sus presuntos retratos resulta muy elevado, como si se hubiera pasado los siglos posando para los artistas que la tomaron como modelo. Claro que lo mismo sucede con todos los personajes bíblicos, desde Adán y Eva, muy reproducidos en sus desnudeces paradisíacas pudibundamente tratadas. No obstante, puede decirse que la Magdalena es la estrella principal de las glosas al Nuevo testamento, con un encanto único.
En los últimos años algunos ingeniosos noveleros han aprovechado el tema anunciado por Kazantzakis, para elaborar teorías imposibles de fundamentar. Así Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln montaron en 1982 con The Holy Blood and the Holy Grail, una teoría sobre la descendencia de Jesucristo y la Magdalena, continuada hasta nuestro tiempo. La explotó después Dan Brown, para publicar en 2003 su gran éxito mundial The Da Vinci Code, por lo que fue acusado de plagio. De su inconsistente novela hizo una adaptación cinematográfica Ron Howard en 2006, que mereció las críticas más negativas posibles, por ser aún peor que la novela, aunque era difícil de superar.
Descubierto ese filón, muchos escritores se animaron a disfrutarlo en su propio beneficio, también en España, aunque muy lejos de los originales. Se aprovechan de que la Iglesia catolicorromana ya no se atreve a excomulgar a nadie, porque sabe que haría el ridículo, como de costumbre, con sus anatemas, a los que nadie hace caso. No obstante, se siente incómoda ante esas atrevidas continuaciones del texto canónico. Hasta hace un par de siglos quemaba en la hoguera a quienes difundían teorías por el estilo, y si ahora no lo hace es porque no puede, no por falta de ganas.
Ninguna de estas elucubraciones guarda elación con el texto de Nina, que además es anterior a todas. Las menciono para resaltar el atractivo que mantiene todavía la figura de la Magdalena. Mayor conexión se encuentra con el Libro de la conversion de la Madalena, en que se esponen los tres estados que tuvo de pecadora, i de penitente, i de gracia, hagiografía publicada en Barcelona en 1588 por el agustino Pedro Malón de Chaide. Al ser fraile, se atuvo a lo poco que cuentan los evangelistas canónicos sobre la muchacha, con la añadidura de su imaginación visionaria, que le permitió verla entrar en el cielo con todos los honores, sin pasar por ese sacacuartos inventado por la Iglesia catolicorromana del purgatorio, carente de toda justificación bíblica, pero que resulta muy beneficioso para llenar de óbolos las arcas eclesiales. No en balde este fraile tuvo problemas con el llamado Tribunal del Santo Oficio, los que le indujeron a no publicar más que ese libro, y hacerlo además el año anterior a su muerte, que así fue natural, y no en la hoguera.

Recursos literarios

También Nina precisó inventar un escenario en el que situar peliculescamente a su protagonista. Con los datos facilitados por los evangelistas canónicos no puede escribirse más que lo redactado por ellos, como es comprensible. Para componer una novela es preciso “dar rienda suelta a la imaginación”, según ella dice en el prólogo, y en este caso aplicó el método. Puesto que no existe ninguna biografía autorizada de la Magdalena, el escritor deseoso de montar una novela con ella como protagonista debe inventar las situaciones. Y además está obligado a describir un ambiente imaginario, con personas, paisajes y situaciones sin ninguna seguridad de consistencia real.
El lector sabe que es imposible trazar una biografía ajustada de la Magdalena, por lo que acepta la inventiva del novelista, destinada a distraer su curiosidad intelectual. No obstante, lo mismo Kazantzakis que Scorsese tuvieron la precaución de advertir al frente de la novela uno y de la película otro que eran obras de ficción, aunque al novelista no le evitó la excomunión de los ortodoxos griegos.
Nina parece no haber deseado actuar como una narradora omnisciente, como suele ser habitual en la novela. Nada más empezar su relato coloca a “un hombre bajito y gordo que parecía untar de grasa sus frases y que se acercó a María jadeando, no sabemos si del esfuerzo o de contenida lujuria” (página 38). Pues si la autora no lo sabe, el lector menos. Mediante este recurso promovió un distanciamiento entre la escritora y su escritura, a la que intentó conceder autonomía. Se diría que contaba lo que estaba contemplando, una relación objetiva de los acontecimientos, sin tener ninguna intervención en su desarrollo.
Hay ocasiones en las que ese distanciamiento produce sorpresas en el lector. Por ejemplo, resulta increíble que un magistrado romano llame a María “mi Sulamita” (p. 39), y después recite de memoria fragmentos de El cantar de los cantares, cosa más que improbable en su caso. Exactamente lo mismo hay que comentar sobre la mención hecha por el mismo romano del bautismo en el Jordán (p. 57), porque solamente algunos pocos judíos lo conocían entonces, como para que lo supiera un romano. Los anacronismos constituyen un problema en las novelas históricas.

Un personaje enigmático

Presenta a la Magdalena como una especie de Margarita Gautier judía. Los evangelistas no dicen que fuera prostituta, sino pecadora y endemoniada, pero ha prevalecido su imagen como ramera, muy oportuna para que los pintores le saquen partido, haciéndole lucir sus encantos físicos al descubierto. La escritora describe una bacanal romana con los tópicos habituales, mediante un lenguaje retórico. Resulta igual de convincente que en las descripciones de los paisajes palestinos, nunca visitados en realidad.
A María Magdalena se le ha dado un papel protagonista no justificado en el Evangelio, basándose en que se cuenta que fue la primera persona a la que se le apareció Jesucristo después de su resurrección. Ni siquiera es segura su identificación en los textos, porque algunos biblistas la equiparan con la hermana de Lázaro el resucitado, pero otros rechazan esa teoría.
En lo que coinciden todos es en reconocer que desde su encuentro con Jesucristo se transformó su personalidad. No obstante, resultaría más útil conocer por qué motivo se produjo ese encuentro, buscado por ella, no sabemos por qué incitación. Tampoco la razona Nina, limitándose a referirse a una crisis espiritual, aparentemente desencadena al observar el perdón de la adúltera a la que sus acusadores no se atrevieron a lapidar.
Al marcharse Jesucristo pasó junto a María y la miró, momento en el que, relata la autora, “María, al verse reflejada en aquellos ojos, tuvo que sujetarse a la columna para no caer. Una crisis de angustia le anudó la garganta […] Y es que ante la presencia y la proximidad del Maestro, algo se retorcía dentro de la cortesana, en su espíritu, en su carne, queriendo desprenderse y salir” (p. 86). Así de sencilla resultó la conversión, bastó con una mirada. Lo que no se cuenta es el motivo que impulsó a María a desear conocer a Jesucristo. Hemos de pensar que se trató de una elección divina, en la que no tuvo participación la voluntad de la muchacha, y en consecuencia no hay nada que explicar, por ser un hecho milagroso.

Siguiendo el texto bíblico

Desde ese momento la autora se atiene al escaso texto evangélico dedicado a la Magdalena, ampliándolo imaginativamente hasta concluir con las apariciones de Jesucristo después de la resurrección. Añade situaciones y diálogos forzosamente inventados, para mantener la trama narrativa. Asegura que a los apóstoles les disgustó que la primera aparición se hubiera materializado ante la Magdalena, y no ante ellos, sus colaboradores directos. Es una suposición ajena a los evangelios canónicos, probablemente inspirada por algún resabio feminista de la autora, aunque no deja en buen lugar a los elegidos por Jesucristo para acompañarle en su predicación, puesto que los retrata como envidiosos y mezquinos.
Al final recoge una de las leyendas creadas en la Edad Media, una época propicia para incentivar el fanatismo de personas incultas y temerosas. En España contamos con algunas increíbles, como la aparición de la madre de Jesucristo al apóstol Pablo en Zaragoza, la llegada a Galicia de los restos del apóstol Santiago en una barca de piedra muy veloz, y otras fantasías semejantes, siempre aprovechadas por los clérigos para obtener un beneficio económico.
A la Magdalena se les ocurrió enviarla a Francia, en donde falleció. Algunos aseguraron conocer en dónde estaba su sepultura, y Dan Brown se animó a prolongar la leyenda para conseguir un éxito internacional de superventas con su novela inverosímil. Según escribe Nina en la conclusión de la suya, se trata de “una de las más poéticas leyendas provenzales”, con las tres supuestas santas marías como protagonistas: “Y la fantasía popular bordó en torno de ellas un florilegio de dulces prodigios” (p. 163), lo que nos permite suponer que ella no creía en esas fantasías.
No obstante, en las últimas líneas propone una inquietud al lector: “¿Leyenda? ¿Milagro? ¡Quién sabe! ¿Por qué no creer lo bello y sonreír ante esos prodigios que la tradición popular convierte en rosas inmarcesibles…! ¡Quién sabe!” (p. 165). Parece una aplicación del adagio italiano, según el cual debe aceptarse como cierto algo aunque se sepa que es falso, si está bien inventado. Nina inventó bien esta supuesta vida de María Magdalena, aunque no sea su mejor escrito. Con eso puede bastarnos.

 

 


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