Sancho Panza el rebelde

Arturo del Villar

EXISTEN estereotipos convertidos en inamovibles y por eso aceptados sin discusión. Uno de ellos es el de Sancho Panza como persona sensata por oposición a su loco amo, del que parece ser una especie de conciencia externa que le advierte sobre los disparates imaginados, o un lazarillo que intenta dirigirlo por el camino recto, para que no tropiece con molinos de viento. Se le considera modelo de criados, siempre obediente a su señor, al que sirve con la remota esperanza de recibir el gobierno de una ínsula desconocida, por lo que aguanta pasar hambre y padecer estacazos con resignación. Este estereotipo es consecuencia de leer indebidamente El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, como dice la cubierta de la primera parte, impresa en 1605, o cavallero en vez de hidalgo, como se lee en la portada de la segunda, editada en 1615.
Sancho era tan insensato como su amo, aunque sus sandeces derivasen de motivos distintos. En su caso se debía a su condición de labrador humilde, analfabeto integral, lo mismo que su mujer y sus hijos, porque a comienzos del siglo XVII, cuando se desarrolla la acción novelesca, los trabajadores no tenían la posibilidad de aprender a leer y escribir, ni alicientes para hacerlo. Por el contrario, mantener al proletariado en la ignorancia servía para que estuviera domesticado, sumiso y reverente, sujeto a las ordenanzas del rey, los nobles y los clérigos. Por ello los responsables de salvaguardar el orden en el reino cultivaban la ignorancia generalizada en el pueblo.

La ínsula del tesoro

Cuando Miguel de Cervantes introduce a Sancho en la novela, en el capítulo siete de la primera parte, momento en el que don Quijote prepara su segunda salida del pueblo a correr aventuras, lo presenta diciendo que era

un labrador vecino suyo, hombre de bien, si es que este título se puede dar al que es pobre, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y le prometió que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. […] porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula y le dejase a él por gobernador della.

[Dado el número incontable de ediciones del Quijote, no se cita por las páginas de una concreta, sino que se indican la parte en números romanos y el capítulo en arábigos, lo que facilita su consulta en cualquiera de ellas. La mención de la novela se abrevia como Quijote, en letra cursiva, y la del protagonista como don Quijote, en redonda.]
Es muy significativo reparar en que Sancho y su familia son los únicos personajes de la novela que creen en las palabras de su vecino rico Alonso Quijano, o Quijada, o Quesada, o Quejana, “que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben”, según el verdadero autor (I, 1). Ellos solos dan por cierta la condición de caballero andante que anacrónicamente asegura profesar el que dice llamarse don Quijote de la Mancha. Todos los demás, villanos y señores, yangüeses y eclesiásticos, venteros y bachilleres, se burlan de él, cuando no lo muelen a estacazos.
Los duques, los personajes más repulsivos de la novela, simulan tratarlo tal como se relata en los viejos libros de caballerías para burlarse de él, y de paso de su escudero, al que nombran hipotéticamente gobernador de una supuesta ínsula Barataria, rodeada de tierra por todas partes, con el innoble propósito de regodearse a su costa.
Los motivos de Sancho para servir a don Quijote son muy interesados. A él no le mueve el afán aventurero, como a su patrón, sino el deseo de convertirse en gobernador de una ínsula que constituirá para él un tesoro, ya que piensa enriquecerse en ella. Es de imaginar que cubriendo de impuestos a los gobernados, porque no se sabe de otro medio posible. Eso era lo que él padecía, y por lo tanto le parecía lo más natural del mundo. Y debe de serlo, puesto que sigue en vigor el sistema hasta nuestros tristes días.

Más disparatado que su amo

Tan ilusionado estaba con la idea de verse gobernador, que a la mañana siguiente de la noche en que salieron sigilosamente de su aldea, ya le estaba recordando a su patrón “que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar, por grande que sea” (I, 7). Continuó sumido en su torpe engaño, sin atender más que a su afán de alcanzar el poder político para enriquecerse, incluso después de presenciar el ataque al molino de viento, en que don Quijote acabó molido, y tras la lucha con el vizcaíno, en que salió vencedor pero medio desorejado, dudosa hazaña que le incitó a reclamar perentoriamente:

--Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar, tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. (I, 10.)

Con esa idea fija fue capaz de pasar todas las penalidades a las que le conducían las alucinaciones de su patrón, de modo que confirma ser tan insensato como él. Esperaba de su señor esa gran merced, que le sacaría de la pobreza natural en que siempre había vivido hasta entonces, y casaría a sus hijos con buenos partidos. No perdía la fe en el presunto valor del brazo armado de su amo, pese a todas las demostraciones de su incapacitación no sólo mental, sino también física. De esa manera demostraba ser todavía más insensato que su patrón. Así lo pensaba la duquesa, y añade el autor que no era la única en sospechar la existencia de una locura sanchopancesca, a la que resultaba preciso añadir la poca sal de su mollera, para obtener un personaje estúpido por falta de educación, y avaricioso por ser pobre:

Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión, le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mismo parecer. (II, 32.)

Por ello la impúdica duquesa, en compañía de su menos odioso marido, ejemplos de parásitos sociales, organizaron un circo en su castillo, con los dos locos como payasos estrellas invitadas, según hoy decimos. Imitaban la costumbre generalizada entre los reyes, de mantener locos o seres deformes en sus palacios como bufones de los que burlarse.

Antisemita por inducción

Debido a su falta de inteligencia y de cultura, creía todo lo que escuchaba predicar al cura. Durante siglos los sermones eclesiásticos fueron la única fuente de conocimiento del proletariado, claro que se trataba de un conocimiento falso, pensado precisamente para mantenerlo en la ignorancia. Por ello resulta comprensible leer las manifestaciones de Sancho en contra de los judíos, una obsesión para los catolicorromanos antes del nazismo: algunos de sus santos lo han sido por su fervor en la organización de pogromos.
Al comienzo de la tercera salida del impulsivo hidalgo de su aldea, camino del Toboso, charlaban amo y servidor de sus preocupaciones, cuando Sancho hizo una solemne declaración de fe catolicorromana, con la añadidura de una rotunda condena de los judíos:

Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia católica romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos. (II, 8.)

Es divertido imaginar qué pleito podía presentar Sancho contra los judíos, como no fuera el aceptar las teorías de la Iglesia catolicorromana contra la condenada como “raza deicida”. Otra prueba de su mentecatez, que impide considerarlo sensato. No veía gigantes en vez de molinos de viento, ni ejércitos enfrentados en vez de rebaños de ovejas, porque no sufría alucinaciones, pero su credulidad era tan demencial como la de su patrón.
¿Admitiremos que Cervantes, muy preocupado por mostrar su condición de cristiano viejo, compartía esa misma opinión? Es claro que todo cuanto expresan los personajes de una novela o drama no es posible achacarlo al autor, porque a menudo sus ideas son contradictorias, pero en aquellos tiempos de protonazismo en la iglesia catolicorromana, es muy posible que eso mismo fuera lo que pensaba.

Un patrón irritable

Comprobamos en el curso de la novela que a don Quijote le desesperaba la manera rústica del habla usada por su escudero, y le avergonzaba que abriese la boca ante personas ilustradas, como los duques: “Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin duda alguna que había de decir alguna necedad” (II, 31). Daba por sentado que un escudero debía aprender buenos modales de la convivencia con su patrón, lo que no era el caso del suyo, tan patán como el primer día en que lo acompañó en busca de aventuras. Así que en un momento dado no pudo refrenarse la indignación, y estalló en insultos contra su criado, en presencia de los duques regocijados por el espectáculo:

--¡Maldito seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito –dijo don Quijote--, y cuándo será el día, como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada! (II, 34.)

No tenía en cuenta don Quijote que si Sancho no fuera tan inculto e ignorante como era, nunca habría aceptado su propuesta de servirle como escudero por el gobierno de una hipotética ínsula conquistada por él. De modo que la relación social entre el patrón y el asalariado se diferenciaba según su lenguaje. El hidalgo ocioso al que se le secó el cerebro de tanto leer (I, 1) hablaba de manera distinta a la del labrador analfabeto. En sus errancias solitarias por esos caminos, el patrón alguna vez corregía las expresiones utilizadas por su servidor, que eran las aprendidas en el habla del pueblo, pero las más le permitía comunicarse según costumbre popular.

El porro Sancho

Cuando se preparaba la partida de Sancho para que fuese a tomar posesión del imaginario gobierno de la supuesta ínsula terrestre conocida como Barataria, don Quijote se encerró con él en su estancia. A solas los dos, le explicó las normas esenciales de urbanidad, en una rápida lección, para que no desentonase ante sus presuntos súbditos, a los que el hidalgo debía de considerar más educados que su rústico servidor.
No lo hizo antes porque lo juzgaba innecesario, puesto que desconfiaba sobre la capacidad de aprendizaje de su criado, y se lo declaró sin disimulo: “Tú, que para mí, sin duda alguna, eres un porro” (II, 42). Ese calificativo ha de entenderse coloquialmente, como persona torpe, ruda y necia, sin relación con el uso habitual en las conversaciones actuales. Era una opinión compartida por sus convecinos, según lo admitió Teresa Panza en la carta que dictó para la duquesa, en la que reconocía que “en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro” (II, 52).
Lo era el analfabeto Sancho, porque a los dirigentes del altar y el trono en su tiempo les convenía mantener al pueblo en la ignorancia, sin enseñarle ni siquiera a leer. En tal situación los proletarios no comprenderían lo injusto de su situación, y no podrían reclamar el cumplimiento de unos derechos ocultos hasta que los proclamó la Revolución Francesa, además de replantearse las predicaciones de curas y frailes vendedores de bulas e indulgencias. No era culpable Sancho de su ignorancia, sino una víctima de la sociedad.

Dos idiomas castellanos

Tenía que resultar difícil la conversación entre un hidalgo ahíto de lecturas, y un labrador analfabeto. Las que imaginó Cervantes son las más sabrosas, y por eso permiten aventurar un entendimiento entre los dos, al menos en ocasiones determinadas. Cuando estaban solos no les quedaba más remedio que conversar entre ellos. Sin embargo, don Quijote debía corregir al escudero las deformaciones del idioma, tanto que Sancho se quejó:

--Una o dos veces –respondió Sancho--, si mal no me acuerdo, he suplicado a vuestra merced que no me enmiende los vocablos, si es que entiende lo que quiero decir en ellos, y que cuando no los entienda diga: “Sancho o diablo, no te entiendo”; y si yo no me declarare, entonces podrá enmendarme; (II, 7.)

De modo que Sancho no demostraba ningún interés en aprender a expresarse con propiedad. Con su réplica daba a entender la existencia de dos idiomas castellanos, uno utilizado por los señores y otro diferente de uso entre los servidores. Era necesario traducir las expresiones del uno al otro. De ahí las correcciones con las que don Quijote reprendía a Sancho.
El criado no se conformaba con ellas. En su opinión, bastaba con que se entendiera lo que deseaba comunicar, para que su modo de hablar fuese adecuado. Y tenía razón, puesto que no iba a disertar en una academia ni a predicar desde un púlpito. Le valía el román paladino para conversar con su vecino, como había ya anunciado Berceo. Puesto que todos los servidores empleaban el idioma común, se comprendían perfectamente. En cuanto al diálogo con los señores, que preguntasen lo que no comprendieran. Esto demuestra que Sancho prefería continuar en su ignorancia, y proponía que los señores se amoldasen al habla común.

El patrimonio del pueblo

El problema surgió con su teórico nombramiento como gobernador de la absurda ínsula terrestre, porque así entraba en la clase señorial. Entre los consejos que le dio el que hasta entonces fuera su amo estaba el de no enristrar refranes, como solía, a lo que argumentó su presunta excelencia:

--Por Dios, señor nuestro amo –replicó Sancho--, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas.¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? (II, 43.)

Muy escaso patrimonio poseía, y precisamente por ello lo defendía como suyo. Lo único que deseba era poder hablar a su manera, la única utilizada por el pueblo ignorante y analfabeto. Se ha escrito que los refranes son la voz del pueblo, porque han salido de su saber natural, en la observación de la naturaleza universal, y también de la naturaleza humana. Es significativo que Sancho los reivindicase como propiedad comunal del pueblo.
Su amo no le daba comida, y encima quería prohibirle utilizar refranes. Era demasiado. Cierto que eligió libremente el oficio de escudero, confiado en llegar a ser gobernador, pero no lo imaginaba tan duro y tan ayunador. Es absurdo considerarle un glotón, cuando lo que cuenta la novela es que comía poco y pocas veces, como se lo explicóél mismo a un desdichado más pobre todavía que él: “porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre” (I, 32). Conocemos lo que guardaba en las alforjas del rucio, porque se lo relató a su convecino Tomé Cecial disfrazado de escudero de Sansón Carrasco travestido en caballero de los Espejos:

[…] sólo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante; a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces, […] (II, 14.)

El pobre Sancho era un labrador, de manera que estaba habituado a padecer las privaciones propias de su estado, en beneficio del propietario de las tierras que trabajaba con su sudor para que él holgazanease, y del cura que le cobraba los diezmos y primicias fruto de su labor mientras él rezaba latines. El menú habitual en su casa no era mucho más abundante, por lo que estaba acostumbrado a pasar hambre, como cualquier asalariado.

Un hombre pacíifico

Todas las penurias y palizas las soportaba con la esperanza de resarcirse en la ínsula. Además, como les sucede siempre a los pobres, debía comportarse con humildad. Se autorretrató, dialécticamente, por supuesto, como un hombre tranquilo, y desde luego lo era en comparación con su batallador patrón. Lo hizo cuando su amo le advirtió que él no iba a volver a enfrentarse a personas que no fuesen caballeros, dato al que achacaba sus fracasos en las escaramuzas con ellos, y le ordenó que acometiera a la “canalla” que los atacase. Tal era el imperativo de la andante caballería, con sus normas clasistas. Un señor no podía combatir más que con otros de igual condición, y por tanto al criado le tocaba luchar con los de la suya. No le gustó la propuesta al escudero, que replicó así:

--Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Así que séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero; (I, 15.)

A él no le gustaban las peleas, seguía la recomendación de vivir en paz consigo mismo y con los demás. No respondía a las injurias que le hiciesen, porque pensaba en su familia por delante de todas las consideraciones. Su puesto en la sociedad era el de labrador analfabeto, precisado de trabajar para ganarse el parco sustento, y soportar los caprichos de los señores. Accedió a servir de escudero a su pendenciero patrón, engolosinado con la promesa de convertirse en gobernador de una ínsula, es decir, ilusionado con mejorar de posición, dejar de ser un labrador pobre y pasar a integrarse en la clase social de los amos ociosos en tanto trabajan sus servidores.

La rebelión de Sancho

Se comprueba en la lectura que el patrón tutea a su asalariado, y le insulta cuando le molesta su manera de hablar o proceder. En cambio, Sancho trata respetuosamente a su amo, le llama “vuestra merced”, o “mi señor”, y le sirve con la esperanza puesta en la promesa de hacerle gobernador. Era inevitable que surgiera entre ellos una relación afectuosa, derivada de su cabalgar juntos, que en ocasiones obliga a don Quijote a quejarse de que Sancho se excede en las confianzas que le ha permitido, y lo hace de manera colérica, como siempre que alguien le llevaba la contraria a sus deseos:

--¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿Quién te mete a ti en mis cosas, y en averiguar si soy discreto o majadero? (II, 58.)

De esta manera don Quijote impone el acatamiento a las diferencias de clase social, según las cuales el servidor ha de ser respetuoso en todo momento con su señor, aunque discrepe de sus hechos o dichos, sin mostrar opinión acerca de ellos, a no ser que el amo se la pida. La potestad del patrón llegaba hasta el castigo físico del criado, según leemos en la primera aventura a la que se enfrentó don Quijote después de ser armado cómicamente caballero: encontró a un labrador azotando a su criado por descuidar el rebaño de ovejas a su cargo (I, 4).
Todo esto era sabido por Sancho, y lo aceptaba, hasta que superó el límite de aguante posible. Narra el autor una insumisión del escudero, tan violenta que llegó al extremo de atacar violentamente a su señor, con la intención de impedirle que pusiera en obra el extraño método para desencantar a Dulcinea, consistente en sufrir tres mil y trescientos azotes en sus espaldas:

Y así, procuraba y pugnaba por desenlazarle, viendo lo cual Sancho Panza se puso en pie, y arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido, y echándole una zancadilla dio con él en el suelo boca arriba; púsole la rodilla derecha sobe el pecho, y con las manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía:
--¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves? (II, 60.)

Así comienzan las revoluciones, cuando el pueblo se harta de soportar la opresión de los señores, y decide tomar venganza de los agravios padecidos. El pacífico Sancho se rebeló contra su amo, cuando quiso obligarle violentamente a comenzar de inmediato la penitencia de los azotes en contra de su voluntad. En esta escena se diría que está resumida la explicación de los levantamientos populares contra los señores. Cuando los asalariados sienten el abuso despótico de los amos, que aumentan los impuestos para continuar sus lujos inactivos, estallan los motines, y el pueblo asalta la Bastilla o el Palacio de Invierno y da comienzo a una revolución que le entregará el poder político. Lo escenificaron don Quijote y Sancho en ese enfrentamiento físico, del que salió vencedor el criado, un hombre del pueblo.

Las clases sociales en su sitio

El labrador analfabeto Sancho Panza representa las opiniones del pueblo llano en el Quijote. Permanece humilde y respetuoso en el papel que le ha correspondido en el gran teatro del mundo, como diría Calderón de la Barca, hasta que le resulta intolerable continuar la representación. Su amo se considera con derechos sobre él, debido a su hidalga situación social. La novela se limita a reproducir la realidad politicosocial de España en el siglo XVII. Cada clase estaba en su sitio, para que el reino continuara inamovible en su corrupción administrativa. Eran muy atemperadoras de los ánimos las ejecuciones en 1521 de los comuneros de Castilla, alzados contra el rey por la defensa de sus libertades, y contra la acumulación de impuestos.
Las predicaciones de curas y frailes alentaban el acatamiento de los criados a sus amos, siguiendo la doctrina expuesta por el apóstol Pablo en sus epístolas a los Efesios (6, 5) y a los Colosenses (3, 22): “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales”, y en la enviada a Tito, en la que le recomendó: “Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos” (2, 9), una teoría que los amos aceptaban muy complacidos y a los reyes les hacía muy felices, con lo que la alianza entre el altar y el trono ha sido secularmente muy sólida, tanto que llega hasta nuestros días.
La sublevación de Sancho demuestra que se le había contagiado la locura de su señor, porque eso es lo que implicaba su acto de insumisión. Como fiel cristiano que se declaraba, tenía la obligación de soportar con resignación los caprichos de su empleador, y a lo más podía negarse a continuar a su servicio, aunque ese gesto seguramente le impediría encontrar nuevo amo, por queda marcado como un rebelde. En ningún caso le estaba permitido alzar la mano contra su amo y señor natural, como le dijo don Quijote, aunque exageró al decir que le daba el pan que comía, puesto que le obligaba a pasar hambre y no le pagaba ningún sueldo.

El saber popular

Los juristas, los filósofos y hasta los teólogos, que son los más crédulos, admiten la existencia de unos derechos fundamentales en la naturaleza, que por eso son universales y conciernen a todas las sociedades. Ellos mismos se encargan de recopilarlos, para elaborar tratados que llaman de Derecho Natural, y así se estudian en las universidades. Este derecho, por definición, no deriva de ningún código, sino que se conoce mediante la razón. Como siempre, las religiones se lo han querido apropiar, para convertirlo en derecho divino, que establece la separación entre las clases sociales, y afirma que la potestad de los reyes es de origen divino.
El pueblo conoce muy bien las normas del Derecho Natural, precisamente porque se hallan en la naturaleza y no están redactadas en ningún código que los analfabetos no pueden leer. El labrador pobre Sancho Panza, ignorante de todos los documentos escritos, sin cultura, criado en el catolicismo romano, sin saber de la historia más que las historietas inculcadas por el cura en sus sermones, se comportó como un experto jurista durante el desempeño de su teórica gobernación de la supuesta ínsula terrestre.
El pueblo no se equivoca nunca, si no ha sido fanatizado por doctrinas antihumanas, como sucedió en la Alemania nazi. El pueblo ignorante no necesita matricularse en una Facultad de Derecho para conocer el Natural, lo hereda en los genes de sus antepasados, paletos iletrados que padecieron secularmente la opresión de los reyes, los nobles y los clérigos.
Por eso el porro Sancho actuó en su gobierno con arreglo a la equidad y la justicia, resolviendo con acierto los litigios presentados. Al final del capítulo 51 de la segunda parte se enumeran “algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno” dictadas por él, y se ajustan a Derecho con validez universal. Por lo cual lo termina el autor explicando: “En resolución: él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza.”
No se encuentra gobernador en nuestros días al que se pueda aplicar el calificativo de grande, ni buscándolo con la linterna de Diógenes. Es porque ahora gobiernan los políticos licenciados en Derecho, y no el pueblo analfabeto guiado por su saber natural.

Una alegoría

Parece seguro que Cervantes empezó a redactar el Quijote en 1597, a sus 50 años. Había vivido muchas aventuras y padecido muchas privaciones, incluso cárcel, y en la de Sevilla ese año engendró su novela más famosa, de acuerdo con la confesión que precede a la primera parte. Había intervenido en la batalla naval de Lepanto, sin recibir más recompensa que una herida en la mano izquierda. Estuvo cautivo en Argel durante cinco años. Sus novelas, poemas, comedias y entremeses no alcanzaban el éxito deseado. Los trabajos que conseguía eran humildes y le dieron más problemas que dinero. Su vida familiar resultó desastrosa. Aunque se humillaba servilmente ante los poderosos no merecía la gracia de su protección, y nuca logró zafarse de la pobreza.
Se comprende que deseara escapar de ese mundo angustioso, y que detestase la sociedad en la que le tocó vivir. Era injusta, negativa y opresora. Los pobres estaban condenados socialmente a serlo durante toda su vida, sin posibilidad de remisión. Los criados nunca mejoraban de situación. Los soldados recibían un salario minúsculo, cuando se lo pagaban.
Cervantes protestó contra ese ambiente intolerable, de la única manera que podía hacerlo, sin ser acusado de hereje ante el siniestro Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, siempre dispuesto a quemar disidentes, o de comportamiento reprobable ante los tribunales reales y condenado a galeras, como aquellos desgraciados a los que liberó el atrevido hidalgo.
Señaló el camino de la rebelión, con el ataque de Sancho a su amo. Entre las muchas acciones disparatadas de la novela, ésa debía pasar inadvertida para los censores reales. Después de la decapitación de los comuneros por orden del tiránico rey Carlos I, nadie en su sano juicio pensaría en una revuelta popular, de final seguro y sangriento.
Pero en el Quijote el héroe es un loco insensato, y su servidor un mentecato, al que contagia su demencia. Así que Sancho estaba en condiciones de marcar la rebelión de los oprimidos contra sus amos. El representante del pueblo, Sancho Panza, se rebela y derrota al amo tiránico, don Quijote. Es el único remedio para alcanzar la libertad, en una sociedad sometida a la lucha de clases. El viejo soldado pobre y desengañado Miguel de Cervantes señaló el camino a su “desocupado lector” del prólogo a la primera parte, para preocuparle. Es el mensaje de la novela.


Comentarios (1)

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He pensado en estos dias en el.personaje de Sancho Panza. Y me propuse rescatarlo porque vi a Don Quijote como un estafador. Como nos estafan los politicos, con cuentos. He encontrado aqui argumento para mi reflexion. Gracias

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