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Esa manera lenta Ricardo Martínez-Conde

Ediciones Vitruvio Colección Baños del Carmen, Madrid, 2015

Vitruvio es una editorial minuciosa, exquisita, que puede publicar a Cernuda (La realidad y el deseo) a la par que a Juana de Ibarbourou (Perdida y La pasajera), a Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo), a Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), o a -¡sorpresa!- Leopoldo María Panero (Poemas del pájaro y la oruga). Pues bien: el último número de la casa es Esa manera lenta, de Ricardo Martínez-Conde. Vuelve este extraordinario poeta a ser explícito en sus títulos. La lentitud. Ese concepto no es baladí. Peter Handke lo utilizaba para subrayar el carácter necesariamente arduo, casi desesperado, del acceso al saber. En Lento regreso exhibía un sistema filosófico, a la vez que rendía homenaje a los clásicos que trataban ese mismo tema: las novelas de aprendizaje. La educación sentimental de Flaubert, Rojo y negro de Stendhal o el Wilhelm Meister de Goethe, donde podemos leer: “Tengo una ineludible tendencia a aspirar a esa formación armónica de la naturaleza” Martínez-Conde ha sabido resumir ese fenómeno, ese estado de las cosas, esa aproximación tan profundamente literaria al enigmático conocimiento: La lentitud, al fin, es quien más celebra el vivir toda vez que escancia con mayor detenimiento la pereza poética de cuanto acontece, el equilibrio oculto; el vivir en el morir Como para construir adecuadamente un escenario digno de esa aventura intelectual, vuelve a servirse de las viejas tramoyas: el silencio, la soledad. Los une para poner en marcha un drama nuevo, exhortando al público a que entre en el anfiteatro: Sigo, más sigo con mesura, esa lenta pausa en la que ahora me escuchas y en la que agradezco, ahora sí, tu silencio. A ti, lector, a ti que sueñas, a ti me dirijo Magnífico. Y lo consigue. De una manera en la cual el lector acaso tardará en asumir, irá entrando poco a poco en la sugestiva trama de la obra. Costará tiempo, pero al fin comprenderá que se le está transmitiendo, como en el episodio de la transmigración de las almas, una suerte de compendio de la vida y del particular gusto del autor. La experiencia será reveladora. Y profundamente orientativa. Ergo: útil. Lo es, porque Esa manera lenta no deja ni un sólo verso al azar. Allí donde menos podríamos imaginarla, está la luz de ciertas historias fecundas. Voces y ámbitos iluminando -a la manera de aquél Truman Capote aún adolescente- y en ello nos descubren raíces profundas: Se citará a los clásicos por su nombre y sus obras; nacerá de un racimo otro racimo. Velará la mujer su propio amor, el no comprendido, y la estación lluviosa cederá su nombre al paisaje. Alucinante. Cuando leí este poema, situado estratégicamente en la contraportada del libro (no es de extrañar: es uno de los decisivos) recordé, de pronto, de dónde viene la inspiración de los grandes poetas gallegos de la segunda mitad del siglo XX. Sí. Es Francis Jammes. Fué Luis Pimentel quien quiso advertirnos sobre la delicadeza de su poema Septiembre, donde se puede leer: ¡Oh Musa, calma mi corazón dolorido! Si tienen que tornar mis cenizas a los viñedos de septiembre, haz que un racimo de oro nazca de mi corazón inerte, dulce, para el ágil tordo cantarín. La lentitud del aprendizaje del devenir incluye, en este caso, lo que será para nuestro autor una grata sorpresa: la de descubrir, en el subconsciente, una raíz tan insólita.Él dirá, seguramente, como en los últimos versos del libro, lo siguiente: Vivirán la noche y el río, volverán la religión y la duda. Todo habrá sido sin el hombre. Nada sin él presente Que disfruten de esta nueva joya de autor. Se hará la luz...

XURXO FERNÁNDEZ