Santa Teresa de Jesús. Poesía y pensamiento (Antología)

Ed. Alianza, Madrid, 2015     

No ha de ser, creo, lo resaltable en la labor de la santa de Ávila tanto su condición de santa para la iglesia como la valentía y el coraje con que se enfrentó a una sociedad oscura por incomprensiva, vieja por incapaz de asumir cualquier avance y cobarde por cuanto, valiéndose del poder, amenazó, a través del terrible tribunal de la Inquisición, a una mujer que no quería sino avivar una forma nueva de entender la realidad –material, social, espiritual- para así dar un salto en la historia que había de ser, por trascendente, revolucionario Y una de las formas de conseguirlo no fue solamente valiéndose de un carácter personal fuerte, sino empleando palabras llenas de significado y valor, fáciles de entender por un vulgo analfabeto en buena medida, efectivas en cuanto a disponer una nueva manera de afrontar la realidad cotidiana, la formulación de unas reglas asumibles por cualquiera. También, sea dicho, para encontrar un camino que llevase a lo que ella consideraba un destino cierto, benefactor y verdadero: la aproximación a un Dios que les ofrecía perdón y redención               Su discurso, en toda su actividad constructiva, fue siempre directo, sincero, inequívoco –siempre apoyándose en los preceptos de la fe-, asumiendo sacrificios ciertos: “Cuando la religiosa comienza a relajarse en unas cosas que en sí parecen poco, y perseverando ellas mucho y no les remordiendo la conciencia, es mala paz”. Siempre teniendo como referencia los actos sencillos, los comportamientos humildes, ‘humanos cuanto más humanos’ Es así que habla de que “hay que sentarse en el lugar más bajo”; incluso que “hay que moderar los ímpetus sobrenaturales”    Llegar hasta la realidad de los pucheros equivale, en el lenguaje de la santa, asumir la cotidianeidad como una forma de actuación positiva, de implicación sincera en lo común; luego vendría, a modo de un bien, el rezo. El caso es contribuir al sacrificio de cada día a favor de la obra bien hecha para ir ganando el destino mejor, el cielo. Y en el mejor ánimo y disposición, fuese el que fuere el recurso elegido. Dando ejemplo desde sí propia, tal como revela María de San José: “Todo se pasaba riendo y componiendo romances y coplas de todos los suceso que nos acontecían, de que nuestra Santa gustaba extrañamente”               La vida, pues, aquí, como un tránsito, como una etapa o transición donde la confianza y la fe en el Señor serían su guía. A la salvación por el sacrificio y el bien, deseo que llegó a ser tan vivamente sentido que habría de dar lugar a una de las expresiones más bellas de cuanto la literatura mística nos ha legado: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”                 ¡Qué entrañable destino para cualquier actividad entendida como ilusión satisfecha!: deseo de morir después de un gozoso y útil deseo de vivir.                                                                              

Ricardo Martínez


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