El cordero aúlla o las cosas que nunca se pueden lograr

El cordero aúlla o las cosas que nunca se pueden lograr

Por Johan Moya Ramis

Como es habitual cada año, la editorial Letras Cubanas publica las obras ganadoras del premio literario Alejo Carpentier, esta vez correspondiente a la edición de 2014. Dado que el citado premio es uno de lo lauros más codiciados por escritores, poetas y ensayistas en nuestro país, las publicaciones galardonadas nunca dejan de estar en el centro de las críticas -literarias y no literarias-. Son una puerta a textos que siempre dan que hablar, para bien o para mal, y la presente edición no queda exenta de ello. En esta ocasión, me inclino a comentar el género de novela, de la que resultó premiada una obra de inquietante factura literaria: El cordero aúlla, la segunda novela del narrador y artista plástico matancero Javier Rabeiro Fragela, radicado desde los nueve años de edad en La Habana, quien antes de publicar El cordero… ya había incursionado en la narrativa con varios cuentos premiados. Su salto hacia la novelística, lo realizó con el libro El sentido del mundo, muy promocionado en Internet, pero difícil de hallar en los circuitos de las librerías habaneras. Como me considero un lector cercano a la obra de Fragela (Javi, para sus íntimos), me puedo permitir la afirmación que con El cordero aúlla, Javier Rabeiro se planteó un reto superior a todo lo anterior escrito por él. Desde que hace unos años leí los primeros textos de Rabeiro, supe que su creación literaria gustaba de una estética donde el erotismo como epopeya del deseo humano, la enajenación como sistema lógico donde impera el absurdo y la introspección psicológica, se entremezclaban con la maestría propia de alguien que desde muy joven se ocupó con espartana delicia de leerse los clásicos de la literatura universal. Un buen escritor, no solo es aquel que escribe bien, sino que lee y hace aprehensión extraordinaria de todo el universo que absorbe de los textos leídos y de alguna manera los devuelve al mundo a través de una creación renovada. Tales fueron los elementos primarios de la creación literaria de este joven autor. Pero la lectura de El cordero aúlla, pieza narrativa, estructurada en dieciséis capítulos, y con poco más de doscientas páginas de extensión, va más lejos. Es un golpe bajo en la carne del alma, que deja una confusa sensación entre el estupor y la ansiedad y al mismo tiempo tiene el sabor aleccionador que dejan los errores de la vida. Las razones que dan efectividad a esta lectura punzante se debe, en primer lugar, a la acertada elección de un narrador en tercera persona que no juega a ser Dios, sino que transita por cada aspecto de la historia con la naturalidad y la crudeza propia de los narradores de Cormak Mc Carthy o James Elroy, esto último, sobre todo en las escenas descriptivas de viva plasticidad, pero sin un ápice de adjetivos manidos u otros elementos innecesarios durante la narración, lo cual le confiere un aire del clásico estilo de la novela negra, que por momentos parece que todo se va a retorcer a lo Qëntin Tarantino pero no, la línea argumental regresa a los vórtices que le dan su sello de originalidad a esta obra. Otro aspecto a resaltar es el intenso trabajo que realizó el autor en la caracterización psicológica de sus personajes, sobre todo del protagonista, que no tiene nombre (como aquel sensacional detective de Dashiell Hammet en Cosecha Roja) y se ve obligado a existir atrapado entre fuerzas que lo llevan de un lado a otro, en medio de una realidad donde la muerte, la sangre y la violencia animal cotidiana (el padre es un matarife profesional), se instalan en su psique de tal forma que confrontar su realidad se vuelve un dilema que toca al mismo tiempo la morbosidad y la sordidez. Semejante espectáculo hace que el protagonista se forje un designio propio: acceder, de alguna forma, al control de las formas de la muerte. Pero las formas de la muerte son ingobernables y nada ni nadie pueden prever los trabajos de Abadón, (aquel terrible ángel exterminador de los rudos días del Antiguo Testamento), o las Keres griegas. De modo que el protagonista, en busca de una tabla de salvación, se ve arrastrado hacia el lado opuesto del sufrimiento: el placer. Con la iniciación típica de un voyeur de traspatio, hace su entrada al universo del erotismo, el sexo y la fruición de las carnes. Aquí la novela se coloca de manera sutil bajo la relectura freudiana de Eros y Tánatos, pero el autor la matiza con aires de redención. Ya que el protagonista encuentra en su erógena musa - una escritora de mente libertina que desborda los límites del placer sexual- un camino a la liberación de sus deseos y una posible cómplice que le ayude a consumar su más hondo anhelo: tomar una vida y ver como la muerte llega poco a poco a velar los miembros y el rostro de su víctima. Pero la relación con este personaje femenino pondrá al protagonista en una cuerda floja entre la conciencia, la pasión y los límites. Entonces, como Raskólnikov, el protagonista de El cordero aúlla se sentirá por encima de la moral social de su tiempo pero de una forma burda, esto último puesto en evidencia por el narrador que demarca con intensidad los resortes internos del protagonista anónimo de la novela. Un tercer criterio de validación de esta obra radica en lo impasible del escenario social donde esta se desarrolla: un pueblo del interior de Cuba que, al igual que su protagonista, (la ausencia de nombres es parte de la dislocación temporal con la que juega el narrador), sin embargo la constatación geográfica llega al lector, sobre todo en la densidad temporal, esa que solo siente un capitalino cuando sale hacia la periferia o viceversa. Por otra parte, los personajes que sirven de fondo en las escenas, son implícitamente un reflejo de la sed irracional de violencia que late en el protagonista. De alguna manera la provocan, la alimentan y la reproducen. Son seres ahí, revestidos de una antropología sartreana, y parecen lanzados a la existencia. Pero, como en la vida, la realidad no es tan determinante como aparenta, y la ley de la causa y el efecto no se cumple de manera cerrada, surge un personaje piadoso que acoge los restos del naufragio en la vida de este joven. Dentro de la escala de grises, podríamos señalar que algunas ocasiones, las escenas de sexo se prolongan, desbordando el espacio narrativo que las contiene. Por otra parte, a esta obra también vale criticarle la ralentización durante los procesos de transición en la trama, las mudas o el cambio de realidad, lo cual es bastante común en la mayoría de las novelas. El autor, en futuras entregas, deberá tener en cuenta que en la narrativa la acción no es movimiento, sino transformación, y este proceso en la ficción novelada puede ocasionar más de un bostezo o que el lector salte las páginas. No obstante, en el caso de El cordero aúlla, esto solo es una pincelada, una gota en el océano de intensidad que sumerge al receptor de la obra y no lacera en absoluto la buena hechura de esta novela. El lector que haga el pacto ficcional con esta obra y recorra sus páginas de forma consecuente, deberá estar listo para un final donde se tropieza con los axiomas duros de la vida, con la parálisis de aquello que pudo ser y no fue, entonces es el momento donde el alma se abre como una caja de Pandora y ya nada puede hacerse. El desenlace queda reservado al lector.


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