Plagios literarios

 

copypaste

 

A grandes rasgos plagiar consiste en realizar una copia de obras ajenas, haciéndolas pasar como propias. La línea divisoria entre el plagio, el homenaje, el pastiche o la copia no siempre es clara. En la historia literaria ha habido casos famosos, parece demostrado que el mismo Shakespeare utilizó a Marlowe como negro en algunas obras,  se acusó a José de Cadalso de que sus Cartas marruecas eran una copia de las Cartas persas, de Montesquieu, o a Clarín de que La Regenta era una imitación de Madame Bovary de Flaubert.

En la historia reciente, no se libran autores de la talla de Camilo José Cela que fue acusado de plagio por su novela La cruz de San Andrés (ganadora del premio Planeta 1994) por la escritora Carmen Formoso, la cual denunció la semejanza con su propia novela Carmen, Carmela, Carmiña, que también había sido presentada al mismo concurso con anterioridad, como pudo demostrarse, ya que Formoso lo hizo el 2 de mayo y Cela el 30 de junio.

El escritor Víctor Celorio esgrimió que Diana o la cazadora solitaria, de Carlos Fuentes, publicada en 1994, tenía una serie de coincidencias textuales con su obra El unicornio azul, de 1985, aunque en este caso el juez falló en favor de Carlos Fuentes.

Algo más claro fue el del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, acusado en 2008 de haber plagiado diversos artículos periodísticos de periódicos, por lo que fue multado, aunque se defendió esgrimiendo que el plagio es una forma de halago. Y flagrante el de la presentadora de televisión Ana Rosa Quintana que en 2000 publicó la novela Sabor a hiel, lo que se demostró que era un refrito con páginas enteras copiadas literalmente de tres obras (Mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta; El pájaro canta hasta morir, de Colleen MacCullough y Álbum de familia, de Danielle Steele). A pesar de quedar totalmente demostrado, y que la autora pidió disculpas públicamente, se vendieron más de cien mil ejemplares, y quedó, además, acreditado que ni siquiera había escrito el resto del libro sino que el autor en la sombra, o en este caso quizás cabría decir el compilador, era David Rojo. Al parecer, la estrategia creó escuela, ya que cuando se demostró Lucía Etxebarría había copiado párrafos enteros del artículo "Dependencia emocional y violencia doméstica", escrito por el psicólogo Jorge Castelló, esta declaró que esperaba que el escándalo ayudara a aumentar las ventas de su libro.

El más controvertido en los últimos años ha sido el de  Agustín Fernández-Mallo, que publicó su obra con el título El Hacedor (de Borges), Remake, por tanto sin ninguna voluntad de plagio escondido sino de revisitar una obra de un modo contemporáneo. Pero la viuda de Borges, María Kodama, no lo entendió del mismo modo y pidió que fuera retirado de las librerías por insertar citas protegidas por derechos de autor en una obra original sin contar con su consentimiento. Este es ya otro camino distinto, y el debate es eterno,  entre los límites de los derechos de autor, el control de la difusión de la obra por escritores y herederos, y la creatividad literaria basada en la intertextualidad. El debate está servido.

 

 

 

 




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