Malestar en el mundo de la edición. El editor, el autor

El Blog de Guillermo Schavelzon

Día 26/01/2015

La larga crisis económica y la gran caída en la venta de libros (en España), vienen enmascarando un malestar, una sensación de confusión que se vive en el mundo de la edición, al principio erróneamente atribuido a la llegada del libro electrónico.

El editor enfrenta hoy una divergente y a veces desconcertante presión, tanto de las exigencias del mercado –a las que tiene que atender para mantener su trabajo—, como las que son consecuencia de una nueva forma de funcionamiento y organización, producto del gran crecimiento de los grupos editoriales, para los que la mayoría de los editores trabaja.

Esta presión se ejerce desde todas partes. Desde arriba, por los accionistas, para obtener mayor rentabilidad (más ventas y menos gastos). Desde los costados por los agentes comerciales, que aunque no lean, parecieran saberlo todo sobre qué hay que publicar y qué no, y desde abajo (la ubicación es sólo un esquema) por los lectores. Pero no por los lectores de toda la vida, que siguen comprando libros cuando les interesan. La presión sobre el editor viene de los lectores que no conoce ni llegará nunca a conocer, esa gran masa de compradores ocasionales que, cuando se moviliza, cambia el resultado económico de todo el año.

Encontrar a esos lectores eventuales no es una operación literaria, sino comercial. Tiene que ver con el marketing, el posicionamiento, los estudios de mercado, un sofisticado trabajo de seducción fallido la mayor parte de las veces: encontrar escritores trabajables como Brand Business (negocio de marca), un concepto que hasta hace unos años era ajeno al mundo editorial.

El malestar del que hablo no es producto de la llegada de la edición digital, ni del avance de la piratería, como dicen algunos editores cuando los lectores no les favorecen con sus elecciones. La llegada del e-book, esta innovación perturbadora, como lo llama Clayton Christensen, no cambió demasiado las cosas, pero las complicó, funcionando como un acelerador de esa confusión general, generando una crisis de identidad en muchos editores, que llegaron a pensar si su saber tendría futuro laboral.

 

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