El gran escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, calificaba su novela como una: “obra polémica, cuestionadora de valores establecidos; una de esas que parecieran destinadas a producir alergias de todo tipo en los lectores.” Lo mismo podemos decir de esta tragedia indecente, porque los personajes en Sociopatía se expresan sin tapujos: dicen lo que piensan, se comportan como piensan y no les importa la opinión de los demás. Ellos son nuestro reflejo. Estamos frente a un espejo que nos incomoda. La indolencia social que satiriza la obra y la ambigüedad moral que nos presenta, sin juicios de valor, las “nuevas costumbres establecidas en el siglo veintiuno”, nos hace pensar en qué tipo de sociedad estamos viviendo. ¿La obra es un espejismo o es la realidad? Sociopatía es una comedia disfrazada de tragedia. En un día soleado, a las diez de la mañana, en una plaza donde hay una estatua alegórica de la Justicia (ella levanta en la mano izquierda una espada rota; en la mano derecha tiene una balanza inclinada hacia un lado; está de rodillas frente a un verdugo, quien levanta una soga con la que la va a ahorcar), se reúnen los personajes, quienes están preocupados exclusivamente por lo que ven y oyen en sus teléfonos celulares. Como son incapaces de comunicarse entre ellos y ver lo que pasa a su alrededor, se comportan como si cada uno de ellos fuera el “centro del universo”. No importa lo que ocurra a su lado; lo único que vale es lo que ellos quieren. La hipocresía, la violencia urbana, la condescendencia, la depresión, la pornografía virtual, el narcisismo de los influenciadores digitales, son algunos de los temas que los personajes de Sociopatía, una tragedia indecente representan como si nos estuvieran representando. Después de haber leído esta pieza teatral, lo más difícil es decir: “yo no soy así”.