En el campo de batalla, donde el olor es tal que ahoga, donde el ruido es tal que ensordece, donde la lucha no es solo contra el enemigo sino también contra la mente y el instinto y donde los reflejos son esenciales para mantenerse con vida. En medio de este caos nadie se detiene, nadie auxilia, nadie escucha, pero muchos hablan. Hablan aquellos en el suelo, malheridos y que, a pesar de hallarse rodeados de aliados y enemigos, están solos. Hablan de su verdad, verdad que no es más que la ira, el pesar, la vergüenza, la satisfacción, el arrepentimiento o mismo la euforia que sienten al verse, repentinamente, obligados afrontar la consecuencia de sus actos.