Z. Herbert: Poesía completa

Lumen, Barcelona, 2019.               

Hay un rigor cierto en este discurso dictado desde lo hondo de lo humano, rasgos definidos para distinguir el interior del hombre y sus preocupaciones dentro de ese paisaje nuboso que constituye la difícil realidad. El poeta no es el delator, sino el que señala siempre una parte del camino: “Mis manos contemplas/ son débiles –dices- cual flores/ mi boca contemplas/ demasiado pequeña para pronunciar: mundo/ -mejor balanceándonos en el tallo de los instantes/ bebamos el viento/ y contemplemos cómo nuestros ojos atardecen/ el aroma a marchito es el más hermoso/ y la forma de las ruinas nos anestesia”                 El poeta es, o ha de ser, el testimonio vivo de una realidad que siempre nos alude; que no debemos ignorar y sí asumir como vida propia, como inteligencia y sentimiento. Es, o ha de ser, el vivir como unidad, como filosofía que se completa y, de algún modo, conmemora en sí. El viaje es largo e ilusionante. Hagamos del escenario de la naturaleza una razón, también, para vivir: “Los duendes crecen en el bosque. Tienen olor peculiar y barbas blancas. Aparecen de uno en uno. Si fuera posible coger un buen puñado de ellos, dejarlos secar y colgarlos en los árboles, tal vez tendríamos paz”            El lector, respecto del autor, nunca estará a solas; nunca se sentirá a solas. Tal es un principio elemental no solo de la literatura, sino del significado más profundo de ésta. Por eso cada libro es un don, un regalo precioso. Aún a sabiendas de que la realidad no es precaria o arrogante, sino sencillamente real. Y necesitada de ser dialogada, sentida: “Desde esta mañana no ha dejado de llover. Hoy será el funeral de la de enfrente. La costurera. Soñaba con un anillo de casada y murió con un dedal en su dedo corazón. Todos hacen mofa de ello. Una lluvia bondadosa zurce el cielo con la tierra. Pero de esto tampoco nada saldrá” Vivir tiene mucho de implicación ontológica, de compromiso silencioso           Herbert, probablemente uno de los poetas vivos más hondos y elegantes, fortalece nuestro vinculo con la realidad a través de un discurso minuciosamente elaborado, respetuoso con la soledad, lleno de ternura y significación: “el guijarro es una criatura/ perfecta/ igual a sí mismo/ guardián de sus fronteras/ con precisión repleto/ de pétreo significado/ con un aroma que a nada recuerda” El discurso semeja como venir dictado desde el discreto interior de un poeta cuya compañía da valor y significación a nuestras dudas, a nuestra zozobra interminable.    Mas ello significa que nunca nos deja desguarnecidos, siempre nos acompaña. Y si de su boca brotan palabras claras, llenas de ecos con estilo propio, el lector se siente siempre, siempre, reconfortado: “Los guijarros no se dejan domesticar/ hasta el final nos mirarán/ con su ojo calmo y clarísimo”       Sencillamente así, desnuda realidad de realidades. Y lo demás es lector.

Ricardo Martínez    http://ricardomartinez-conde.es


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