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La realidad del traductor literario: luces y sombras

Carmen López / El Diario

Día 14/02/2015

Cuatro personas mantienen una conversación sobre la novela Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Tres de los participantes declaran que el libro les ha resultado muy aburrido y tedioso. Tanto, que ni han llegado a la última página. Sólo hay una voz discordante: uno de los conversantes comenta que le ha gustado mucho y añade que puede ser porque la traducción del clásico está firmada por Carmen Martín Gaite.

De dicha discusión se extrae una conclusión evidente: una buena o mala traducción influye en la opinión final sobre la obra (que se lo digan al pobre Flaubert). El libro se vende como un texto firmado por un autor, no como el resultado final de un trabajo en el que han participado un lector de manuscritos, un editor, un corrector y, precisamente, un traductor.

Los integrantes del gremio trabajan en la sombra.¿Deberían de recibir más atención? La traductora literaria Julia Osuna, en  cuyo currículum pueden verse los títulos de más de 60 libros traducidos, opina que la figura del traductor debería tener más peso: “Como cualquier artista, y no por una cuestión de vanidad, sino porque el reconocimiento haría que las condiciones laborales fuesen mejores y, en consecuencia, la calidad de las traducciones también mejoraría”.

 

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