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Adictos a la competición literaria

V.M. Niño / El Norte de Castilla

Día 16/02/2014

Darse a conocer, publicar, ganar algo de dinero para seguir escribiendo, estos son los objetivos de la mayoría de los aspirantes que envían a sus criaturas literarias a un concurso. Las editoriales reparten más o menos limpiamente sus honores y secuestran durante unas semanas, cada vez menos, estanterías y escaparates para sus autores. Hay sin embargo un reducto en esta industria con peculiaridades propias, la literatura infantil y juvenil. Muchos debutantes comienzan a cavar en este surco como lo harían en la literatura de adultos, y también hay laureados veteranos que siguen compitiendo y que repiten su nombre en el mismo palmarés. Vicente Muñoz Puelles ha ganado el XI Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil, galardón que ya logró en 2004 (‘El arca y yo’).

No es un caso único. El paradigma del competidor adicto lo encarna Jordi Sierra i Fabra, que estaba en el jurado que eligió ‘La voz del árbol’, de Puelles, en calidad de ganador precedente (su ‘Parco’ se impuso en la X edición). Sierra i Fabra, un prolijo escritor que puede hacer las memorias de su carrera hablando de sus ‘primeros 400 libros’, tiene una interminable lista de galardones repetidos, tantos que SM le pidió que no se presentase más.

David Fernández Sifres era un desconocido hasta hace tres años. Había publicado ‘¡Que viene el diluvio!’ en Everest, editorial de su ciudad, León.«Me gusta presentarme a los concursos», afirma. Y así ganó los dos premios de Literatura Juvenil –Alandar– e Infantil–Ala Delta– de Edelvives en dos años consecutivos. En 2013 ganó el de SM.«Son un escaparate, los premios abren puertas y facilitan que lean tus manuscritos. Así publica ahora Edelvives mi cuento ‘¡Que vienen los marcianos!’». Fernández Sifres considera la literatura su hobby, su profesión es otra.

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