Lectura compartida Gerardo Diego al trasluz

Arturo del Villar Julio Neira, Trasluz de vida. Doce escorzos de Gerardo Diego, Barcelona, Anthropos, 2013, 318 páginas.

EN 1924 publicó Gerardo Diego en la recién nacida Revista de Occidente un artículo titulado “Escorzo de Góngora”, que puede considerarse el primer toque de atención para formar el que sería después conocido como grupo poético del 27, reunido precisamente para conmemorar el tercer centenario de la muerte del racionero cordobés como se merecía. Años después, en 1961 inauguró el curso de la Universidad Internacional de Santander con un discurso titulado “Nuevo escorzo de Góngora”. Ahora el profesor Julio Neira recopila en un volumen doce trabajos con la vida y obra del poeta de Biografía incompleta como tema inspirador común, considerándolos doce escorzos en su homenaje. Ocho de ellos habían aparecido antes en diversas publicaciones especializadas, de difusión restringida, por lo que podrán alcanzar ahora una mayor divulgación; cuatro estaban inéditos. En algún caso se conserva el tono de conferencia, según se advierte al leer en la página 271 “Se trata, como ustedes ven”. En los libros compuestos con artículos de variadas procedencias y tiempos, resultan fastidiosas las repeticiones de datos en diferentes capítulos, un pecado presente en este volumen. Trasluz de vida concede mucha atención al hombre, con sus miserias y debilidades humanas. Neira presenta a un hombre constantemente preocupado por la manera de obtener dinero, para lo que concurría a toda clase de certámenes, y no dudaba siquiera en incurrir en falsificaciones de datos. Dentro de esa persona corporal habitaba un poeta extraordinariamente dotado para el verso, que desprestigió su poesía por dedicarla a temas impropios, pero obligados en los juegos florales. Un poeta grande en un hombre pequeño es lo que se proyecta al trasluz de estas páginas, escritas por un investigador deseoso de opinar con independencia de criterio, sin ocultar cuestiones que perjudican la imagen del autor de Imagen, para quienes mitifican su personalidad a partir de su poesía. El autor de los Versos humanos era muy humano y estaba lleno de flaquezas. Se ha beneficiado Neira de la correspondencia mantenida por Gerardo con otros escritores y amigos, para comprobar cuáles eran las cuestiones que le interesaban. Leemos que preparaba atentamente las ediciones de sus libros, con la pretensión de hacerlos apetecibles en el comercio. Componía poemas para incitar a toreros o banqueros a pagar las ediciones. No dudaba en cometer fraudes si con ello esperaba conseguir un premio. Estos escorzos permitirán a los interesados por su escritura adentrarse en la intimidad del hombre con sus claudicaciones. DESCONOCIDO Y DESFIGURADO Sobre Gerardo Diego existe una abundantísima bibliografía, en buena parte citada en este volumen. Sin embargo, eso no impide que su figura permanezca ensombrecida. Muchos lectores de poesía recuerdan que fue el poeta oficioso de la dictadura fascista, ensalzador en verso y prosa de sus sicarios, lo que le permitió ganar numerosos juegos florales convocados en la época, y disfrutar de una posición dominante en el caduco panorama poético español en los años cuarenta. Esa actitud motivó el sonoro insulto que le dedica Pablo Neruda en su incontenible Canto general, y las divertidas burlas de Rafael Alberti travestido de Juan Panadero, e incluso el calificativo de Judas que le aplicó su hasta entonces fraternal amigo Juan Larrea en 1938. Para los lectores de izquierdas una parte de su poesía es causa de desasosiego y rechazo. Y las derechas son analfabetas, de modo que no sirven para garantizar el renombre de un intelectual. En la red virtual circula, espero que poco, una página vergonzante titulada Editanet, espacio virtual literario y artístico, editada por Ana Alejandre. Búsquese en ella la entrada sobre Gerardo Diego, y horrorícese el buscador que conozca algo sobre el poeta, al leer la sarta de disparates enhebrados que contiene. Por no citar más que el comienzo, dice que “nació en Cendoya (Santander), el 13 de octubre de 1896”. Aclaro, por si alguien lo ignora, que Cendoya es su segundo apellido, y que nació en Santander diez días antes de la fecha dada. Cuesta creerlo, pero ahí está la página para que lo compruebe el incrédulo. Y al parecer no se pueden tomar medidas contra esta gentuza que distorsiona la verdad histórica con los horrores de sus errores. Otro ejemplo: hay un soneto muy conocido de Gerardo, inspirado por el ciprés de Silos, que además de figurar en numerosas antologías, no sólo de sus versos, está impreso en tarjetas postales con la fotografía del famoso árbol. Pues bien, la periodista opusdeísta Pilarurbano, que debe escribir su nombre en una pieza a semejanza del palurdo iletrado fundador de su secta, declara en su lacayuno libro La reina, expelido por Plaza & Janés en Barcelona y en 1996, precisamente el año en que se celebraba el centenario del nacimiento del poeta, página 187, nota 13, con tanta convicción como si rezara los misterios gozosos de un rosario: Domingo de Silos (1000-1073), monje benedictino, fue abad--gobernador del monasterio de San Sebastián de Silos, en cuyo patio claustral hay un ciprés solitario, que inspiró un magnífico soneto a Jorge Guillén: Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza… La que acongoja a la cultura española es la obtusa inculta Pilarurbano, aunque comprendemos que había de elegirse a alguien así para escribir un libro asá. Y todavía perpetró otro por el estilo, La reina muy de cerca, en 2008. La reina Sofía es griega e ignorante total de la cultura española, porque no le interesa nada, pero alguien de su entorno debiera aconsejarle mejor la elección de sus hagiógrafas, para no hacer el ridículo. En el supuesto imposible de que en su palacio, que tan caro nos cuesta, hubiera alguien que leyese algo, cosa impensable en la corte borbónica, entregada de lleno a la práctica del deporte en el mar y en la cama, siguiendo el ejemplo de su majestad el rey católico nuestro señor, que Dios guarde. A tales reyes, tales hagiógrafos.¡Qué reino! A LA DERECHA SIEMPRE Así que son necesarios nuevos ensayos sobre Gerardo Diego, para intentar hacer conocida y valorada su obra literaria, en verso y en prosa, en su justo lugar histórico. Es una obra tan vasta que cada lector puede encontrar en ella poemas de su predilección, entre los versos humanos y los divinos, los de métrica tradicional y los creacionistas, y hasta sus alabanzas épicas a nazis, fascistas y falangistas si eso le conmueve. Lo que no se puede hacer es enmascarar su ideología. Gerardo Diego nació en una familia muy conservadora y religiosa: dos de sus hermanos fueron jesuitas, y una hermana monja. Fue siempre un católico practicante, que comulgaba los domingos, junto con su esposa. Este dato explica su posicionamiento político en la extrema derecha, y su adhesión inquebrantable a los militares rebeldes vencedores en la guerra provocada por ellos, calificada absurdamente por la Iglesia catolicorromana de cruzada contra el comunismo. Los bardos oficiosos de la dictadura más jaleados en los años cuarenta fueron Dionisio Ridruejo, el cantor de la División Azul; José María Pemán, monárquico afascistado, y Gerardo Diego, el juglar falangista. Sin cambiar nunca de ideología, con el tiempo se fueron atemperando los fervores falangistas de Gerardo, así que modificó los versos más comprometidos con el régimen dictatorial, y otros prefirió ignorarlos en sus antologías. Era la misma evolución seguida por el dictadorísimo, que pasó de la sumisión a la Alemania nazi y la Italia fascista a buscar la alianza con sus enemigos, los Estados Unidos de Norteamérica, para sobrevivir a toda costa. Pero la historia no debe alterarse, por lo que son censurables las omisiones advertibles en los dos volúmenes de su Poesía, preparados por el profesor Francisco Javier Díez de Revenga, y editados por Aguilar en 1989, puesto que silencian las variaciones introducidas por el poeta para democratizar sus versos más fascistoides, y se olvida de otros que compuso en alabanza de los jerarcas falangistas. UNA RELACIÓN SANTANDERINA CONFLICTIVA El trabajo de Neira se refiere tanto a la obra como a la biografía del poeta. Sus escorzos ofrecen un interés variado. Algunos analizan cuestiones de política santanderina sin importancia, que no inciden en el conocimiento de la obra gerardiana, el factor esencial a la hora de estudiar a un poeta. Es lo que ocurre con el primero, encargado de investigar la relación, “conflictiva”, la define el autor, del poeta con Santander. No ha tenido en cuenta a este respecto la jinojepa “La pingorotada”, incluida en su libro misceláneo Cometa errante, en donde Gerardo Diego le comentaba a su paisano y tocayo el pintor Gerardo de Alvear: “Qué pueblo el nuestro, Gerardo. / Pero ¿qué le habremos hecho?” Puedo responder, con pleno conocimiento de causa, que conseguir destacar como artista uno y escritor otro en ámbitos internacionales. Eso no se perdona en Santander. Al que traspasa los límites regionales se le ignora, y si acaso se recuerda su nombre es para censurarlo. Qué pueblo más cateto el suyo. Sobre el frustrado homenaje a Gerardo en 1968, parcial y desfiguradamente contado en la página 26, estoy en condiciones de puntualizar algunos datos, puesto que fui yo el promotor, aunque Neira no se haya enterado de mi intervención. Trabajaba entonces en el diario santanderino Alerta, en el que reiteradamente publicaba sobre el poeta artículos, entrevistas y reseñas de sus libros. El 20 de diciembre de 1967 organicé un acto, celebrado en el saloncillo del periódico, para festejar la aparición de la Segunda antología de sus versos, con intervenciones de José Simón Cabarga, Leopoldo Rodríguez Alcalde y yo mismo; al día siguiente se publicó una amplia reseña del acto, escrita por mí. El presidente del Ateneo de Santander se quejó al director del diario, por no haber celebrado el homenaje en su salón. Pues que lo hubiera organizado él. Qué pueblo el suyo, que ni hace ni deja hacer a los que tienen ideas. Se me ocurrió promover un homenaje de carácter provincial en 1968, para conmemorar los cincuenta años del inicio de su escritura en verso y prosa, que no por “cumplirse los cincuenta años de su primer libro de poemas, El romancero de la novia”, como escribe Neira en la página 26, puesto que yo sabía que ese libro fue impreso en 1920. Es curioso que pese a ser tan detallista otras veces, como para copiar cuestiones intrascendentes, sin el menor interés para el conocimiento de la vida y la obra de Gerardo, silencie los datos principales sobre ese homenaje, para contarlo a su manera. EL HOMENAJE FRUSTRADO Neira no se ha querido enterar de que el sábado 30 de marzo de 1968 publiqué en la página 10 del diario Alerta un artículo titulado “Santander debe rendir un homenaje a Gerardo Diego”. Figura recuadrado en la página de “Letras / La vida de los libros”, en la que se advertía con claridad que la escribía yo, precisamente junto al recuadro. Es imposible no verlo. En el texto recordé los motivos que tenían los intelectuales asturianos para haberle organizado un homenaje, pero añadía los que con mayor razón podrían alegar los santanderinos. Sin mucha confianza, es la verdad, concluía diciendo: “Esperamos que este llamamiento, hecho ‘a quien corresponda’, tenga acogida favorable.” En parte la tuvo, y en días posteriores se insertaron en el diario adhesiones de intelectuales, estudiantes y organizaciones diversas. Algunas hubiera preferido que no lo hicieran, como el Frente de Juventudes de Falange (Alerta, 6 de abril de 1968), pero era inevitable ante el perfil falangista del poeta. Según asegura Neira en la página 26, la idea lanzada por mí “disgusta profundamente a Aguilera”, director de la Biblioteca Menéndez Pelayo y presidente del Ateneo de Santander durante muchos años. Sospecho que Neira no conoció a Ignacio Aguilera, o si lo hizo fue en sus últimos años, cuando ya había perdido la cabeza, porque yerra completamente al retratarlo. Yo sí lo conocí bien, en su faceta de dictadorzuelo cultural provinciano, muy integrado en el régimen, y no puedo escribir una palabra en su favor. Quiso torpedear mi iniciativa porque no era suya. Como de costumbre, la mezquindad santanderina se ponía en marcha, para impedir la realización de un proyecto. Qué pueblo el suyo tan rastrero. El sábado 18 de mayo se celebró en Avilés el homenaje asturiano a Gerardo, al cumplir sus bodas de oro con la poesía. Justamente una semana después, el día 25, tuvo lugar en el Colegio de la Enseñanza de Santander el homenaje a sor Flora Diego, al cumplir sus bodas de oro como religiosa de la orden de Nuestra Señora. Su hermano Gerardo participó en el acto, leyendo unos poemas de su libro Versos divinos, entonces inédito, y uno escrito especialmente para ella en ese día. Yo acompañé al poeta, como hacía en los últimos años, y también como de costumbre le hice una entrevista que se publicó en Alerta el domingo 26 de mayo, en la página 7. Reproduzco un fragmento para información de Neira, porque está muy claro que Gerardo no rechazó el homenaje rotundamente, sino con un dejo natural de modestia para no parecer un presuntuoso presumido: --Usted sabe que a la propuesta de que Santander le rindiera también un homenaje, se han sumado instituciones culturales y docentes, escritores y estudiantes, y que la Universidad Internacional ha decidido celebrarlo este verano. --Sería mejor dejarlo. El homenaje a un poeta es que se lean sus versos, que alguna vez le escriban una carta diciendo que cierto poema ha hecho sentir algo al que la firma. El proyecto siguió adelante, acogido con interés por el delegado provincial del Ministerio de Información y Turismo, José Luis Herrero Tejedor, quien debió de imaginar probablemente la manera de sacarle un provecho político. Vivíamos bajo un régimen dictatorial en el que todo se politizaba, pero a Gerardo no podía molestarle que lo hicieran los suyos. La Universidad Internacional decidió celebrarlo en su campus, y acordamos hacerlo coincidir con el cumpleaños del poeta, el 3 de octubre. Todo parecía bien dispuesto para que la intelectualidad santanderina se uniese a él en un acto de reconocimiento público por sus versos. Pero el 1 de setiembre me incorporé a la Editorial Santillana, contratado por Jesús de Polanco, que me leía en Alerta con agrado, y desde Madrid no podía continuar encargándome de preparar el homenaje, por lo que cayó en el olvido, al no haber nadie en la provincia que me relevase en la organización. Cuantos se habían adherido suponían que ya habían hecho bastante. Yo no podía ausentarme de un puesto de trabajo al que acababa de acceder.Ésta es la verdad de un asunto que me parece falto de interés fuera de los límites locales, y aun dudo que lo tenga dentro de ellos, pero ya que Neira lo saca a relucir, pese a su escasa brillantez, quiero aclararlo, por la parte que me toca, silenciada en su libro. UN ENFADO DE ALTURA También puedo esclarecer las causas del disgusto originado al poeta por el monumento levantado en Peña Cabarga como homenaje al Indiano y a la Marina de Castilla, conocido popularmente por “el pirulí de La Habana”, y apodado “el pingorote” por Gerardo, un asunto distorsionado en las páginas 27 y siguientes. Trabajar en un diario santanderino durante cuatro años me permitió conocer a fondo la politiquilla local, y así supe que, cuando se empezó a madurar la idea de levantar el monumento, se le propuso a Gerardo colocar en su base una lápida en la que estaría grabado su soneto “Peña Cabarga”, por lo que se le pagaría un dinero cuya cuantía no recuerdo, en concepto de derechos de autor. Esto sucedía en 1966, y entonces al poeta le pareció muy acertada la idea, sin imaginar que rompiese la estética de la bahía. No obstante, al acercarse la inauguración en 1968, el presidente de la Diputación, el frustrado poeta falangista Pedro de Escalante, autor del bochornoso vomitorio En campaña (1940), apodado por los santanderinos “El Cantabrón” y por Gerardo “El Escalantísimo”, decidió no mandar grabar el soneto. Herido en su amor propio y, lo que más le dolía, en su bolsillo propio, Gerardo declaró la guerra al monumento, porque comprobó entonces que rompía la estética de la bahía cantada por él en otro soneto, y prometió no volver a pisar su Santander, su cuna, su palabra, por decirlo con el título de su libro más provinciano. Al parecer suponía que la bahía de Santander era suya, y no se podía hacer nada en ella sin contar con su aprobación. Un poco megalómana resulta esa idea. Estoy seguro de que si se preguntase a los pescadores santanderinos cuántos poemas de Gerardo Diego han leído, dirían que no saben quién es el mentado. Si creyó ingenuamente que las autoridades iban a dinamitar el monumento para reconciliarse con él, se equivocó, porque sigue enhiesto acongojando tal vez al cielo con su lanza, y él faltó a su promesa al aceptar, en octubre de 1980, el homenaje que le rindieron Diputación, Ayuntamiento y otras instituciones, para festejar la concesión del premio Cervantes. Recogió medallas, títulos y honores, con su presencia en todos los actos, acompañado por su esposa. Ya lo dice el romance: “Malhaya quien en promesas / de hombre se fía.” Y si es poeta, menos todavía, porque donde dijo digo después dice Diego y se queda tan fresco. Estas cuestiones tal vez tengan interés a escala local santanderina, aunque lo dudo, pero no parece que aporten nada para el conocimiento de la poesía gerardiana. No obstante, ya que en el libro se abordan, al menos que queden exactas para conocimiento veraz de los lectores, y no como se cuentan en sus páginas. EL VIAJERO Y SU CONFERENCIA Otro capítulo de Trasluz de vida relaciona los numerosísimos viajes realizados por el poeta para dictar conferencias, por toda España, parte de Europa, parte de Latinoamérica, Marruecos y el Extremo Oriente. Justifica Neira tan constante ajetreo explicando que “Poetas y profesores obtenían unos ingresos por actuaciones públicas, generalmente institucionales, que no proporcionaban los libros, y menos las revistas especializadas” (página 63). Que los poetas viajen sin descanso es comprensible, porque además de ganar ese dinero extra quizá reciban la inspiración para nuevos escritos; pero que un catedrático de Instituto de Enseñanza Media se pasara el curso académico vagando por el mundo fuera del aula tiene menos justificación, y constituye una falta de respeto a los alumnos, que durante muchos años fueron solamente alumnas, sin el guía que debiera enseñarles la lengua y la literatura españolas. Antes de la sublevación de los militares monárquicos empleaba las vacaciones veraniegas para sus viajes, algo prolongadas en el tiempo cuando fue a la Argentina y Uruguay entre julio y noviembre de 1928. Incluso aprovechó el verano de 1934 para casarse y hacer el tradicional viaje de bodas. La República, durante el triste bienio negro anticonstitucional, le envió a Filipinas en viaje oficial, entre diciembre de 1934 y marzo de 1935. Pero tras la victoria en 1939 de los militares monárquicos sublevados las excursiones dialécticas, a veces con acompañamiento musical, menudearon tanto que su relación ocupa más de 24 páginas en este volumen. Sin duda contaban con la aprobación del director del Instituto y de las autoridades del Ministerio de Educación Nazional, con zeta de nazi, felices al poder mostrarse protectores de un intelectual muy ortodoxo con sus consignas. Tenían poco material válido para elegir, y Gerardo cumplía con todos los requisitos exigidos para su promoción dentro y fuera de la oprimida cárcel en que había quedado convertida España. Como es lógico, repetía los temas de sus conferencias en las diversas ciudades en las que disertaba, puesto que los auditorios eran distintos. Por ello, como apunta Neira, no las publicaba, y en buena parte permanecieron inéditas hasta su muerte. Fue un viajero que no proyectaba sombra, sino palabras, dicho sea con permiso de Nietzsche. EL SUPLICIO DE TÁNTALO El tercer capítulo estudia algunas dificultades editoriales padecidas por el poeta. Buscaba obtener una ganancia con sus publicaciones, deseo muy legítimo, pero complicado cuando se trata de libros de poesía, y para ello ideaba combinaciones variadas, algunas de las cuales examina Neira. En la página 75 se refiere a Tántalo. Versiones poéticas (no existe paréntesis en la edición; no debió de tenerlo delante Neira al citarlo), para escribir que “El colofón es del 29 de diciembre de 1959, pero el Depósito Legal es de 1960 (D. L.: M. 3314--1960). Diego lo sitúa en 1960 en todas las bibliografías; pero, como vemos en esta carta, no salió hasta 1961”. Conozco la causa de esas discordancias, porque poseo el ejemplar sometido a la Inspección de Libros en la Dirección General de Información del Ministerio de Información y Turismo, popularmente apodado de Difamación y Cinismo. Me lo regaló Concha Lagos, editora del volumen. Era propietaria de las Ediciones Ágora, sello con el que publicaba una revista, Cuadernos de Ágora, dirigida por un periodista con carné por exigencias legales, pero de hecho mangoneada totalmente por ella y Medardo Fraile, entonces su protegido literario, y además la Colección Ágora de libros de poesía, donde Gerardo dio su Amazona, y otros libros solamente con su sello editorial, aquellos que sobrepasaban las páginas normales en la colección y obras que no le interesaban, pero que cobraba muy bien a sus autores, a menudo hispanoamericanos deseosos de presumir con una publicación española. Tántalo tiene el sello de Ágora, pero fuera de colección. Conforme a la entonces vigente Ley de Prensa de 22 de abril de 1938, promulgada en plena guerra por los militares monárquicos sublevados, todo impreso debía haber sido aprobado previamente por el gabinete de censura antes de su difusión. En consecuencia, Concha remitió un ejemplar de pruebas impresas de Tántalo, que recibió el número 1603--60 en la Inspección de Libros. Este ejemplar, que ahora está en mi biblioteca gerardiana, tiene en la página que hace de portada escritos a mano el título y el nombre del autor, y está sellada y con el número de recepción del original. Siguen las páginas impresas de la 9 a la 90, sin índice ni colofón. El libro definitivo lleva el colofón en la página 103, quedando la siguiente blanca. Esta diferencia se debe a que en las pruebas los poemas de diversos autores se ajustan en las páginas pares también, lo que no ocurre en el ejemplar definitivo, donde empiezan en impar, con lo que se obtuvieron seis pliegos y medio de papel. Las pruebas estaban corregidas, y solamente queda señalada una errata, lo que hace suponer al libro ya dispuesto para su tirada, en cuanto el censor lo aprobase. Suponía Concha que la muy conocida adhesión de Gerardo a la dictadura le libraba de censuras, de modo que su nombre bastaría para que el funcionario de turno aprobase sin mirarlo un original suyo. Pero resulta que en la portada el censor anotó con su bolígrafo rojo: “Tachaduras 61 a 64”, porque impulsado por su celo nazionalcatólico también tachó la 65, y deseaba librarla de la inquisitorial condena. EL POEMA ESCANDALIZADOR El expediente 1603--60 de la Inspección de Libros, igualmente en mi biblioteca gerardiana, dice resolver la instancia presentada con fecha 25—3--60, así escrito, lo que hace incomprensible el colofón del volumen fechado en 29 de diciembre de 1959, porque ningún editor en su juicio se atrevía a mandar imprimir un libro que no estuviese aprobado por la censura. Las resoluciones se comunicaban en una cuartilla con el escudo nazional impreso, y bajo él figuran los nombres del Ministerio, la Dirección General y la Inspección. También estaba impreso el texto oficial, dejando unos huecos con puntos suspensivos para que se añadieran a máquina el número del expediente, la fecha de la instancia, y la de la resolución, que en este caso es 13 de junio de 1960, así como el nombre y dirección de quien presentase la instancia. Lleva el sello de la Inspección de Libros y una firma ilegible por orden del director general de Información. El impreso expone: “Esta Dirección General de Información, a propuesta del Servicio correspondiente, ha decidido: / Resolver dicha solicitud, en las condiciones indicadas en la Hoja adjunta.” En esa hoja con mayúscula, un papel corriente, sin escudo ni sello ni firma, se ordena mecanografiadamente: “Suprimase [así] lo indicado en las páginas 61, 62, 63 y 64 y presentese [así] galerada impresa.” Un censor desconocedor de la ortografía, y además muy vergonzoso, porque esas páginas corresponden al poema “Hermafrodita”, de Eugenio de Castro, en el que se describen los dobles deseos sexuales de uno que “Al mismo tiempo busca una mujer y un mozo”, algo que el poeta confiesa desear él también. Si el censor era un cura, como solía suceder, imaginamos sus sentimientos de escándalo ante semejante vicio: él jamás buscaría una mujer para su solaz, habiendo tantos monaguillos en las iglesias. Concha Lagos explicó a su amigo y compañero lírico las tachaduras, y le aconsejó suprimir el poema, porque desde luego ella no se exponía a publicarlo, dado que hacerlo le aseguraba el secuestro de la edición y una multa en el mejor de los casos, o el cierre de la editorial en el peor, culpable de ignorar la prohibición censoria. Pero Gerardo se comprometió a poner en juego sus influencias ante los jerarcas dominadores de la cultura en España, puesto que de algo habían de servirle los servicios prestados. Sin embargo, había que presentar otras pruebas para que el censor, previamente amonestado, las aprobase, y así se fue demorando la aparición de Tántalo, casi un suplicio tantálico para la editora y el poeta, provocado por la cerrilidad de los esbirros del régimen opresor de las libertades ciudadanas. Lo que no debió de contarme Concha, o si lo hizo lo olvidé, es por qué figura en el volumen definitivo un colofón anterior en casi tres meses a la presentación de la instancia en la Inspección de Libros. Ella había tenido ya problemas con la censura, y no era capaz de atreverse a distribuir un libro o revista sin la pertinente, en este caso impertinente, aprobación censoria. Lo cierto es que la aventura acabó bien, y que Gerardo incluyó algunas de estas traducciones en las antologías de sus versos preparadas por él, lo que demuestra el aprecio en que las tenía.¡POBRE CHOPIN! En la página 101 menciona Neira “los Nocturnos de Chopin, que acabó teniendo en 1963 una edición poco afortunada junto a Alondra de verdad y La luna en el desierto y otros poemas que su autor silenciaría en su bibliografía.” No explica los motivos por los que esa edición quedó maldita, así que me parece útil contarlos, según se los escuché al poeta. Los ejemplares lucen solamente el título de Nocturnos de Chopin en la cubierta y portada interior, pero contienen una nota en la página 7, en la que se aclara que junto con ese libro inédito se incluían en el volumen Alondra de verdad en su tercera edición y La luna en el desierto y otros poemas en segunda. Se terminó de imprimir en Madrid el 7 de julio de 1963 por cuenta de Editorial Bullón, con 251 páginas. Cada nocturno va acompañado por una partitura musical, y en su conjunto la edición resulta muy digna, para estar encuadernada en rústica. Como en tantas ocasiones en la biografía de Gerardo, el dinero es el protagonista de este capítulo. El editor quebró y no pudo pagarle los derechos de autor, aunque le entregó un buen número de ejemplares. Ignoro lo que haría con ellos, probablemente un pequeño auto de fe en su casa, porque Gerardo renegó de la edición, en vez de compadecerse de quien se había empeñado para publicar sus versos cuando ya estaba con el agua de las deudas al cuello. Para Gerardo no había burlas con el dinero. En consecuencia, una edición incobrada tenía que ser una edición inexistente. No le bastó con silenciar esa edición, sino que cometió el fraude bibliográfico de cambiar el título al libro, y realizar otra falsa primera edición. Aprovechó que en 1969 el Ministerio de Educación y Ciencia de la dictadura fascista le publicó una Antología poética organizada y prologada por él mismo, para ignorar la edición de Bullón y decir que incluía entero un libro inédito titulado Ofrenda a Chopin. Además, solicitó y obtuvo que el Ministerio hiciese una tirada aparte de ese libro, al que consideró en su primera edición, como lo era efectivamente con ese título, pero no en su contenido. Cuando en 1976 preparé la edición en un solo volumen de sus libros complementarios Ángeles de Compostela y Vuelta del peregrino, Gerardo me exigió que en el prólogo mantuviera esa ficción, y dado que yo había aceptado el compromiso de presentárselo antes de entregarlo a la editorial, así lo hice y así consta en la página 20. La situación se repitió en 1981, al elaborar la antología de su obra en verso y prosa para el Ministerio de Cultura, editada con su nombre como título. Yo le insistía en que la edición de Bullón existe, y por lo tanto me sentía obligado a citarla, pero llegó a amenazarme con prohibir la publicación de la antología, así que en el estudio preliminar, que me comprometí a someter a su aprobación, me olvidé del dichoso libro, pero en la cronología final, que no le enseñé, lo incluí en el año 1963 como Nocturnos y en 1969 como Ofrenda. Así quedó a salvo mi responsabilidad como editor. El comportamiento de Gerardo resulta de una gran ingenuidad, por suponer que la edición de Bullón desaparecería sin dejar rastro, por el simple hecho de silenciarla él en sus bibliografías. Los que poseemos un ejemplar lo guardamos con especial cuidado, por su historia extraña, y dado que existe es seguro que seguirá siendo recordado, ahora que ya el autor no puede impedirnos que lo hagamos, no por molestarle, sino por rigor histórico. Nunca le confesé que tenía un ejemplar, para evitar que me lo pidiera y tuviese que negarme a dárselo, con el correspondiente enfado por su parte. FIDELIDAD A HUIDOBRO El cuarto capítulo se refiere al creacionismo, uno de los movimientos de vanguardia más duraderos, precisamente gracias a Gerardo en solitario. Una tarde de charla privada en su casa, no con ánimo de publicarla en las varias entrevistas que le hice para los medios en los que colaboraba, me contó que algunos amigos poetas, no citó nombres, le propusieron en los años de lucha vanguardista, renegar de la influencia de Vicente Huidobro y formalizar un manifiesto de su propio ismo. De esa manera, le argumentaban, pasaría a la historia de la vanguardia literaria como promotor de un movimiento estético original. Es decir, le aconsejaban continuar escribiendo como lo estaba haciendo, pero dentro de unas propuestas personales expresadas en un manifiesto, que fue lo que hicieron los ultraístas después de aprenderse de memoria los poemas de Huidobro. No importaba que su movimiento lírico no contase con seguidores, le aseguraban, porque ya se irían adhiriendo. Pero Gerardo rechazó la idea, y permaneció siempre fiel a su maestro. Es de resaltar la disparidad ideológica que hubiera podido separarlos, puesto que Huidobro militó en el Partido Comunista de Chile, y durante la guerra librada en España se alineó junto a los defensores de la legalidad constitucional, mientras Gerardo cantaba en sus peores versos a los militares sublevados y sus cómplices civiles, además de rezar por el triunfo de los rebeldes junto con los cardenales y obispos. Este dato demuestra la complejidad de la ideología gerardiana, puesto que era un fanático en materia religiosa y política, pero pasaba por alto sus prevenciones ante el reconocimiento del valor intelectual de sus oponentes. Eso sí, dejaba constancia escrita de su rechazo a conceptos incomprensibles para su mente educada en el menendezpelayismo más radical. De todos modos, la polémica organizada en España a propósito de la originalidad o no de la estética huidobriana, es una triste demostración del cainismo nacional, como decía Unamuno, al que se añade su parte de provincianismo, por muy ultraístas que se apodasen algunos de sus promotores. Claro que al recordar las disputas de nuestros venerados maestros en los años dorados de la historia literaria, no debe sorprendernos que escritores desprovistos de su genio e ingenio se enzarzaran en inútiles controversias tres siglos después. Hay que recordar que Gerardo cultivó la sátira en las que denominó jinojepas, pero no zahirió a nadie con saña, excepción hecha del promotor del monumento al Indiano y la Marina de Castilla que le privó de tener un soneto en bronce y unas pesetas en la cuenta bancaria. Y OTROS POETAS La devoción a los poetas clásicos queda comentada en el capítulo quinto, con el recuerdo de sus ediciones de Lope de Vega o Medina Medinilla, y por supuesto la antología de los seguidores de Góngora, además de las conferencias y artículos periodísticos o radiofónicos dedicados a muchos otros. Es lógico en un catedrático de literatura española. De esas lecturas derivaría su fácil manejo de las más variadas estrofas sucedidas en la historia de la métrica castellana. Resultaría tan instructivo como sencillo elaborar un tratado de métrica castellana con sus poemas como ejemplos, y es seguro que quedaría muy completo. En su soneto al soneto titulado “Soneto mío” en Alondra de verdad, describió su tarea como fabricante de sonetos verso a verso. Explicó que los iba “amueblando de amarilla / miel”, apreciación muy exacta, porque todos ellos son melifluos, sin encontrar nunca una nota discordante con los dogmas catolicorromanos ni las consignas fascistas que acataba con gozo. Tenía derecho a elegir una poética a su gusto, por supuesto. A Góngora queda adjudicado el sexto capítulo, ya que Gerardo fue el adelantado en las celebraciones del tercer centenario de su muerte, y después elaboró una crónica muy puntual y divertida de los actos, más lúdicos que literarios, organizados en su recuerdo. Son datos conocidos, y algunos repetidos en otras páginas de este volumen. LA RELACIÓN CON ALBERTI Rafael Alberti se posicionó en las antípodas ideológicas de Gerardo, cosa que anima a Neira para esforzarse en resaltar la amistad que unió a los dos poetas, en el capítulo séptimo. Con la intención de conseguirlo se olvida de las Coplas de Juan Panadero, y de otros escritos que ponen en duda su teoría. Se equivoca además al escribir en la página 191 que “Su reencuentro en España se produciría en mayo de 1977 en una galería de arte madrileña, un mes después del regreso formal de Alberti a España”. Estuve presente en la Galería Multitud, situada entonces en la calle de Claudio Coello, 17 duplicado, el sábado 30 de abril de 1977, a los tres días del retorno a Madrid de Alberti y María Teresa. Conservo la invitación, que era imprescindible para acceder al local, según se aclara en ella. Una medida de seguridad necesaria, ya que la extrema derecha había prometido atacar a los exiliados que regresaban a la muerte del dictadorísimo; por eso los encargados del control señalaban las invitaciones al entrar, a fin de evitar que se las pasáramos desde dentro a los que se apiñaban en la puerta sin ellas, entre los que podía haber reventadores ultraderechistas. Prueba del ambiente político que padecíamos es que al día siguiente no pudimos celebrar la fiesta del Primero de Mayo, denominada por el Gobierno Civil “concentración de trabajadores”, debido a la contundente intervención de la policía monárquica, reciclada de la dictatorial, que atacó con salvajismo feroz a quienes intentábamos manifestarnos pacíficamente. Mi amigo el escultor Jesús Avecilla resultó herido en la cabeza, y aunque presentó una denuncia nadie la atendió nunca. Consistió el acto en la presentación de una carpeta de serigrafías realizadas por el poeta pintor para su obra dramática El adefesio, a cargo del pintor José Caballero. En realidad la carpeta era una disculpa para festejar a Alberti y al final de la dictadura fascista, como lo atestiguaba la presencia de varios dirigentes del Partido Comunista, que acababa de ser legalizado el día 9. Ignoro si acudió Neira, porque entonces no nos conocíamos, aunque el hecho de no citar el nombre de la galería y confundir la fecha de celebración hace suponer que no, ya que esa invitación es para guardarla como una reliquia, por tratarse de la primera intervención pública de Alberti en su retorno del exilio. Al ser la invitación para dos personas, propuse a Emilio Miró que me acompase, y los dos vimos entrar solo a Gerardo, porque su mujer nunca le acompañaba a ningún acto, y continuar solitario entre la multitud, sin que Alberti se dignase advertir su presencia. Emilio y yo estuvimos hablando con él hasta que se despidió, y en ese tiempo no hubo otras personas que lo saludaran siquiera, de modo que el reencuentro entre los dos poetas quedó muy deslucido. Si Neira estuvo en la galería debió observarlo así. Como yo sí acudí al acto, proporciono el testimonio directo de lo que presencié. Por cierto: exactamente lo mismo sucedió en la cena de homenaje a Antonio Buero Vallejo, a la que también asistí con Emilio Miró, y los dos arropamos a Gerardo, solitario y olvidado, al que no se le propuso sentarse en la mesa presidencial junto a su compañero de Academia. Debiera haber supuesto que el ambiente no le resultaba propicio, porque si era amigo de los homenajeados, el público muy mayoritario de izquierdas no le reconocía su valor. Y tuvo suerte de no ser abucheado como Lorenzo López Sancho, crítico teatral del oprobioso diario Abc, que no se sabe lo que pintaba allí. LA BUENA MUCHACHADA El viaje que realizó Gerardo en 1928 a la Argentina y Uruguay, aunque ya comentado en páginas anteriores, se amplía en el octavo capítulo con el recuerdo de las actividades culturales llevadas a cabo por intelectuales españoles relacionados con el grupo poético del 27 en esos países. Aparte las repeticiones, Neira rescata un poema de circunstancias dedicado “A los muchachos de Buenos Aires”, leído en un banquete que le ofrecieron los redactores de la revista Pulso, y que el autor tuvo la prudencia de no incluir en sus libros, ni siquiera en las “Hojas” misceláneas en las que amontonó tantos otros poemas circunstanciales. También le organizaron un banquete los intelectuales catolicorromanos, y Neira nos relaciona el menú que se sirvió, a diez pesos el cubierto, para chuparse los dedos; no aclara si el agua que se bebió estaba bendita, cosa muy probable, ni tampoco si el arzobispo concedió indulgencias a los asistentes, igualmente posible.¿Y qué valor tienen estos datos tan puntuales, para el entendimiento de la obra gerardiana, que debe ser lo importante en un escritor? Los premios literarios, muy apreciados por el poeta, ocupan la atención del capítulo noveno de Trasluz de vida. Insiste Neira en justificar la afición de Gerardo por ellos, aduciendo que el sueldo de un catedrático de Instituto era pequeño, pero no tiene en cuenta que su mujer también daba clases de francés, por lo que entraban dos sueldos en su casa. La exaltación de los valores tradicionales, incluidos los religiosos en plano muy destacado, le proporcionaron unos ingresos extraordinarios, y además le permitieron aumentar el grosor de sus libros de circunstancias con las flores naturales obtenidas, si bien al poeta lo que le interesaba de la flor era el perfume de su dotación económica solamente. UNA FALSIFICACIÓN CASTIGADA Merece una lectura cuidadosa conocer cómo se preparaba la participación en los concursos para ganarlos, cuando creía contar con un jurado afín. Para concretar su relato Neira ha dispuesto de su correspondencia privada, que a buen seguro nunca imaginó Gerardo que pudiera publicarse. Al saber que el jurado del premio Nazional de Literatura en la modalidad de poesía, entonces bajo la advocación de José Antonio Primo de Rivera, a quien había exaltado en un malhadado soneto, en 1949 iba a estar integrado por supuestos intelectuales ultraconservadores, decidió presentarse porque imaginó que votarían a su favor, pero no contaba con libro editado dentro del plazo requerido por las bases del concurso. Testimonia Neira que Gerardo falsificó las fechas de edición de La luna en el desierto y otros poemas, con la complicidad del director de la Biblioteca Menéndez Pelayo, que se prestó a cometer el fraude en una imprenta con la que trabajaba habitualmente, antedatando en el colofón la fecha final de impresión. No queda en buen lugar la honradez del poeta, que quiso timar en primer lugar a los demás concursantes, todos poetas compañeros y algunos de ellos amigos, y también al jurado, aunque dado el escoramiento de sus miembros a la extrema derecha ellos se lo merecían. Sin embargo, como diría un catolicorromano por el estilo de Gerardo, Dios castigó su mala fe y no consintió que la estafa tuviera éxito. El jurado postergó con acierto ese libro compuesto en buena parte con restos marchitos de juegos florales. Entre los otros poemas está la “Elegía heroica del Alcázar”, uno de los más abyectos cantos perpetrados para alabar a los militares sublevados, en donde se denomina metafóricamente al teléfono “el diabólico alambre”, entre otras lindezas liricofascistoides, con una apoteosis final demostrativa de su adhesión inquebrantable al dictadorísimo: “Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro.” Sería para reírse a carcajadas democráticas, si no fuera porque el del huevo tenía encarcelada a España, después de vencer en una guerra que causó un millón de muertos y medio de exiliados. Ese crimen no puede ser cantado por ninguna persona digna de tal nombre. Pero el poema le había proporcionado un premio de 5.000 pesetas en 1943, entonces un capital, cuando un diario costaba 25 céntimos, que era lo que se proponía conseguir al poner su escritura al servicio del fascismo. Además podemos suponer, conocida su ideología nazionalcatólica, que realmente consideraba una heroicidad digna de ser exaltada la defensa del Alcázar de Toledo por el que apoda “coronel Guzmán el Nuevo”. Por si fuera poco fascista, cursi. Es que no podía ser de otra manera, lo manda el tema. LOS POETAS JÓVENES El décimo capítulo está reservado para comentar las relaciones de Gerardo con los poetas jóvenes, empezando por sus compañeros del grupo del 27. Recuerda Neira sus comentarios críticos a nuevos libros en el Panorama Poético Español, un programa que organizó en la Radio Exterior de España, para que sirviera de propaganda de la dictadura. En sus crónicas siempre se mostraba generoso. Lo que no analiza es la responsabilidad de sus críticas, para saber si acertó o no en ellas. Gerardo no era simpático, y además resultaba proverbial su mutismo, así que no concitaba la atracción de los jóvenes hacia su persona. Es lo que deseaba, ya que decía que no podía perder su tiempo leyendo los palotes de los principiantes. Conmigo hizo una excepción, desde aquel 5 de febrero de 1958 en que lo abordé en una calle cuando se dirigía al Ateneo de Santander, y me citó a la mañana siguiente en el hotel en donde se alojaba, para leer mis tanteos poéticos iniciales. Desde entonces continuó tratándome con simpatía, aunque no creo que le gustaran nunca mis versos, tan alejados de su estética. Bien es verdad que enseguida empecé a ocuparme de sus libros en artículos, reseñas, entrevistas, conferencias y otros actos. Por eso, al dedicarme Soria sucedida escribió: “A Arturo, fidelísimo y sucedido. Gerardo.” Solamente en una ocasión hablamos de política, porque él sacó el tema, y fue cuando me contó que se había afiliado en 1931 a la Agrupación al Servicio de la República porque era el partido de los profesores, aunque sin ninguna convicción. Me autorizó a publicar el dato, y así lo hice. Acudía después de comer a la tertulia de los poetas en el café Gijón, para escuchar, que no para dialogar. Uno de los contertulios habituales, Eladio Cabañero, le dedicó un soneto retratándolo en “un silencio comunicativo”. Pero a los poetas jóvenes no les servía el silencio, deseaban conocer opiniones, de modo que Gerardo estuvo aislado. También rechazaba escribir prólogos.Él mismo se refirió en un conocido soneto a su “niñez huraña”, aunque la verdad es que siguió siendo huraño hasta el final de su vida, porque le gustaba serlo y no quiso ocultarlo. CON ALEIXANDRE Y LOS PINTORES Todo lo contrario que Vicente Aleixandre, dispuesto siempre a recibir en su casa a cualquiera que le solicitase audiencia, y a contestar a las cartas recibidas, que eran muchas. Cuantos escribíamos algo en ese tiempo conservamos una colección de alentadoras cartas aleixandrinas, como de un camarada mayor que se interesaba por el trabajo literario de los principiantes, y nos alentaba con palabras de ánimo y confianza llenas de cordialidad. Es cierto que Vicente, debido a su “mala salud de hierro”, tuvo una vida mucho más descansada que la de Gerardo, en buena parte pasada en la cama, y apenas realizó viajes, de modo que disponía de tiempo para atender correspondencia y visitas. Al estudio de la amistad entre los dos poetas se dedica el capítulo once. Resalta Neira las diferencias de carácter, ideología y escritura entre ellos, lo que no impidió que mantuvieran la amistad hasta el fin. En 1949 escribió Gerardo que Aleixandre era el “máximo poeta de España, para el juicio, sobre poco más o menos, unánime de nuestros jóvenes, que son los que tienen en esto la última y mejor palabra” (citado en la página 268). La verdad es que en 1949 no había mucho donde elegir, puesto que los grandes poetas se habían exiliado para huir de la dictadura, y otros estaban todavía inéditos. Ese juicio tenía en parte su motivación en la buena acogida dispensada por el sevillano a los jóvenes, frente al rechazo del santanderino. Quizá el carácter tenga explicaciones geográficas o medioambientales. Ciertamente, ambos responden al estereotipo aceptado para sudistas y norteños En este capítulo se comenta la recepción del superrealismo francés en España, que Gerardo llamaba sobrerrealismo, y que Neira ha estudiado con fortuna en ocasiones anteriores. A Gerardo no le gustaba, como es lógico, ya que el creacionismo y el superrealismo defendían opiniones antagónicas. Un tema inacabable siempre interesante. Por último, el capítulo doce pasa revista a la amistad de Gerardo con los pintores. Destaca su relación en París con los cubistas, dada la repercusión advertible en su propia escritura creacionista, pero al recorrer los escritos en prosa y verso que le inspiraron los pintores y sus paletas, hay que convenir en que tenía un gusto muy ecléctico, lo que resulta positivo por no reducirse a una escuela o tendencia preferida. Los pintores lo retrataron y le ilustraron libros, además de regalarle cuadros hasta formar una buena pinacoteca. Debieran estar citadas las carpetas que le han dedicado tres pintores cántabros, porque acertaron a reflejar oportunamente aspectos de su escritura, incorporada así a la pintura: Agustín de Celis ilustró con diez aguafuertes su poema Revelación de Mozart, Madrid, Almodóvar, colección Estampa, 1978, 175 ejemplares numerados; Joaquín Capa ha realizado dos carpetas con doce aguafuertes cada una, ambas editadas en Madrid por Hispánica de Bibliofilia, con prólogo de José Hierro, El mar en 1982, tirada de 225 ejemplares numerados, y La montaña en 1996, 250 ejemplares, y Gloria Torner ilustró en 1987 el poema que le está dedicado, Balcón de Miranda, con cuatro serigrafías, Santander, edición de la pintora, 70 ejemplares numerados. BAILE DE PREPOSICIONES Es una lástima que a Julio Neira, tan acostumbrado a manejar los títulos gerardianos, se le hayan deslizado varios errores al citar algunos, que es preciso señalar para una posterior corrección. La que califica en la página 11 como “famosa antología Poesía española contemporánea (1915-1931)” no se titula así, sino Poesía española. Antología 1915-1931. Una Poesía española contemporánea, pero con las fechas (1901-1934), recopiló en 1959 las dos antologías de 1932 y de 1934, censuradas para eliminar la ideología política de algunos de los poetas, contraria a la dictadura que todavía entonces nos ahogaba. Nombra siempre Neira Égloga a Antonio Bienvenida (pp. 19, 77, 79, 137 y 295, si no se me ha escapado alguna más), pero el ejemplar que poseo, ilustrado en la cubierta con una fotografía del torero en actitud de perpetrar algo de eso que llaman arte los cerriles taurinos, pone claramente bajo ella: Egloga de Antonio Bienvenida / por / Gerardo Diego, sin acento porque en la tipografía de la época no lo llevaban las versales. Este título evita la cacofonía de juntar tres aes, como ocurre en la interpretación de Neira. Curiosamente, en el índice final elaborado por Andrea Puente, página 317, se cita correctamente: podía haberle señalado el error al autor para que lo corrigiese antes de la impresión del volumen. Parecida incorrección se encuentra en la página 146, al mencionar una Égloga a la muerte de Isabel de Urbina, ya que la a debe ser en, y además le falta el tratamiento de doña que le dio Medina Medinilla; en la 170 y la 318 se le reconoce el tratamiento, pero con la falsa preposición. Por el contrario, está correctamente mencionada en la página 125, nota 9. Otra elegía más, la vomitiva “Elegía heroica del Alcázar”, tiene modificada la contracción por “al” en la página 137. Nuevo cambio de preposiciones se encuentra en el subtítulo de la Antología poética en honor de Góngora. Desde Lope de Vega hasta Rubén Darío (p. 149), porque en mi ejemplar el hasta es simplemente a. ADHESI

 


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