En el centenario de Albert Camus, el miliciano literario de la República Española

Arturo del Villar

EL 7 de noviembre de 1913 nació Albert Camus en Mondovi, ahora llamada Drean, en el este de Argelia, entonces colonia francesa mantenida por el ejército metropolitano, que permitía a la minoría europea sojuzgar a la mayoría árabe. Los republicanos españoles debemos conmemorar su centenario, para corresponder a la ayuda que prestó a los exiliados, y a la promoción que realizó en todo momento de los patriotas defensores de la legalidad en sus escritos y en sus discursos. Su compromiso con la República Española fue total, y su denuncia de los crímenes cometidos por la dictadura constante. Lo hizo motivado por las ideas sociales que profesaba, sin que incidiera en la orientación de su pensamiento el hecho de que su abuela materna fuese natural de Menorca. Es cierto que visitó las islas Baleares en el verano de 1935, curioso por conocer el solar de sus ancestros, y narró la aventura en “Amour de vivre”, un capítulo de su primer libro, L’Envers et l’endroit, publicado en 1937 con recuerdos de su niñez y juventud, y reeditado en 1958. Igualmente en el primer volumen de sus Carnets. Mai 1935—février 1942, impresos en 1962, anotó datos sobre ese viaje uno meses después de terminarlo, con una relación de los sitios visitados, como si quisiera tenerlos presentes quizá para ocuparse de ellos en otros escritos posteriores, lo que desde luego no hizo. El mismo día en que celebraba su cuarto cumpleaños, muy pobremente, como correspondía a un huérfano de guerra, con una madre analfabeta que trabajaba de asistenta domiciliaria en hogares de ricos, se estaba produciendo en Rusia el triunfo de la Revolución Soviética, un acontecimiento que iba a cambiar la historia del mundo, y que le animaría tiempo después a militar en el Partido Comunista Francés, en la sección de Argelia. Se afilió precisamente al regresar del viaje a las Baleares. Lo mismo que muchos otros intelectuales de la época, y sin duda los más prestigiosos, obedeció al impulso comunista con la idea lograr imponer unos ideales de igualdad entre todos los seres humanos que hicieran innecesarias las guerras. Sin embargo, sus convicciones no estaban firmemente asentadas, y su relación con anarquistas les hizo perder más todavía la razón de ser, de modo que solamente permaneció dos años en la militancia comunista. Desde entonces mantuvo una postura indecisa políticamente, que unas veces le unía a sus antiguos compañeros, y otras le alejaba de ellos. Una promiscuidad semejante a la aportada a su vida sentimental, con una esposa madre de sus dos hijos compartida con una sucesión de amantes oficiales. UN REBELDE POBRE Y ENFERMO Quizá se encuentre la causa en la inestabilidad de su familia. Hijo de un combatiente muerto en la batalla del Marne en octubre de 1914, sufrió desde los primeros meses de su vida el horror del desamparo y la miseria, como consecuencia de las apetencias imperialistas de dominio de algunos países. Al mismo tiempo, comprobó que los ideales teóricos impulsores de la República Francesa constituían un propósito muy bien intencionado, pero falto de realidad. Además, en Argel no era cierta la convivencia entre las varias comunidades étnicas, separadas en barrios más por cuestiones económicas que por sentimientos religiosos. La tuberculosis padecida desde sus 17 años, mal tratada por pertenecer a una familia muy pobre, condicionó su existencia, advirtiéndole permanentemente sobre la amenaza de morir en cualquier momento, y reduciendo la calidad de su vida, ya que con frecuencia debía guardar cama por padecer fiebre alta. Esa acumulación de circunstancias vitales y sociales forjó la ideología del joven Camus, orientándola hacia la izquierda, aunque nada revolucionaria, con el afán de modificar situaciones injustas aclimatadas en el orden burgués con todos sus defectos. Por ello en ocasiones criticó a los gobiernos franceses, culpables de haber abandonado la aplicación real de los lemas impulsores de la Revolución Francesa, la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos, pura palabrería en boca de los políticos. La proclamación de la República Española en 1931 le animó a esperar una transformación social en el sur de Europa, que pudiera extenderse al norte de África. Siguió con atención las noticias acerca de su desarrollo, y se sintió conmovido al enterarse de la feroz represión militar llevada a cabo en Asturias en 1934 contra los mineros. Junto con otros compañeros participó en la elaboración de la pieza colectiva Révolte dans les Asturies, que los autores se propusieron estrenar por medio de otro grupo colectivo, el Théâtre du Travail, formado por aficionados al teatro con inquietudes sociales. Deseaban mostrar su solidaridad con las víctimas de la cruenta actuación militar, y denunciar ante el mundo lo que sucedía en España durante el triste bienio negro, cuando alcanzó el poder la derecha anticonstitucional. Pero el alcalde de Argel prohibió la representación, aunque se pudo editar el texto en 1936. Por ser una obra colectiva, es difícil dilucidar la autoría de Camus. DEFENSOR DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA Al producirse la sublevación de los militares monárquicos contra la República se sintió indignado, y sin ninguna duda tomó partido por los combatientes leales contra el nazifascismo internacional patrocinador de los rebeldes. Es muy probable que, de no haber padecido la tuberculosis, enfermedad mortal en la época, se hubiera enrolado en las Brigadas Internacionales para luchar junto a los patriotas españoles, como hicieron tantos franceses de buena voluntad junto a hombres y mujeres de todo el mundo. Colaboró en el periódico Alger Républicain, con artículos en defensa del pueblo español atacado inicuamente por el nazifascismo. Consumada su derrota, ayudó a los que escapaban como podían, sin dinero porque los vencedores declararon nulo al republicano, facilitando que los llegados a Argelia pudieran exiliarse en países de acogida. En los citados Carnets I relata su encuentro, en marzo de 1940 en un restaurante de París, con un antiguo miliciano exiliado, un joven campesino extremeño que no sabía ni una palabra de francés, y que se hallaba en la capital con ocho días de permiso, ya que se había enrolado en el ejército francés después de pasar por el campo de concentración de Argelès, para seguir combatiendo al nazifascismo internacional. Estas actividades de Camus carecen del valor contenido en sus escritos, por supuesto, pero retratan al hombre capaz de crearlos desde una postura solidaria con los vencidos en una guerra injusta. El caso español incidió en su pensamiento de manera decisiva, y desde luego influyó en su escritura. El 10 de diciembre de 1957 pronunció un discurso en el Ayuntamiento de Estocolmo, a los postres del banquete tradicional con motivo de la entrega de los premios Nobel, en el que afirmó que su generación se había visto confrontada con la guerra de España y la mundial, y entonces, en 1957, vivía bajo la amenaza de una guerra nuclear: la definió como una generación heredera de una historia corrompida, a la que entregaba el honor recién recibido, el Nobel de Literatura. El discurso y una conferencia dictada el día 14 en la Universidad de Upsala fueron publicados en 1958 por Gallimard con el título de Discours de Suède. EN LA FRANCIA OCUPADA En marzo de 1940 decidió instalarse en París, en donde consiguió un trabajo en el diario Paris-Soir, pero las victorias incontenibles de los nazis alemanes le animaron a marcharse, por sentirse incompatible con su régimen criminal. No obstante, algunos comentaristas advierten que no mantuvo una clara oposición a los invasores de Francia, lo que permitió la publicación en mayo de 1942 de L’Étranger, la novela que convirtió a su protagonista, Mersault, en un antihéroe de la literatura universal, condenado a muerte por haber matado a un árabe en un acto gratuito, esos actos que tanto juego iban a dar a la literatura existencialista. En octubre apareció Le Mythe de Sisyphe. Essai sur l’absurde, sin el capítulo inspirado por Franz Kafka, ya que al ser judío desagradaba a los alemanes, y no se incorporó al libro hasta la edición de 1948. En este ensayo, en el capítulo que da título al libro, se encuentra un comentario de trascendencia social, cuando expresa que el mito de Sísifo es trágico porque el héroe es consciente de la inutilidad de su trabajo, pero lo realiza, y añade que el obrero actual trabaja todos los días de su vida en las mismas tareas, y ese destino es igualmente absurdo, pero sólo resulta trágico en los raros momentos en que él toma consciencia de esa situación. Por eso define a Sísifo como un proletario de los dioses, impotente y rebelde. La editorial Gallimard, además de publicar sus obras, le contrató como lector, por lo que en noviembre de 1943 se instaló en París, su residencia más asidua desde entonces. Comenzó a colaborar al año siguiente en el diario Combat, un título que ha quedado unido a su nombre definitivamente, y en la revista comunista Les Lettres Françaises. El 19 de marzo de 1944 conoció a la actriz María Casares, hija del que fuera jefe del Gobierno republicano entre mayo y julio de 1936, Santiago Casares Quiroga, con quien iba a mantener una relación sentimental libre de compromisos y ataduras hasta el fin de su vida, compartida con su esposa y las variadas amantes que se le unieron. EN NOMBRE DE DIOS El 6 de junio de 1944 los aliados desembarcaron en Normandía, lo que significaba el inicio de la liberación de Francia y de la derrota del nazismo. Por eso sorprende que el día 24 Camus estrenase en el Théâtre des Mathurins, en el París ocupado, una tragedia que constituyó un fracaso, Le Malentendu, protagonizada por María Casares. No resultaba un tiempo propicio para los simbolismos, a nadie le importaba pensar si El Viejo Criado que, cuando María invoca a Dios, aparece en escena preguntando si le ha llamado, y se niega a prestarle ayuda, simboliza al Dios que se desentiende de los seres humanos cuando le solicitan que se apiade de ellos, según se ha escrito por algunos comentaristas. No era el momento de discutir si puede haber un Dios tan cruel que no escuche a quienes le reclaman compasión, mientras se enfrentaban los combatientes en los campos de batalla, y las ciudades eran bombardeadas para destruir a los civiles que se hallaban en la retaguardia. Estaba a punto de cambiar el escenario. El 18 de agosto el Partido Comunista Francés convocó una huelga general en París, masivamente secundada por la gran mayoría de los trabajadores. Y al anochecer del día 24 entraban en la capital francesa los libertadores, la 9ª Compañía de Reconocimiento, compuesta totalmente por españoles, antiguos milicianos del Ejército Popular Republicano, integrada en la 2ª División Blindada comandada por el general Leclerc. El 26 se celebró el Desfile de la Victoria, con participación sobresaliente de los soldados españoles que vengaban su derrota en la patria. Aquel 25 de diciembre el obispo de Roma, conocido como papa Pío XII, que se decía vicario de Dios en la Tierra, al comprender que la guerra estaba perdida para sus admirados nazis y fascistas, pronunció una alocución con llamamientos democráticos. Al día siguiente apareció en Combat un artículo de Camus, recogido en Actuelles.Écrits politiques. Chroniques 1944-1948, volumen aparecido en 1950 con el sello de Gallimard, en el que se regocijaba por escuchar la postura del papa, pero lamentaba que su predecesor no hubiera hablado de la misma manera en 1936, para condenar la sublevación de los militares monárquicos en España. De haberlo hecho, aclaraba Camus, no habría sido necesario que el escritor catolicorromano practicante Georges Bernanos maldijera en su libro Les Grands cimetières sous la Lune contra los rebeldes, porque la voz del papa era la única que podía negar la fuerza ciega de los tanques. RETRATO DE UN DÉSPOTA PSICÓPATA El 30 de abril de 1945 la victoriosa bandera roja de la Unión Soviética ondeó sobre el semiderruido edificio del Reichstag, pero los fanatizados berlineses continuaron la lucha casa por casa hasta el 2 de mayo, cuando se rindieron al Ejército Soviético. Y el día 8 lo hizo el Alto Mando Alemán ante los aliados, con lo que terminó la guerra en Europa. Solamente resistían dos dictaduras fascistas, en Portugal y en España. La paz obligó a meditar sobre las causas de la guerra, con el inútil afán de impedir un nuevo enfrentamiento entre naciones independientes. El estreno de Caligula el 26 de setiembre del mismo 1945, en el Théâtre Hébertot, de París, obtuvo un éxito de crítica y público. Es en realidad una exposición del despotismo llevado a sus últimas consecuencias, con la degradación total de los seres sometidos al poder absoluto del tirano. El silogismo deducido por Calígula es de una brutalidad indiscutible: “Se muere por ser culpable. Se es culpable por ser súbdito de Calígula. Ahora bien, todos son súbditos de Calígula. Luego todos son culpables. De donde se deduce que todos deben morir” (acto segundo, escena IX. Traduzco de la edición de OEuvres complètes en cuatro volúmenes, al cuidado de Raymond Gay—Crosier y colaboradores, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 2007 los dos primeros y 2008 los restantes). Caligula tuvo una escritura paciente, entre 1938 y 1942. El mayor dictador en ese período era indudablemente Adolf Hitler, de quien se pueden notar algunos rasgos en el psicópata emperador romano llevado a la escena por Camus, para quien matar y ejercer el poder delirante del destructor equivalía a ser feliz. En España le imitaba el exgeneral rebelde que levantó su trono sobre un millón de muertos, medio de exiliados, y toda una nación encarcelada.Éramos culpables por ser súbditos suyos, así que no debíamos tener esperanza de redención. El único modo de terminar con una dictadura, como la de Calígula, consiste en matar al dictador, según hicieron los patricios romanos conjurados. Constituían una enseñanza para los vasallos españoles del dictadorísimo, pero aquí no existió ninguna conspiración. Quizá la todopoderosa y terrorífica Policía Secreta, infiltrada en todas partes de la sociedad, resultó más eficaz que la guardia pretoriana cesárea, lo que permitió al dictadorísimo morir tranquilamente en la cama, después de asegurar la continuidad de su régimen genocida. En la escena final, mientras rompe el gran espejo que refleja su imagen delirante, el emperador grita: “¡A la historia, Calígula, a la historia!” Es lo que piensa un dictador, porque se cree encarnación él mismo de la historia. El que padecimos los españoles afirmaba que solamente era responsable ante su dios y ante la historia, con la seguridad de tener a los dos de su parte. LA PESTE COMO DICTADURA Entre marzo y mayo de 1946 estuvo en los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá. En aquellos momentos en los que se consolidaba Europa tras la guerra, con la división entre dos ideologías opuestas, a los Estados Unidos les interesaba atraerse a pensadores europeos, para intentar que defendieran sus puntos de vista políticos. Pero a Camus no le afectó nada de lo observado en el país. En realidad estaba preocupado entonces únicamente por el desarrollo de una nueva novela, y con razón, porque iba a proporcionarle honores y dinero, en unos años en los que el afán de vivir a toda costa constituía el único ideal de los supervivientes de la guerra en Europa. Sería su novela más famosa, La Peste. Llegó a las librerías en junio de 1947. Relata cómo la sucesión de muertes en la ciudad de Orán, en un año indeterminado durante la década de los cuarenta, incide sobre los vivos, que se comportan de acuerdo con sus contradicciones. La peste es uno de los cuatro jinetes apocalípticos, al igual que la guerra, y en la mente del novelista se fundieron los dos enemigos de la humanidad. El protagonista, el doctor Bernard Rieux, que resulta ser el autor del manuscrito, confiesa haberlo redactado “para dar testimonio a favor de los apestados, para dejar al menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que se les había hecho, y para decir simplemente algo aprendido en las plagas: que en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Debemos aceptar que eso es exactamente lo que impulsaba a Camus para escribir: dar testimonio a favor de los perseguidos políticos, de los encarcelados, de los exiliados, y dejar un recuerdo de la injusticia que se les hacía. EL ESTADO DE SITIO EN ESPAÑA La terrible situación de España sometida a la dictadura asesina estuvo muy presente en su pensamiento. El 11 de julio de 1948 intervino en un mitin en la Mutualité de París, para reclamar la liberación de España con el fin de la dictadura fascista, una herida sangrante intolerable en la Europa vencedora del nazifascismo. Y el 27 de octubre se estrenó en el Théâtre Marigny de París el que calificó de “espectáculo en tres partes” titulado L’État de siège, con María Casares entre los actores y Juan Negrín, exjefe del Gobierno republicano, entre los espectadores. La acción transcurre en Cádiz, asolada por La Peste, auxiliada por La Secretaria, que es la muerte. La Peste tiene figura de hombre, quien reclama al gobernador le transmita el poder sobre la provincia, a lo que él accede después de comprobar que La Secretaria puede exterminar a cualquiera, solamente con tachar su nombre en una libreta. Al finalizar la primera parte se dirige La Peste a sus obligados súbditos, para explicarles sus poderes absolutos: “Reino, esto es un hecho; por lo tanto, es un derecho. Pero es un derecho que no se discute, al que debéis adaptaros. […] Queda proclamado el estado de sitio. Por esta razón, fijaos en ello, conmigo desaparece el patetismo. […] Esto os molestará un poco al principio, pero acabaréis por comprender que una buena organización vale más que un patetismo. […] Desde hoy vais a aprender a morir con orden.” Parece una parodia de los argumentos exhibidos por el dictadorísimo que reinaba en España de hecho, conforme a su entendimiento del derecho. Decía asegurar el orden, mediante la imposición de penas de muerte a los detractores, que es una fórmula segura para que los muertos no protesten y los todavía vivos se asusten y obedezcan. Estuvo detentando el poder absoluto durante más de 36 años, con la aprobación de las naciones consideradas democráticas, y las bendiciones de la Iglesia catolicorromana. POR QUÉ ESPAÑA Este drama de Camus disgustó a Gabriel Marcel, dramaturgo y ensayista, de familia judía, educado en el estricto protestantismo, y convertido al catolicismo romano, una extraña mezcla religiosa que dio como resultado el que fuera muy traducido, editado y alabado en la España dictatorial. Publicó un artículo crítico en Les Nouvelles Littéraires, preguntando por qué la acción escénica estaba situada en España, y no en un país socialista, en donde opinaba él que se practicaba un totalitarismo tiránico, mientras la España dictatorial constituía un modelo de democracia, como repetían a todas horas el dictadorísimo y sus acólitos dentro y fuera de la nación, unos por convicciones políticas y otros por conveniencia bien pagada. Le respondió Camus en Combat, y recogió su escrito en Actuelles.Écrits politiques. Chroniques 1944-1948, citado antes. Hay que leerlo completo, porque no le sobra ni una palabra siquiera, pero aquí y ahora bastará con resumirlo. Anunció que no se molestaría en replicar a una crítica, si no fuera porque se tocaba el tema de España. Su intención al escribir la obra dramática tuvo como finalidad el denunciar un tipo de sociedad política organizada sobre el modelo totalitario, tomando el partido del individuo. A la pregunta de Marcel “¿Por qué España?”, respondió con otra pregunta del mismo signo: “¿Por qué Guernica, en donde por primera vez se demostró al mundo la técnica totalitaria de destrucción de los individuos?” Y le recordó que en España acababan de ser condenados a muerte cinco opositores políticos. Ese dato ratificaba la continuidad de la guerra totalitaria iniciada en España por un general rebelde que, en nombre de Cristo, reunió a un ejército de moros para lanzarlo contra el Gobierno legítimo de la República, provocó imperdonables matanzas, y como resultado de la causa injusta victoriosa inició una atroz represión que duraba ya diez años entonces, y prometía continuar [como así sucedió efectivamente]. LA RESPONSABILIDAD DE FRANCIA Confesaba no sentirse orgulloso de su país, que en virtud de la cláusula más deshonrosa del armisticio firmado con la Alemania nazi entregó a España a los republicanos refugiados, entre ellos a Lluís Companys, para que fuesen fusilados. Entonces nadie alzó su voz en Francia, para protestar porque la República sirviera de reclutadora de los verdugos totalitarios españoles. Los asesinos de Companys no estaban en un país socialista, sino en Francia, que en opinión de Camus era responsable del fusilamiento y de lo que siguió después. Cierto que las naciones consideradas democráticas también traicionaron a la República Española, pero eso no era una excusa, y el pueblo español seguía exigiendo una reparación. Es lo que había intentado él, con sus modestos medios, y de ello se escandalizó el ultraconservador Marcel. También lamentaba el filósofo catolicorromano el papel adjudicado a la Iglesia vaticanista en la obra, calificado por él de odioso. Replicó Camus que si lo hizo así fue porque ante el mundo el papel de la Iglesia romana en España resulta odioso. Para consuelo del destinatario, le explicaba que la escena motivo de su lamentación dura solamente un minuto, mientras que la que ofendía a la conciencia europea duraba ya para entonces diez años [y continúa todavía, con las beatificaciones y santificaciones interminables de los llamados “mártires de la cruzada”]. Evocó el nombre del escritor derechista catolicorromano Georges Bernanos, que horrorizado por lo que presenció en Mallorca durante los primeros días de la sublevación militar lo denunció en su libro Les Grands cimetières sous la Lune, editado en París en 1938, precisamente para contrarrestar la propaganda continuada de las publicaciones romanistas, y el del ensayista español de la misma confesión religiosa José Bergamín, exiliado por no querer convertirse en cómplice de los criminales vencedores de la guerra. Concluyó Camus aclarando que la sociedad política de su tiempo le producía náuseas, por lo que había que repudiarla en su totalidad, para buscar el camino de la revolución. El mundo en que vivía le repugnaba, pero se sentía solidario con los seres humanos que sufrían en él. Debiera ser ambición de todos los escritores testimoniar y clamar a favor de los sojuzgados. Y le negaría a Marcel el derecho a hacerlo, mientras solamente se indignase ante el asesinato de una persona que compartiera sus ideas. CONDECORADO POR MARTÍNEZ BARRIO Esta polémica dejó triturado al filósofo catolicorromano, y fue muy difundida en los círculos republicanos de Latinoamérica, además de obtener repercusión en Francia por parte de los intelectuales de izquierdas. Unas ideas semejantes le inspiraron a Camus una conferencia dictada ese mismo año de 1948 en un convento de dominicos, los frailes que manejaron el sanguinario Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, causante de tantos crímenes en nombre de su dios sádico. Les aseguró que cuando un obispo español, por lo tanto catolicorromano, pues era la única confesión religiosa admitida por la dictadura, bendecía las ejecuciones políticas, no podía ser considerado un obispo, ni un cristiano, ni siquiera un hombre, sino un perro, lo mismo que quien ordenaba las ejecuciones desde su alto cargo. Se lee en el “Cahier V” de los Carnets II, escrito entre 1945 y 1948, que deseó traducir las meditaciones del profesor Juan de Mairena creado por Antonio Machado, de quien copió unos versos. Lamentablemente, no debió de ser más que un propósito, como el de traducir a Lope y a Zorrilla que mostró en otro momento. De Machado, muerto en el exilio francés, se acordó otras veces. Hasta entonces había mantenido buenas relaciones con anarquistas franceses y españoles exiliados, pero a partir de 1948 se declaró anarquista, colaboró en sus publicaciones y defendió sus teorías politicosociales, de manera que profundizó en su crítica al comunismo ya manifestada siempre que tenía ocasión. La actitud de permanente denuncia de la dictadura española bien demostrada, fue uno de los motivos que animaron al Gobierno de la República Española en exilio, radicado en París, a concederle la encomienda de la Orden de la Liberación de España, que le impuso el presidente Diego Martínez Barrio el 31 de enero de 1949, en la sede del Gobierno legítimo. En su discurso de agradecimiento resaltó Camus su compromiso con la República y su empeño en apoyar los ideales que representaba, con el fin de conseguir la libertad para los españoles. Unos días después, el 9 de febrero, presentó en la representación de la dictadura española en París un escrito en solicitud de la liberación de los anarquistas condenados a muerte. El 20 de agosto se constituyó una asociación de apoyo a los republicanos refugiados en Francia, en la que se inscribieron intelectuales franceses de izquierdas muy destacados, y entre ellos figuraba, naturalmente, Albert Camus. NIHILISTAS CON MUCHOS PREJUICIOS Los meses de julio y agosto los pasó en Latinoamérica, en donde dictó conferencias y descubrió paisajes que le gustaron. Además se entrevistó con exiliados republicanos españoles, entre ellos con Rafael Alberti en Buenos Aires, y en Montevideo con José Bergamín. Sin embargo, las vacilaciones de su ideología política le empujaron a adoptar una postura extraña en su drama en cinco actos Les Justes, estrenado el 15 de diciembre del mismo 1949 en el Théâtre Hébertot de París, con María Casares. Sus protagonistas son unos conspiradores rusos, miembros del Partido Socialista Revolucionario, que en 1905 planean un atentado con bombas contra el gran duque Sergio, gobernador de Moscú. En realidad son unos sensibleros, que discuten si es justificable matar a niños y mujeres cuando acompañan al objetivo del ataque. Además, peroran sobre el amor, la religión, la felicidad, el miedo, y otros sentimentalismos sin relación aparente con la lucha de los revolucionarios rusos por liberar al pueblo de la esclavitud zarista. Camus condicionó a los personajes para que expusieran ante el público sus propias contradicciones. Por eso carecen de credibilidad. Los autores de los atentados históricos en la llamada Santa Rusia tuvieron que comportarse con más virulencia, obligados por las circunstancias sociales, para liberar al pueblo de la servidumbre intolerable en que se hallaba, a causa de la tiranía zarista y las fuerzas represoras que la sostenían, unos jueces y unos policías encargados de reprimir con toda violencia, hasta cualquier clase de tortura y muerte, la oposición a la nobleza corrompida. Se trata de una obra sentimentaloide alejada de la realidad histórica cierta. Los críticos de derechas, en consecuencia, la aplaudieron, en tanto que los de izquierdas se mostraron reticentes en diversos grados, por considerarla falsa en su planteamiento. EL EXISTENCIALISMO Lo cierto es que ya entonces Albert Camus era un personaje controvertido, cuando la filosofía existencialista constituía un tema de discusiones apasionadas entre los intelectuales europeos. No en España, por supuesto, debido a la cerrazón de la censura. El existencialismo puede tener su exposición sistemática en Martin Heidegger, elegido rector de la Universidad de Friburgo cuando el nazismo tomaba el poder en Alemania, pero en Francia se expandió sobre todo gracias a las novelas y dramas de Jean--Paul Sartre, mejor que en sus tratados filosóficos, hasta convertirse en una determinada manera de vivir. Tales obras, por supuesto, se hallaban prohibidas por la dictadura española, aconsejada por la Iglesia catolicorromana, que disponía de sus propios existencialistas de ocasión, como el citado Gabriel Marcel. Dentro de ese movimiento filosófico suele incluirse a Camus, pese a que su ideología difiere sustancialmente de la sartriana. En la práctica, baste recordar que Camus aceptó complacido el premio Nobel de Literatura que le fue otorgado en 1957, en tanto Sartre rechazó el que le concedieron en 1964, por considerar que las instituciones no deben interponerse entre los ciudadanos y la cultura. Dos maneras distintas de entender la vida con sus circunstancias derivadas. En anotaciones de sus carnets se descubre la escasa simpatía que le inspiraba el existencialismo, y el nulo respeto que le merecían Sartre y su compañera Simone de Beauvoir, sentimiento correspondido exactamente por ellos; se admite que el personaje llamado Henri Perron en Les Mandarines, exitosa novela de Beauvoir, es un trasunto de Camus, y lo cierto es que a él le disgustó que se concediera a la obra el premio Goncourt en 1954, ya que la consideraba una basura, según anotó en el “Cahier VIII” de sus Carnets III. Mars 1951—décembre 1959, editados póstumamente por Gallimard en 1989. Miserias de la naturaleza humana, de las que no se libran ni los grandes escritores. Debido a la estimación popular alcanzada por sus libros, se animó en 1950 a recoger en un volumen una selección de artículos periodísticos antiguos, con el título Actuelles.Écrits politiques. Chroniques 1944-1948, ya citado, inicio de una serie que tendría dos continuaciones. Antepuso un prólogo para justificar la resurrección de sus crónicas, alegando que lo hacía por estimar que de esa manera contribuía a estimular en los lectores los motivos para luchar por la aceptación de la verdad. Que eso era lo que él estaba llevando a cabo, según se deduce de esa confesión. AMIGO DE LA ESPAÑA REPUBLICANA Continuó su labor en apoyo de los republicanos españoles exiliados, y así en abril de 1951, para conmemorar el vigésimo aniversario de la proclamación de la República, intervino en el mitin convocado por Les Amis de l’Espagne Républicaine, celebrado en la Salle Saulnier de París. Reclamó la colaboración internacional para poner fin a un régimen totalitario, impuesto por los dictadores derrotados en 1945. Sin embargo, la República Francesa, que había padecido la agresión de esos dictadores, encontraba simpático a su discípulo y aceptaba colaborar con él. Asimismo, el 19 de julio siguiente participó en otro mitin, celebrado en el Théâtre Recamier de París, en el decimoquinto aniversario de la rebelión de los militares monárquicos. Presidió el acto Fernando Valera Aparicio, vicepresidente del Gobierno leal y ministro de Hacienda. Ese Gobierno estaba en funciones, por la dimisión del presidente Álvaro de Albornoz el día 8, al considerar un fracaso propio la aceptación del ingreso de la dictadura en organismos internacionales. En esos actos tuvo ocasión de tratar con los exiliados, naturalmente, y en el “Cahier VII” de los citados Carnets III anotó la situación de cuatro, mencionados por sus apellidos, que rechazaban la caridad y vivían con honor. Cuando en octubre de 1951 su amigo Gallimard le publicó L’Homme révolté, Camus volvió a indignar a la izquierda francesa, al tiempo que la derecha elogiaba el ensayo. Las muy peculiares opiniones del autor acerca del rebelde obligaron a Jean--Paul Sartre a romper con él definitivamente una amistad que ya hacía tiempo naufragaba. Los comentarios aparecidos en su revista Les Temps Modernes resultan muy duros, aunque son amables ante los que publicó el diario comunista L’Humanité, que acusó al autor de estar subvencionado por la CIA estadounidense para escribir a su conveniencia en los momentos más encontrados de la llamada guerra fría. Hasta Le Libertaire encontró errores en la interpretación de la rebeldía según la entendía Camus, pese a su amistad con los anarquistas españoles y franceses. Las críticas negativas fueron tantas que el autor se sintió obligado a responder a algunas de ellas para defender su postura, y después recogió sus contestaciones en la colección Actuelles II. Chroniques 1948—1953, editada este último año por Gallimard. En España, por el contrario, el ensayo fue muy bien recibido en los medios de comunicación, todos sometidos a la censura oficial, precisamente por lo mismo que era desaprobado en Francia. Eso resulta lógico y fácil de comprender. Las teorías de Camus no tanto, porque su rebelión mantiene la idea del razonamiento absurdo expuesta ya en el mito de Sísifo. De la experiencia absurda deducía la necesidad de la rebelión, con lo que se constituye en una rebelión absurda. Como le refutó Sartre, su moral había pasado a ser moralina para convertirse en literatura, y podía acabar en inmoralidad. En el mes de diciembre Camus anotó en el “Cahier VII” de los Carnets III, sin aludir a ninguna persona o publicación, el propósito de no atacar nunca a nadie, porque había acabado el tiempo de críticas y polémicas, para entrar en el de la afirmación. LA CULTURA Y LA LIBERTAD Prosiguió interviniendo en actividades en pro de los españoles contrarios a la dictadura, por lo que el 22 de febrero de 1952 acudió a la Salle Wagram, en París, para mostrar su solidaridad con los sindicalistas condenados a muerte en España. Allí se encontró con Sartre, pero ambos prefirieron ignorarse y prestar atención únicamente al asunto que los reunía en el momento. En el mismo lugar habló Camus el 30 de noviembre siguiente, para protestar contra la admisión de la dictadura española en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cuya sede radica en París. Esa decisión constituía el mayor de los disparates, puesto que la dictadura controlaba la educación en todos sus grados para acomodarla a su doctrina totalitaria, impedía el desarrollo de la ciencia y perseguía a los intelectuales disconformes con las consignas oficiales; pero el enfrentamiento entre los dos bloques políticos predominantes impulsaba a los Estados Unidos de Norteamérica a considerar con simpatía a quien se declaraba a todas horas el vigía contra el comunismo. Su intervención tuvo como tema, según era obligado, la situación de la cultura en España, y la recogió en la edición ya citada de Actuelles II. Empezó por criticar al Gobierno francés, presidido por el derechista corruptor de menores Antoine Pinay, por patrocinar la candidatura española. Le echó en cara que hasta entonces la historia dependía del enfrentamiento de los educadores con los verdugos, pero Pinay nombraba educadores a los verdugos. Dijo que la palabra asco resultaba pequeña para definir esa medida, aunque admitía no haber lugar para la indignación, sino para el realismo, a semejanza del Gobierno tan realista que aceptaba olvidar el honor y la cultura, para llevar al dictadorísimo español a la UNESCO. Se propuso examinar objetivamente los argumentos utilizados para justificar esa acción. El primero era el de la no intervención en asuntos internos de un país. Recordó que el ascenso al poder de Hitler fue un asunto interno alemán, y las primeras deportaciones a campos de concentración se hicieron con alemanes. Pero si los gobiernos europeos hubieran aislado entonces en cuarentena al régimen nazi, se habría evitado lo que vino después. LA DISCULPA DEL COMUNISMO El segundo argumento esgrimido por los patrocinadores del ingreso, recomendaba apoyar a la dictadura porque se oponía al comunismo. Objetó Camus que en Europa había quedado demostrado que el mantenimiento de un régimen totalitario reforzaba el comunismo entre quienes lo padecían. Además, en España el comunismo careció siempre de fuerza, como quedó demostrado en las últimas elecciones libres, las de febrero de 1936, cuando el Partido Comunista consiguió, dijo, 15 escaños de los 443 de las Cortes. Estas cifras dadas por Camus no parecen exactas, ya que los historiadores aducen que obtuvo 17 diputados para un total de 467, pero el concepto no se modifica por ello. Añadió que para millones de europeos el caso de la dictadura española, como el del antisemitismo o el de los campos de concentración, constituía un test que permitía juzgar la sinceridad de una política democrática. El apoyo a una dictadura obligará siempre a dudar de la sinceridad de los gobiernos democráticos que pretendan representar la libertad y la justicia. Tal era, en su opinión, la realidad de la aceptación del régimen dictatorial en la UNESCO. No existían consideraciones culturales, sino de un regateo político que no servía a ninguna causa, sino que perjudicaba a las pocas razones que les quedaban a los europeos para luchar. Quedaba demostrado, en consecuencia, que ese organismo no reúne a intelectuales adictos a la cultura, sino a gobiernos al servicio de cualquier política. Concluyó asegurando que si la UNESCO demostraba ser incapaz de preservar su independencia, era preferible que desapareciese, porque la verdadera cultura vive con la verdad y muere con la mentira, de modo que se hallaba lejos de las cárceles madrileñas, en el exilio con los republicanos, sirviendo a una sola patria: la libertad. Volvió a protestar contra la admisión de la dictadura española en la UNESCO el 10 de mayo de 1953, durante una intervención en la Bolsa del Trabajo de Saint—Étienne, recogida igualmente en Actuelles II. Afirmó entre otras cosas que el verdadero vencedor de la segunda guerra mundial era el dictadorísimo español, y con motivo, puesto que se mantenía todavía en su cargo tiránico mientras sus patrocinadores Hitler y Mussolini habían muerto al ser derrotados. En una notación del 18 de enero de 1955, hecha en Argel en el “Cahier VIII” de los citados Carnets III, afirmó que la herencia española había dejado en su sangre la verdad, y que su aspiración incansable de toda la vida consistía en alcanzarla. UNA NOVELA SIMBÓLICA Las siguientes publicaciones confirmaron la calidad de su escritura, aunque sin añadir nada nuevo a la expresión de su pensamiento. Su editor de costumbre, convertido en amigo, Gallimard, colocó en las librerías La Chute en mayo de 1956, un experimento narrativo interesante como literatura, y también como confesión de una conciencia atormentada. El relato continuado en primera persona por un antiguo abogado parisiense instalado en un bar de Ámsterdam, explica su temor a la libertad, consecuencia de haberse inhibido cuando vio a una joven dispuesta a suicidarse desde un puente del Sena, como efectivamente lo hizo. Si consideramos las amonestaciones esgrimidas por Camus para exigir una actuación formal de las naciones democráticas a favor del pueblo español, en vez de permanecer como simples espectadoras, tenemos razones para encontrar una simbología entre ese caso y el argumento de La Chute. Su protagonista no quiso enterarse del suicidio que se iba a consumar debido a su inacción, se limitó a continuar su camino, sin ninguna intervención. Eso era exactamente lo que hacían los gobiernos presuntamente democráticos con relación a la dictadura española, no querían enterarse de la realidad en que se encontraba la nación tiranizada, en la que se sucedían las ejecuciones de disidentes en una caída interminable. Al año siguiente lanzó L’Exil et le royaume, colección de seis novelas cortas que no fueron bien recibidas en general, y que ofrecen un interés relativo en la estimación de su escritura. Por su parte, las Éditions Calmann—Lévy publicaron un volumen titulado Réflexions sur la peine capitale, con un texto de Arthur Koestler y otro de Camus titulado Réflexions sur la guillotine, un breve ensayo para reclamar la abolición de la pena de muerte, en el que no utilizó referencias a los crímenes legales cometidos por la dictadura española, aunque tantos ejemplos hubiera podido esgrimir. EL PREMIO NOBEL Ese año de 1957 fue el de su consagración definitiva como escritor, puesto que el 17 de octubre la Academia Sueca hizo pública la concesión del premio Nobel de Literatura a Albert Camus “por su importante producción literaria, que ilumina con seriedad y clara visión los problemas de la conciencia de nuestro tiempo”. Si resultaba insólito que se otorgase el más importante galardón literario del mundo a un escritor que no había cumplido aún los 44 años, en contra de una costumbre no consignada, aunque reiteradamente mantenida, no lo era menos el hecho de que la votación hubiese durado muy pocos minutos, porque la candidatura presentada por la Comisión Literaria parece que fue aceptada sin discusión. Dos datos para confirmar el prestigio alcanzado por el autor. En ese momento se estaba representando en París su adaptación teatral de la novela de William Faulkner Requiem for a Nun. Los medios de comunicación españoles facilitaron la noticia, pero fueron muy parcos en los comentarios, y en algunos casos reticentes. Resultaba lógico, dada la posición de enfrentamiento al régimen dictatorial declarada por Camus tan insistentemente, con esa claridad señalada por los académicos suecos. En cambio, las publicaciones del exilio se felicitaron por el triunfo del mejor defensor de su causa. El 22 de enero de 1958 volvió a demostrar su compromiso con la República Española, al intervenir en un acto organizado por Les Amitiés Mediterranéennes sobre el tema “Ce que je dois à l’Espagne”. Confesó que tenía una deuda con la cultura española, de la que se había nutrido, y una obligación con su pueblo, empujado al dolor del exilio por la dictadura, al que prometió no olvidar nunca. CONTRA LA INDEPENDENCIA DE ARGELIA En ese años de 1958, cuando Argelia hervía y se iba a producir la sublevación del Ejército francés, preparó para la editorial de su amigo Gallimard el tercer volumen de Actuelles, título superado en cuerpo de letra en la cubierta por el de Chroniques algériennes 1939-1958. Decidido partidario de la Argelia francesa, ya en 1956 había intervenido en Argel en un mitin para exponer esa postura colonialista, por lo que fue abucheado por una multitud que reclamaba su cabeza. La República Francesa había perdido su imperio colonial en Indochina en 1954, tras la contundente derrota de Dien Bien Fu, y el 1 de noviembre siguiente se fundó en Argelia el Frente de Liberación Nacional, para reclamar y propiciar la independencia de la colonia. Comenzó entonces una guerra en la que la República Francesa cometió un genocidio contra los argelinos, por el que no ha sido castigada, pero lo reconoció su actual presidente, François Hollande, el 20 de diciembre de 2012, ante el Parlamento argelino, al condenar el error y el horror de la colonización. Camus se consideraba un indígena argelino de cultura francesa, y defendió un supuesto derecho de esa población a mantener su situación en el territorio. Se mostró absolutamente contrario a la independencia, por lo que reivindicaba la continuación de las tropas francesas para salvaguardar los intereses de esos presuntos indígenas argelinos franceses, y también para mantener la protección de los intereses estratégicos de Occidente, amenazados, según él afirmaba, por el peligro de una invasión soviética, una pesadilla perenne en sus sueños, según propia confesión: ya se le habían olvidado sus argumentos contra quienes defendían a la dictadura, española por representar un baluarte contra un hipotético peligro comunista que él negaba entonces. De modo que propiciaba la guerra, en la que tantos crímenes cometían las tropas coloniales francesas contra los únicos indígenas verdaderos de Argelia, que son los árabes. El 28 de setiembre de 1958 se celebró en Francia un referéndum que aprobó la Constitución de la V República, patrocinada por el general De Gaulle, un vano intento para conservar la colonia argelina. Las ansias de libertad de un pueblo no pueden ser liquidadas por más crímenes que se cometan contra él. Pero Camus no llegó a ver la independencia de Argelia, proclamada por fin el 5 de julio de 1962, sin que los innumerables asesinatos cometidos por la Organisation de l’Armée Secrète (OAS) lograran impedirla. Sus lectores probablemente nos libramos de tener que avergonzarnos ante lo que hubiera escrito entonces. Ya tenemos bastante con lo publicado, sus advertencias sobre la catástrofe que sería la independencia tanto para Francia como para Argelia. EL FINAL SIN GLORIA Como se recordó al principio, también en 1958 Gallimard reeditó su primer libro, L’Envers et l’endroit, aparecido en Argelia en 1937 con una tirada de 350 ejemplares solamente, lo que motivaba que cuando surgía alguno en el mercado de ocasión alcanzase precios enormes. Eso fue lo que le indujo a reeditarlo, según explicaba en el nuevo prólogo que le añadió, en el que hizo una confesión llamativa: al cabo de veinte años de trabajo literario con sus continuadas ediciones, y el reconocimiento internacional a su trabajo, pensaba que su obra no había empezado aún. Si eso fuera verdad, no empezaría nunca, porque su vida se estaba acabando, no a causa de la tuberculosis padecida desde su juventud, sino de un vulgar accidente de tráfico. La enfermedad le había causado trastornos a lo largo de la vida, que le obligaban a guardar cama en estado febril y a necesitar períodos de reposo, pero aprendió a convivir con ella sin grandes sobresaltos, y sin que le impidiera realizar su trabajo intelectual. El último estreno teatral que protagonizó obtuvo un resonante fracaso: fue la adaptación de una novela de Dostoyevski con el título de Les possédés, dirigida por él mismo para la escena en el Théâtre Antoine, el 30 de enero de 1959. Había sido rechazada por otros teatros y compañías, con toda razón. Es inconcebible que una pieza teatral tenga como personaje a un Narrador, que va explicando acontecimientos, como si de una novela se tratase. Cierto que su modelo era una novela, pero al versionarla para las tablas era preciso convertirla en drama, porque la arquitectura dramática es diferente de la novelesca. Eso debiera saberlo él, por su doble condición de dramaturgo y novelista, pero no lo tuvo en cuenta. El resultado constituye un espectáculo tan largo como insoportable, debidamente rechazado. Por si fuera poco, salen a escena nada menos que 22 personajes, algo inusitado en la dramaturgia contemporánea, y se entremezclan varios asuntos completamente diferenciados, lo que es legítimo en la narrativa, pero está fuera de lugar en el teatro, sin pensar por ello en la desterrada ley de las tres unidades dramáticas. Una pequeña parte de la trama se fija en los presuntos posesos, unos nihilistas imbéciles sin convicciones propias que no presentan el menor rasgo revolucionario. Nada de lo que se presenta en el escenario puede interesar al espectador, que se aburre por mucha paciencia que posea. RETORNO A LOS ORÍGENES Si ese error mayúsculo iba a asentar la pauta a seguir por Camus, habría constituido un retroceso. No es admisible hacer conjeturas sobre lo que no pudo ser. Lo único cierto es que se hallaba trabajando en un nuevo título, Le Premier homme, cuyo manuscrito de 144 páginas fue encontrado en una cartera dentro del automóvil de Michel Gallimard, después de chocar contra un árbol el 4 de enero de 1960 en Villeblin. La muerte de Camus fue instantánea, pero el conductor se mantuvo unos días con vida. En 1994 se imprimió ese libro, como de costumbre con el sello de Gallimard, convertido por las trágicas circunstancias de su interrupción definitiva en su testamento literario. Estaba novelando en él su vida a partir de la de sus padres, con lo que volvía a los cuadros costumbristas incluidos en su primera obra, L’Envers et l’endroit: curiosamente, completó así el círculo de su escritura, al unir el fin con el principio. Sus obras se continúan reeditando y traduciendo, lo que demuestra que son atractivas para los nuevos lectores, cuando ha transcurrido más de medio siglo de su muerte. No todo en ellas resulta ejemplar, porque responden a las contradicciones ideológicas de un escritor periodista atento a la realidad diaria de su tiempo, y ese tiempo fue tal vez el más contradictorio en toda la historia de la humanidad.


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